Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

20. Contacto


Empezó como un rumor. El silencio ya no era absoluto. Algo eólico se estaba acomodando como un sonido de fondo, agradable, apenas perceptible.
Para involucrarse de lleno Catherine se concentraba en sus sensaciones, las cuales subían en un lento crescendo, cambiantes pero firmes hacia arriba. Se estaba integrando con ellas. Así pasaron minutos.
Se atrevió a hablar en voz baja:
—Michael, ¿estás ahí?
La oscuridad aún estaba dentro de ella. Los ojos cerrados. Sólo las sombras indefinidas, que formaban imágenes amorfas y cambiantes, la acompañaban. El ruido de fondo que se escuchaba ahora, era muy similar al sonido que emana de un caracol marino pegado al oído. Difuso, sonoro y vivo.
Catherine pensó que debía estar cerca de una playa. Ya se podía imaginar el agua golpeando los salientes de arena. Olas formadas con espuma y ríos en miniatura avanzaban sobre una tierra firme a la que de manera alterna ocupaban y abandonaban, dejando efímeros océanos en miniatura.
No había abierto los ojos, pero ya se empezaba a imaginar los brillos de la luz reflejados en los pequeños deltas acuosos pintados en la arena.
Volvió a murmurar con insistencia:
—Michael, contéstame...
Quizás era una sugestión inducida de origen químico, pero todo parecía muy real. Tal vez era cierto que todo era cuestión de concentración y de sugestión. Sin embargo, por un segundo pensó si todo no era más que una alucinación.
Se enfocó en su pasado. Su nacimiento, su crecimiento, sus estudios en Singapur. Las Olimpiadas de Berlín de 2016. La aparición de Michael en su vida. Las comunicaciones intermitentes de los últimos dos años, un año, seis meses, ayer, hoy. Las virulentas represiones en su país de las que nadie quería hablar, o saber, fuera de ciertos círculos universitarios.
Catherine ignoraba hasta qué punto lo que le estaba sucediendo era producto del éxtasincrotrón. Sentía que Michael no le había advertido lo suficiente de los efectos alucinantes de la droga. También suponía que parte de lo que sucedía era producto del relajamiento después de toda una semana de tensiones, allá, en el campus de su universidad.
De momento no sabía cuándo tenía los ojos abiertos y cuándo estaban cerrados. La oscuridad abierta correspondía a la oscuridad cerrada. En cualquier momento todo se fusionaría en una misma conciencia en vigilia. Pero de momento no concretaba saber si era amanecer o anochecer.
Por fin se convenció de que debía estar amaneciendo. Se vislumbraba un claroscuro que iba cediendo de lo ceniciento hacia la luminosidad tenue, la cual se reafirmaba cada vez más y más en forma de colores leves cada vez más firmes. El rumor del mar seguía, porque ahora ya estaba convencida de que era el mar, golpeando una y otra vez a la arena.
El paisaje le recordaba a una marina tradicional, las familiares olas blancas con espuma rompiendo y siguiendo un ritmo secreto. Catherine se detuvo por un momento y volteó para ver sus pisadas anteriores. Desde donde se encontraba, observó que sus pisadas en la arena empezaban en un punto arbitrario. Antes no había nada. Respiró hondo y siguió su marcha. El punto de reunión debía ser hacia delante. Ya le faltaba poco.
Michael dejó de ver el cuarto y su visión fue sustituida por una oscuridad con bordes. El sonido le llegaba desde un lado. Lo identificó como el mar que bañaba una playa.
—Una playa, excelente, Poincaré escogió bien...
Michael inhaló con una bocanada profunda. De inmediato se sintió reconfortado. Con confianza, fuerte, con un sentido de una dirección clara. La separación, cualquiera, ahora se le hacía demasiada.
—Maldición… ¿por qué no dispuse que fuera más cerca? —Se lamentó.
Con todo y prisa se negó a acelerar el paso. Respiró hondo.
—Todo a su tiempo. Todo a su debido tiempo…
A cada paso la arena se sentía firme, desplazaba al mismo tiempo cantidades pequeñas de arena, al ceder a su peso... tal y como debería ser. Michael pensó que más tarde la examinaría con detenimiento.
Esa era la verdadera idea detrás de la realidad virtual. Que todo funcionara como debería ser. No como se «suponía». Eso no bastaba. Sino como «debería». La frase «deber ser» adquiría de repente mayor estatura, mayor resonancia.
Sentía una pequeña brisa procedente del mar. La oscuridad se desvaneció hacia la claridad. Michael se detuvo para ver el horizonte. Hacia allá vio el lugar cuya brillantez anunciaba donde aparecería el mismo sol. Mantuvo la esperanza de poder ver el casi mítico rayo verde, el que sale en el preciso momento de aparición del sol por sobre la línea del horizonte marino y que solo dura un breve instante. Después de todo, Poincaré bien se los pudo haber regalado.
«Son sólo unos segundos», pensó para sí Michael. Como si la realvirt respondiera a sus pensamientos apareció un breve destello, ¡pero éste era morado!
—¡No puede ser!
El sol le volvió a contestar cuando los destellos pasaron del morado hacia el verde casi sin parpadeo. El sol verde dejó de mostrar timidez en medio de un manto de niebla, aparecía ahora luminoso envuelto entre nubes matinales, mostrando su esplendorosa y majestuosa visión verde propia de un Astro Rey.
A relativa poca distancia de donde estaba Michael, al mismo tiempo, Catherine se quedó pasmada viendo el sol aparecer emanando rayos esmeraldas. Volteó hacia donde se encontraba su sombra en la arena y allí estaba, larga y sumergida entre una oscuridad verdosa bastante inusual, muy atractiva.
La visión del sol verde esmeralda aparecida en el horizonte, los había dejado a ambos sin aliento al mismo tiempo.
Michael, arrobado, despertó del pequeño trance. Se orientó y siguió su camino. Al minuto divisó una pequeña figura. Se detuvo para saborear el momento. Hizo una seña y la figura a lo lejos le contestó. Su corazón parecía aumentar su frecuencia de latidos. Catherine estaba a la vista a sólo el equivalente de cuarenta metros de distancia. La noción real de separación a la que estaban parecía en esos momentos risible, absurda. Los rasgos físicos de Catherine, bellísimos, su cabello ondeando en la brisa tal y como él lo recordaba. El momento crecía en intensidad.
Catherine, incrédula, vio cómo la figura a lo lejos levantaba la mano. La sensación de irrealidad casi se convertía en una de vértigo. Ella le contestó de igual manera en un acto inconsciente. Siguió poco a poco, paso a paso. Pasos inciertos, pero al mismo tiempo firmes. Ya cerca, la figura de Michael contrastaba con lo que lo rodeaba. La iluminación verdosa del sol cayéndole por toda la cabellera le provocaba una oscuridad en el rostro. Catherine sentía que en cualquier momento la persona que representaba a Michael se desvanecería desobedeciendo la recomendación del mismo respecto a no concentrarse más que en el proceso y en la conducta necesaria para que éste tuviera el máximo efecto.
No obstante, la presencia de Michael le imponía la misma alocada sensación dentro de su pecho. Sea lo que fuere, el resultado de trucos tecnológicos, ópticos, sensoriales, psicotrópicos, lo que tenía frente a ella, para los efectos requeridos, era Michael.
Caminaron el uno hacia el otro hasta que se tuvieron frente a frente. Catherine parecía no saber cómo actuar. Michael le tendió la mano. Ella se la tomó teniendo un cierto temor por lo que pudiera pasar. Todo era tan extraño, tan misterioso, tan nuevo. Se concentró en la mano de él. Ésta era cálida, ciertamente detectó en ella su familiar rugosidad. Para él, los dedos de ella le eran firmes y pequeños. Le frotó con cuidado la parte frontal de la muñeca.
Ella habló primero:
—Hola.
—Hola.
Se quedaron viendo. Ella dijo:
—¿Qué pasaría… qué pasaría si te quiero dar un beso?
—No hay más manera de saberlo que intentarlo…
Ella procedió a tocarle la cara con su mano. La sintió como era de esperarse. Era tal y como la recordaba. Ella acercó su cara a la cara de Michael y le dio un beso en la mejilla. Él no pudo contenerse y le contestó. El roce de los labios. La mejilla expectante. La presión resultante, la emoción creada. Ambos sonrieron.
—¿Qué tal?
—Perfecto… me gustó.
—Caminemos…
—A donde tú quieras.
Anduvieron unos pasos por la arena, el agua de mar alcanzaba a estar a no pocos metros de donde estaban y la espuma en los bordos de los riachuelos se desvanecía de inmediato. El lugar era acogedor y el sonido del mar con las olas era rítmico y suave, sin molestar.
—¿Quieres sentarte aquí?
—Sí, está bien… donde quieras.
—Vamos a ver el amanecer…
—Creo que siempre tuve la idea de volver a ver un amanecer a tu lado…
—También yo…
Ella recargó la cabeza en su hombro. Él empezó a jugar con su cabello.
—Igual que cuando estábamos allá en Berlín…
—Sí. Sólo que sin mar, ni olas y menos con un sol verde arriba en el cielo.
—Sobre todo lo del sol verde… Cathy, ¿cómo te sientes?
—No preguntes, Mich... Estoy bien.
Él volvió su cara hacia a ella y la besó en la boca. Las sensaciones de cuerpo y alma se empezaron a fundir. El beso resonó en sus cerebros dándoles una sensación eléctrica familiar. Ella cerró los ojos en ese pequeño éxtasis que se logra cuando el momento, ambiente, intención, todo lo interno y externo, universo en sí, son los correctos. Como si la misma existencia desde que nacimos hasta que morimos fuera justificada sólo por existir en nuestra conciencia, en armonía eterna, durante ese breve momento.
Ella contestó a su vez de manera natural, inclinándose.
Se recostaron un poco más. La arena estaba allí pero no era incómoda. El sol comenzaba a asomar cada vez más pero a ellos no les importaba.
Primero él se refugió en el cuello y en las orejas de Catherine, de manera lenta, con ternura. Ella cerró los ojos. De forma extraña, y al mismo tiempo natural, las manos de él ya empezaban a explorar y recorrer el cuerpo de ella. La mano de Michael se posó de forma delicada en el pezón de Catherine de manera sencilla, casi tímida, empezando a continuación a jugar con su seno, al principio expectante, luego con más firmeza y con la experiencia cierta de alguien que ya tenía el conocimiento, aunque ya lejano, de ese cuerpo. Ella empezaba a arquearse y contonearse en forma delicada respondiendo a las presiones de la mano de él.
—Mich…
—Shhh… —Michael puso su dedo en los labios de Catherine.
Ahora era ella la que exploraba a Michael en la cara y en el cuello encontrando lo que ella buscaba, simple y de manera llana, el contacto con su cuerpo, el contacto que el mundo y la estupidez de la gente que lo gobierna es demasiado indiferente como para comprender.
Los minutos pasaron con celeridad. Ambos ya estaban desnudos, ella gemía de manera entrecortada y en voz baja, debido a las recurrencias de Michael. Él empezó a usar su lengua recorriendo la espalda de Catherine, los muslos, los antebrazos.
Catherine sintió que su mundo era eléctrico y que toda ella era eléctrica. Se sentía posesionada por antiguos espíritus rampantes que se apropiaban de su voluntad en oleadas de intensidad creciente que, como latigazos, recorrían todas las partes de su cuerpo y la obligaban a dejarse abandonar. Su misma alma se integró con la del ser que estaba frente a ella, y ella ya no sabía de sí misma, toda voluntad estaba con Michael y ella sabía, igual que él, que él era su dueño.
Pero Michael a su vez sentía, más bien intuía, que era él el que estaba al servicio de esa extraña voluntad sin dueño de la cual Catherine era la fuerza vital e impulsora. Todo lo hacía porque ella lo deseaba. Él construyó la fogata en el bajo vientre de Catherine de un modo tal que dentro de ella todo se volvió un fuego, del cual las chispas se elevaron al cielo en forma de ceniza incandescente como de volcán, impelidas con fuerza irresistible, de vuelta hacia su creador, pidiendo, rogando, exigiendo, de todas maneras, que las dejaran explotar, morir, fusionarse, allá arriba, en las inmensidades de los hornos atómicos de las estrellas.
Y Michael hizo precisamente eso.


Los dos estaban relajados, viendo cómo las olas rompían una tras otra en chispeantes explosiones de espuma, burbujas, agua y chasquidos contra las rocas.
Catherine habló:
—No sé qué decir…
Michael pensó que Catherine tenía razón. No había palabras. El clima estaba agradable, casi perfecto de hecho, el sol verde esmeralda en trayecto hacia su cenit ni molestaba, no había insectos, ni se sentía el calor pegajoso. Todo estaba como debería ser.
Cómo «debería» ser.
Él tenía su mano en el hombro de ella, Michael veía la sombra verdosa debajo de su mano proyectada sobre la arena.
—Igual yo... ¿estás cansada?
—Sí —contestó ella, suspirando.
—Esto que sucedió… es lo más increíble que me ha pasado en la vida.
—Sí… toda esa energía, toda esa vitalidad… Me pregunto si fue cierta.
—Pues para mí sí. Nada hubo fingido, nada, creéme. En ningún momento...
—Pensar que estamos a la vuelta del mundo. De hecho… ahora que lo pienso se me olvida que en este instante sí estamos a la vuelta del mundo…
—No me lo recuerdes.
—¿Por qué no? Te darías cuenta, Mich…
—¿Sabes qué? Me estoy empezando a sentir un poco triste…
—También yo. ¡Qué raro…! Deberíamos estar contentos, ¿no?
—Bueno, más que contento, feliz… Pero es curioso, ya estoy sintiendo la despedida encima de mí…
—¿Cuánto podremos quedarnos aquí?
—No mucho, Cathy, y tú lo sabes muy bien… El tiempo de tu cuenta prestada… ya llevamos más de dos horas. Además, los recursos que se consumieron han de haber sido fabulosos…
—¿Te importa eso?
—Claro que no. Ha valido la pena, cada trillón de instrucciones por segundo...
Siguieron platicando y jugueteando por un rato más. A ella le empezaba a preocupar el tiempo ya que sabía que la duración del efecto de las drogas y la crema. Tenía ya los minutos contados.
Pero él le aseguró que no se preocupara, que habría tiempo.
Y en realidad, sí fue suficiente.


—Cathy, quiero que… recuerdes que esta experiencia con todo y sus… artilugios, ha sido válida… en el nombre de nosotros.
Ella volteó a verlo. Sus manos estaban entrelazadas. Michael sentía la calidez. Catherine le sonrió de manera tímida.
—No tienes que mencionarlo, Michael. Yo nada más pienso en lo que hay dentro de tu corazón… y que si no podemos estar uno al lado del otro realmente, al menos podemos usar lo que esté a nuestro alcance para sentirnos como si lo estuviéramos. Además, piensa que un día podremos estar juntos de verdad... Siempre he sido una optimista incorregible —ella miró para otro lado—. Ese ha sido siempre parte de mi karma, esperar lo mejor, Mich… lo mejor…
—¿Estás conforme? ¿No estás triste por las… limitaciones?
—¿Cuáles limitaciones?
Él sonrió.
—Tienes razón, ¿cuáles?
—Michael…
—¿Sí…?
—Ya no hablemos, vámonos cada quién... Yo pensaré que esto habrá sido como un hermoso sueño, el más real y hermoso sueño que jamás he tenido en la vida…
—Un sueño…
Ella se levantó con lentitud. Él también lo hizo. Ella le tomó de las manos.
—Michael, ten cuidado… y recuerda que te amo. Que te amo tanto… que me duele…
—Catherine… te amo demasiado… Cuídate mucho… por favor…
Se besaron de la manera que pudieron, con pasión. No fue igual que al principio, en dónde todo fue electricidad y magia, señal de que los estimuladores e inhibidores químicos ya empezaban a perder su potencia y efectividad.
Se separaron. Y caminaron hacia el lugar de donde habían llegado cada quién. Ninguno volteó hacia atrás.
El sol verde seguía arriba en el horizonte. Michael se detuvo, se sentó y cerró los ojos.
Cuando los abrió estaba en el salón del almacén, sentado con una dermocubierta encima.
Se escuchó la voz de Poincaré.
—Por fin regresaste… sin parecer brusco y con respeto, en atención a los eventos, ¿qué tal? ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien…
La voz de Michael sonó apagada.
—Imagínate. Y todo con base en polígonos…
Michael ya no le respondió.
Estaba bastante deprimido para contestarle.

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