Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

19. Preparativo

Michael esperaba a Poincaré en el pasillo, afuera de su laboratorio, concentrado en una amarillenta revista LIFE en Español de 1969. Levantó la vista y vio a una chica con pelo largo lacio peinada según la moda imperante en los años setenta, caminando por enfrente de él.
Mientras disfrutaba de la vista, pensó: «Tercera vez que se toma esta moda en los últimos cincuenta años… y no se cansan… Desde que se descubrió que la neostalgia es buen negocio no se le permite a la gente que se olvide de nada del pasado…»
Volvió a su revista. Hablaba ésta de los astronautas de la nave Apolo 11 y repetía el famoso discurso dizque escrito por publicistas: «Un pequeño paso para el Hombre y bla, bla, bla…»
¿Y Buzz Aldrin? Era triste que ya casi nadie se acordara del segundo Gran Hombre en la Luna. Michael meneó la cabeza, «lo de siempre: lo que importa es sólo ser el primero y ya… lo demás no va».
Como sea que fuere, los días de los boy scouts espaciales ya terminaron, concluyó: «Ahora los que van al espacio sólo son seres humanos, con fallas y debilidades, como tú o como yo».
Se acabaron los héroes. La tecnología los ha preprogramado. Los ha asimilado. ¿Algo que lamentar? Sí. No. Quién sabe. Todas las anteriores.
De hecho, él utilizaría la tecnología en su provecho personal.
Después de mucho meditar, Michael pudo hablar con Catherine a través de la Matriz comunicándole su idea. Ella, aunque un poco renuente, estuvo de acuerdo sólo si se asegurara que no hubiera consecuencias. Poincaré había aceptado desde el principio, ya que se le hizo un desafío interesante. El problema era del tipo práctico: cómo llevarlo a cabo, aquí y allá, a 17,500 kilómetros de distancia. Michael no tenía la menor idea de cómo resolverlo.
Pero para esto Michael y Catherine contaban con Poincaré.
El cual llegó, apresurado.
—Pasa, se me hizo tarde, mano.
Michael entró y confirmó lo que le dijera Poinc: estaba trabajando en conseguir dos mallas tipo dermocubierta, a la que ahora las llamaba extensores sensoriales, similares a la que él usó en el encuentro con los bisontes.
Poincaré comenzó a hablar:
—Bueno, Michael… ya leíste mi mensaje sobre el extensor. Ya lo usaste una vez en una versión más sencilla. Esta malla es más sensible, más receptiva, con resolución… más fina, vaya… Ya sabes de sus bondades, ya sabes de sus peligros y de sus limitaciones. Ahora, para aquietarme un posterior remordimiento, me veo obligado a hacerte la siguiente pregunta…
Michael asintió, animándolo.
—¿De veras quieres seguir con esto? ¿Estás de acuerdo con todo lo hablado? ¿Seguro que no se te hace todo, digamos, un poco... obsesivo? ¿Enfermizo?
Michael pensó un poco antes de contestar a Poincaré.
—Será lo que quieras, Poinc… será obsesivo, será desesperado… pero no me digas a estas alturas que esto puede ser enfermizo —hizo un gesto de desagrado—. ¡Puaj! No me gustó esa palabra ¿eh…?
Poinc lo escuchaba con atención. Al punto contestó, un poco consternado:
—Bueno, sorry, okey güey, lo siento, exageré un poco... Tú sabes que quiero que estés al tanto del riesgo —y en un tono que quiso ser jovial, agregó—: lo sabes, que es por tu bien… ¿verdad?
—Aparte, tú me dijiste que el riesgo era mínimo, ¿no? Digo, el aparato no es peligroso, antes al contrario… ya hablamos de esto.
Poincaré negó con la cabeza.
—No me refería al aparato en sí, sino a todo. ¿No te das cuenta de que estás jugando con fuego? Yo estoy aquí y te puedo ayudar… Pero allá, en Singapur… quién sabe… Están a un paso del toque de queda y tú vas a hacer esto… Me preocupa un poco, no creas… Yo sé que la quieres… y ella igual a ti, y te respeto y la respeto...
—¿Por qué nos respetas? —Michael le increpó, sonriendo, ya más tranquilo.
—Pues… me imagino que porque ha de ser muy grande el amor para que hayan tomado esta decisión, ¿no? Además, acuérdate que estamos tratando con tecnología de lo último… y que ésta siempre tiene dos filos. O más...
—Si te refieres a que no ha sido probada en el «ambiente», en el que la vamos a probar, pues… bueno, es estimulante saber que somos una clase de pioneros, ¿no?
Poincaré se le quedó viendo.
—Bueno, yo creo que no eres el primero, Michael. Me imagino que ya hay gente que se ha puesto a… mmmh… trabajar en esto. Pero dudo que alguien haya querido hacerlo tan… a larga distancia, ¿cuánto quedamos en la última medición de aquí hasta Singapur? —Preguntó.
—Deja veo… como… 17,500 kilómetros de ida y otros tantos kilómetros de vuelta. Todo un récord, todo un récord… hasta creo que deberíamos escribir esto o de perdido registrarlo en alguna parte.
El investigador se limitó a menear la cabeza.


Ahora Poincaré estaba frente a su estación de trabajo silbando una vieja melodía. Si alguien podía identificarla en menos de un segundo, ese era Michael, la melodía era Satisfaction!, de aquél conjunto inglés llamado los Rolling Stones, canción que durante mucho tiempo él pensó que era de los Beatles.
Michael llegó en ese momento, después de un rato de estar desaparecido.
—Ah, eres tú —dijo Poincaré, como si nada.
—¿A quién esperabas?
—A cualquier chica que se pudiera dignar a estar o venir aquí a mi lab…
—Espero no decepcionarte.
—No, Michael, tú sólo me causas un esperado malestar estomacal —Poincaré hizo una pausa significativa y, sin alejar la vista de la pantalla, agregó con voz suave—, pero no te apures, ya estoy condicionado…
Michael no contestó. Estaba a punto de hacerlo cuando posó la vista en uno de los cuadros que Poincaré programaba un día sí y otro no. Era el caso hoy de una antigua portada del clásico disco LP del grupo Queen llamado News of the World, que traía al robot gigante con la mirada triste y melancólica y, entre sus monstruosos dedos manchados de sangre, los cuatro integrantes del viejo grupo al parecer muertos …
—¿Me decías?
Poincaré le contestó:
—Como sabes, el rectángulo formado para el gran almacén es de ciento cuarenta y cinco metros por ochenta, lo que nos da once mil seiscientos metros cuadrados... ¿te parecen suficientes?
—Supongo que sí.
—Bueno, continuemos. Primero lo primero. Ya conoces el casco. Ligero y sólo para lo que es. Es una versión un poco más actualizada de la que usaste la otra vez… El visor es del tipo...
Michael interrumpió apuntando de manera indeterminada hacia la máquina:
—Por curiosidad y antes de que continúes, esta tecnología, ¿también es prestada? O más bien, para ser exactos, ¿es… «donada»?
Poincaré se talló los ojos. Dijo:
—Espérame un minuto. Ya hablamos de esto… ese software, o más bien, parte de ese software, mi estimado Michael, que está ahora en mi máquina, no es robado como insinúas malévolamente, sino que es más bien… prestado. Tú sabes para qué es, ¿no? Estoy haciendo pruebas, ¿okey? —replicó el metatécnico—. Quiero que sepas que las librerías a las que les puedo hacer modificaciones las hago y las deposito mejoradas de donde las tomé. A ellos, lejos de perjudicarlos, hasta los ha beneficiado y lo curioso es que no saben de dónde les vino el beneficio. ¿Por quién me tomas? ¿Por un vulgar parásito…?
Guardó silencio por unos segundos.
—Bien, aclarado el punto, me quedé en este visor adaptable a los ojos y que está provisto de unas redecillas que proveen de una tridimensionalidad tan convincente como lo mejor que se ha hecho, ésta tecnología...
—Cortesía de los japoneses... —volvió a interrumpir Michael.
—Sí, claro, pero te quiero destacar que esta tecnología permitirá una profundidad de campo tal, que resolverá uno de los eternos problemas de la visión tridi, es decir, la visión borrosa del primer plano cuando enfocas la vista hacia el fondo… Y viceversa…
—¿Voy a ver mejor? Eso es lo que más me interesaría saber...
Poincaré se quitó los lentes y tomó una toallita de papel. Los humedeció y empezó a frotarlos.
—Si eso quiere decir que me estoy extendiendo, sí, Mich, vas a ver mejor...
Poincaré le explicó a Michael los demás artilugios de su equipo. A diferencia del equipo que usó con los bisontes, este extensor sensorial era más sencillo, más ligero y más poderoso. El casco y el visor estaban acondicionados para adoptarse en forma perfecta al cráneo y el visor tenía aditamentos que le acercaban a la piel y que lo hacían más imperceptible.
El metatécnico también dijo:
—Los guantes sensoriales, así como la dermocubierta de la cara, del pecho y de los antebrazos, sirven para intensificar las reacciones de presión, temperatura, humedad y sequedad del ambiente, entre otras, de tal modo que las sensaciones vistas y oídas serán complementadas de manera simultánea con las percibidas.
—Asimismo —continuó Poincaré—, eso te permitirá estrechar la mano de alguien, por ejemplo, y sentirla fina como la de una dama o dura como la de un campesino, etc. Lo que sentiste a la hora de las piedritas y el polvillo fino de la otra vez, aquí será aún más real.
Michael respondió:
—Estupendo, ¿y las sensaciones de placer?
El metatécnico, suspiró y le contestó:
—Tú has de saber que todo este equipo no es inventado de la nada. De hecho, esto, aunque experimental en parte, ya se ha trabajado en algunos casos y ya se ha comercializado en varios modelos. También sabes que, en experimentos, el placer en extremo puede ser dañino y en exceso hasta mortal. Las conexiones de hiperestimuladores en los centros cerebrales en donde se localiza el placer, son adictivas y peligrosas… Casi se puede decir que son mortales. Esta adicción en particular es extrema, no es parecida a la adicción de las drogas y narcóticos. No… la hiperestimulación, y lo digo sin exageración, mata porque ya no quieres desconectarte nunca más en la vida… En los casos que sé, y créeme que es conocimiento negro, pero tú sabes, sólo chismes, una plática aquí y otra allá… te enteras de cada asunto que debes tener cuidado… Por otro lado, Michael, está pendiente el asunto de la crema…
—¿Qué crema?
—La que tienes que usar para que te olvides de que traes un traje que, por más fino que sea éste, siempre te darías cuenta de que lo traes.
Michael protestó:
—¿Una crema? ¿Por todo el cuerpo? Pero me voy a sentir todo como viscoso, como si trajera vaselina todo alrededor...
—No exactamente, déjame te explico...
Poincaré le habló a su amigo acerca de la crema que debía aplicar en toda la piel para adormecerla de manera ligera y selectiva, con el objeto de que pudiera «olvidarse» de los aditamentos sensoriales que estimularían a su cerebro durante tres horas. Eso obligaría a que se incrementara dentro de su mente el coeficiente de realidad de su entorno simulado. Al adormecer su piel en su sentido particular, estimulaba su mente en su sentido general.
—¿Qué contiene la crema?
—Un estimulante especial que conseguí, ejem, por ahí...
—¿En...? —Dijo Michael, curioso.
—En... en una cámara de hipersensibilidades corpóreas...
Michael hizo una pausa mientras su amigo seguía con la mirada en sus instrumentos, notando al mismo tiempo el rojo subirse a la cara de éste. Al final le dijo:
—O sea, una vil y prosaica sala de masajes…
—Pero sirve, te lo juro, ya la probé. ¿Quieres saber cómo te la aplican...?
—No, thanks, y ahora ahórrate los detalles, y continúa con la explicación, por favor…
Poincaré más recuperado, contestó aliviado:
—Como quieras, pero ya verás, después te enseñaré dónde...
—¿Cuánto falta para la prueba?
—Tenemos que esperar la confirmación en Singapur. No debe de tardar más de cinco o seis días a partir de hoy...
El tiempo de una semana se pasó como agua en las manos. Michael continuó con su compilación de notas. Por más que buscaba una cita con Erasmo, éste le fue imposible de encontrar, detalle que lo contrarió ya que necesitaba consultarle sobre varios asuntos, entre otros el extraño ofrecimiento de Doménic y acerca del misterioso Grupo Gris.
Pero al parecer Erasmo estaba en alguna parte del sur del país impartiendo una serie de conferencias y, quizá, no llegaría hasta la semana siguiente.
Michael se prometió volver a insistir. Siguió buscando referencias sobre Tlatelolco y sus entornos en las hemerotecas y bibliotecas en línea. Verificó en bases de datos y empezó a releer las notas de su padre, que tanto atesoraba.
Pensaba ir a la vieja ciudad de México, a visitar más archivos, además, aprovecharía para asistir a una serie de conferencias de viejos intelectuales de fama mundial en el Congreso Mundial de la Libertad Intelectual.
Una de estas conferencias la dictaría el decano de los refugiados intelectuales, el excelentísimo Salman Rushdie, residente en la vieja Ciudad de México después de que una gran parte del Centro Histórico quedó declarada como Ciudad Recinto Libre Mundial.
Aprovechando que la ciudad estaba bajo una fuerte seguridad cotidiana, debido a sus irregulares zonas cerradas, estas personas, perseguidas en algunas partes por el mundo debido a sus ideas, no tenían aquí problema alguno que les impidiera llevar a cabo una vida normal, tal como caminar, pasear, visitar museos, dar clases, ir a los cineplexes, etcétera.
Así, fueron llegando refugiados intelectuales camboyanos, argelinos, estadounidenses, chinos, palestinos, vascos, kurdos, ingleses, argentinos… lo cual contribuyó a darle a la recuperada ciudad un aire cosmopolita impresionante. Además, toda esta comunidad había llegado a ser orgullo de los ex capitalinos por lo mismo de sus circunstancias.
Pero el señor Rushdie fue el primero que aceptó la invitación, después de más de quince años de autoencierro y huida debido a la pena de muerte que aún pendía por su cabeza, impuesta por el Ayatollah Khomeini y los fundamentalistas iraníes en 1989.
Seguía tan lúcido como siempre y era muy admirado por Michael. Éste se había prometido no perderse sus conferencias, de estar allá.
Pero mientras llegaba ese momento, tenía algunos placeres mundanos, psicológicos, pero no por eso menos emocionales y sentimentales, a la puerta.
Al cumplirse la semana, la dermocubierta estuvo dispuesta para Catherine. Se envió en un paquete con destino a Singapur, donde al llegar se le declaró como una tela electromagnética de ultrasensitividad para hacer vestidos. El empleado de aduanas singapureño que recibió el paquete, sólo asintió y rompió una abertura para examinar el interior del mismo. Al no ver nada sospechoso ni por el examen radiográfico, lo cerró como pudo y dejó todo listo para permitirle llegar a su destino.
La dermocubierta despreciada por el agente de aduanas tenía un nivel de confiabilidad y sensibilidad muy altos y, en el mercado especializado, hubiera costado una pequeña fortuna. Catherine, al recibirlo, mandó un mensaje por la Matriz confirmando que el vestido ya estaba casi listo para la fiesta y que le había quedado como guante. Al recibir la noticia Poincaré estaba orgulloso.
Michael se sentía distinto. Se sentía ansioso.


La imagen que llegaba desde 17,500 kilómetros le sonrió a Michael. El traductor simultáneo automático comenzó a funcionar, pero Michael lo apagó. Prefirió hablar en inglés.
—¿Cómo te encuentras, Cathy?
—Bien, Michael, ¿ y tú?
—Creo que bien. ¿Leíste mi mensaje?
—Sí. Ya lo imprimí.
Michael pareció contrariado.
—¿Crees que es prudente? Sabes bien lo que te puede pasar sí lo leyera alguien más…
—No te preocupes. Nadie lo sabrá. La situación aquí está difícil, pero no tan grave como para que hagan cateos casa por casa. Y no creo que comiencen hoy. Por un rato al menos. Ya pensaré en algo para asegurarme…
—Bien —Michael meditando qué palabras emplear, empezó por hablar de manera lenta—: Como te dije, éste debe ser el día... Aquí ya todo está listo, ya reservamos el ancho de banda… Poincaré ya hizo los monitoreos remotos… Parece que ya nada falta… ¿Tú ya tienes tu excusa preparada?
—No es mucho, Michael… Que tengo que rehacer un informe que se perdió por un error de mi jefe. Tú sabes… Siempre hacemos informes de esto e informes de lo otro…
—Perfecto…
Se sonrieron. La imagen de Catherine era muy nítida, parecía estar al otro lado de la mesa. A veces eso era insoportable, como si se estuviera en la cárcel y no se pudiera alcanzar a la otra persona debido a la barrera intermedia. Sólo que en la cárcel, al menos en las mexicanas, sí se permiten tener visitas conyugales…
Michael dijo:
—¿Cuánto tiempo de conexión tienes ahora?
Ella miró su reloj. Hizo unos cálculos y dijo:
—Hoy a mi cuenta le quedan quince minutos… En la cuenta de mi amiga, que está en el Singapore Polytechnic, tenemos casi cuatro horas...
—Suficiente. Aquí son las 9:37 de la noche. Allá deben ser entonces, mmmh, las 10:37 de la mañana, ¿verdad?
—Bueno, toma en cuenta de que en este país le debes agregar media hora más… son las 11:07, más bien…
Hubo un silencio significativo. La imagen se estremeció por un segundo y parpadeó en ese instante. El enlace no se perdió.
—De acuerdo… ¿Cuánto tiempo requieres para llegar a la universidad? ¿Tienes con dos horas?
—No, con mucho menos… acuérdate que la isla es de cuarenta y cinco kilómetros de largo por veinte de ancho, y por lo mismo todo está tan cerca, que es asfixiante… Para llegar de donde estoy, en la Universidad de Nanyang, al Singapore Polytechnic, tienes que recorrer como veinte kilómetros. Me tardaré entonces unos… veinte minutos… Sí, estoy segura. Pero está bien como dijiste al principio, ya hablé con mi amiga, ella es la que me va a cuidar… Nos veremos entonces, dentro… de dos horas.
Michael sintió ternura por Catherine, por su gran amor. Temía que en ese instante la estuviera exponiendo a un peligro innecesario. Le quería decir incluso todos sus mismos miedos, pero sólo alcanzó a decir:
—Te espero entonces.
—Cuídate.
—Claro. Tu también. No te expongas…
—Te lo prometo. Bye.
Michael se preparó. Se trasladó a la PoliUniversidad en la ruta sur del transmutador urbano.
Al llegar, se encontró en la caseta de seguridad. Exhibió su pase. El guardia, que ya lo había visto varias veces, le saludó. Usando el pase magnético de Poincaré atravesó cinco puertas hasta que llegó a su destino.
Éste era mismo gran almacén vacío de la ocasión anterior. De allí se dirigió al laboratorio químico que Poincaré había acondicionado.
—Poinc, ¿estás ahí?
Una voz le contestó en forma simultánea desde varias bocinas ocultas que creaban la ilusión de que provenía de todas partes y de ninguna:
—Afirmativo.
Poincaré apareció por detrás. Michael se tranquilizó con la calma y serenidad que le transmitió su amigo.
—¿Todo listo?
—En cuanto digas... Ya le avisaste a Cathy, supongo...
Michael inspiró fuerte como para darse valor.
—Yep. Ya está avisada y supongo que falta media hora para estar en contacto…
—Excellent. Tengo que empezar el camuflaje de recursos de LIZ. Me tardaré como quince minutos. Recuerda lo que hablamos, lo de verificar seguridad y demás. Sigue el script tal y como te lo dejé… Nada más por si no te puedo avisar, ya sabes… yo estoy aquí, recuérdalo.
—Sale, sale, pues.
Michael se alejó con prisa.
—¡Ah, Michael!
Éste se detuvo y se volteó a verle. Su amigo le sonreía.
—¿Qué?
—Suerte.
—Gracias.
Michael se dirigió a una sala. Abrió la puerta. Adentro estaban muchos interruptores eléctricos ordenados en una secuencia especial. Poincaré lo tenía todo preparado. Allí estaba una terminal de computadora. La encendió y se dio de alta por el teclado. Había decidido con Poincaré no usar la interfaz verbal de comunicación con la computadora para que no quedara registro de su voz en la bitácora.
Posó su vista en el armario grande. Abrió el cajón de uno de los escritorios con la llave de Poincaré. Ahí encontró el manojo de llaves. Localizó la del armario y fue a abrirlo.
Al introducir la llave, la cerradura cedió. Allí estaba, en cuatro estuches de color plateado, el extensor sensorial.
A diferencia de los que aparecían en las ilustraciones del mismo que Poincaré le había mostrado, éstos no eran del todo pesados.
Poincaré le mencionó también el objetivo inicial del artefacto. Su función era sencilla. Así lo podrían usar personas que no fueran especialistas en estos tipos de instrumentos. Gente como médicos, investigadores agrícolas, técnicos en mecánica de suelos y en otras disciplinas en las que era de suma importancia trabajar en contacto con la materia. Sólo que la materia no estaría a los pies del usuario. Quizá podría estar al otro lado del mundo. Literalmente. O en otro mundo, inclusive.
Después de tomar los estuches y llevarlos al salón de pruebas, Michael recordó la crema.
Leyó la etiqueta: Pepper and Spice Cream. Abajo del letrero en la parte inferior del frasco decía: Made in Singapore. Michael sonrió por la coincidencia y la guardó. Abrió los demás estuches y vio lo que contenían: dos guantes largos que llegaban hasta los antebrazos; una especie de gorra; unos lentes negros con cables a los lados; una máscara con pantallas grises a la altura de los ojos, ésta parecía tener filigranas rojas dibujadas que contrastaban con la superficie verde del fondo y que formaban inconscientes dibujos técnicos de circuitos, era flexible y elástica y se debía ajustar a la inmensa mayoría de los tipos de caras humanas. Todos los objetos tenían esas filigranas por ambos lados. La malla restante era para cubrirse lo demás del cuerpo.
Michael se aplicó la crema hipersensorial por todo el cuerpo alcanzando todas las partes del mismo tal y como Poincaré le explicó.
Se acomodó la dermocubierta sin dificultad. A continuación se tomó las píldoras que el metatécnico le había conseguido. Éstas eran tipo cápsulas con divisoria y con un cierto polvo fino dentro, rojas por arriba y grises por abajo.
Poincaré, al momento de entregárselas, le explicó:
—Te vas a tomar dos de éstas, las llamaremos «éxtasincrotrón», exacto, con dos acentos... No me mires así, ¿eh? Ya sé que no se puede, pero yo puedo hacer lo que quiera con mis palabras, ¿no?
Michael sonrió al recordarlo. Poincaré explicó en esa ocasión, que la droga tenía como función primordial, como muchas, nublar la realidad y su percepción en cuanto a los estímulos del ambiente externo. La droga en sí no estaba prohibida ni era de las que entraban en el rango de las de alto riesgo, legales en sí pero tomadas bajo vigilancia recomendada, más que por prescripción. Sus usuarios principales eran los más asiduos jugadores de realidad virtual para nulificar sus estímulos externos.
La droga de Poinc contaba con un ingrediente activo que intensificaba las sensaciones sugeridas a través de los elementos visuales, y ayudaba a provocar reacciones psicológicas «reales» al usuario.
La dermocubierta quedó al punto.
Verificó la hora. Faltaban cinco minutos. Revisó el software. Aún estaba a tiempo. Hizo lo mismo con la otra consola que había encendido para tal fin. Los mensajes indicaron que todo estaba funcionando como debía. Se dirigió hacia dentro de las bibliotecas electrónicas pertenecientes a Poincaré. De entre la lista de archivos encontró uno llamado EJECUTAME-GÜEY. Sonrió y tecleó el nombre con firmeza y sin equivocarse, lo leyó bien para cerciorarse de que estaba bien escrito y presionó la tecla .
Empezó a leer los mensajes que aparecieron de inmediato a llenar la pantalla:

El procedimiento de co-rutinas simultáneas quedará como sigue:

RUTINAS DE PROCESOS DE AMBIENTE

Þ CONDUCTA
Þ ESTIMULOS
Þ ALEATORIEDAD
Þ TEXTURA
Þ ANGULARIZACION
Þ ILUMINACION
Þ COMUNICACION

DESTINO ——> NODO 23


El nodo 23 correspondía a Singapur.
Michael tomó los lentes y con cuidado les aplicó la crema alrededor de los contornos. Se los colocó. Los receptores de movimiento sensibles a la luz funcionaban de forma correcta. Procedió a ejecutar el módulo de prueba.
A partir del se dirigió hacia la sala contigua y la revisó. Era amplia y estaba acojinada. Probó una vez más la elasticidad de la dermocubierta. Al parecer, ésta era flexible y resistente. Cerró los ojos y se oprimió los brazos y piernas en varios lugares y se concentró en las sensaciones resultantes.
Aunque un poco confuso, se sintió convencido de que la dermocubierta había desaparecido a su alrededor. Era él y sólo él. Michael recordó la estampida de los bisontes y las rudas imágenes sensoriales recibidas. ¿Funcionaría lo mismo con otro tipo de sensaciones transmitidas y recibidas por otra persona? ¿Y a tanta distancia?
Por el momento, el sistema funcionaba como Poincaré había predicho, con todo y sus mejoras después de aquella memorable sesión.
Los minirreceptores de movimiento estaban en luz amarilla, lo cual significaba que estaban en stand by. Volvió a la primera sala, donde las máquinas y consolas también estaban a la espera.
Verificó los volúmenes de recursos utilizados. Coincidían con lo que le había instruido Poincaré. Faltaba un minuto para el primer contacto visual.
Procedió a revisar los procesos. Leyó en la pantalla:

CO-RUTINAS EN PARALELO PROCESÁNDOSE:

PROCESO AMBIENTE PRIO=9, STATUS=AMARILLO
CONDUCTA PRIO=9, STATUS=AMARILLO
ESTIMULOS PRIO=9, STATUS=AMARILLO
ALEATORIEDAD PRIO=9, STATUS=AMARILLO
TEXTURA PRIO=9, STATUS=AMARILLO
ANGULARIZACION PRIO=9, STATUS=AMARILLO
ILUMINACION PRIO=9, STATUS=AMARILLO

COMUNICACION PRIO=9, STATUS=VERDE


Todos los procesos esperaban el cambio de estado hacia condición verde. El proceso de comunicación estaba puesto en marcha, haciendo pareja simultánea con el del computador-procesador en Singapur. Michael a veces tenía problemas para entender el ambiente de computadoras con todas sus pantallas y signos, símbolos, órdenes y comandos. Poincaré le había dado instrucciones de manera bastante amplia y con el script era más que suficiente. Eso le reducía mucho el campo de posibilidades.
Simple receta de cocina.
Poincaré le había explicado a Michael que LIZ utilizaría el poder residual de varios clusters locales de redes paralelas. Esta «metacomputación» prometía mejorar aún más las apariencias frente a los usuarios externos que la vez anterior de los bisontes. En aquella ocasión se había requerido sólo un cluster extra, aparte de LIZ. Ahora se necesitarían dos o más.
Ese poder residual no podría ser localizado ni por los más dedicados especialistas de clusters. Era uno de los beneficios de la distribución llevada a lo absurdo. Poder había, y de sobra.
Poincaré le explicó a Michael que el cluster local, LIZ, se componía de 65,536 procesadores trabajando todos en paralelo, al mismo tiempo.
Esa era mucha potencia computacional.
Pero para hacer lo que tenían planeado, tal vez ni eso fuera suficiente, según el metatécnico. Para evitar problemas, éste ya había preparado el recurrir a poderes similares tales como el del cluster THOR y el del cluster TEZCATLIPOCA, de ahí mismo, en la Gran Technotitlan.
Según Poincaré, nadie de dentro de la Matriz, y menos de fuera, notaría esa redistribución de potencia.
Michael verificó los índices de seguridad en una de las pantallas. Poinc revisaría si coincidían con los que debían de estar en ese momento en los diversos clusters. También él se encargaría de verificar los grados de error en otra pantalla. Deberían estar en el término de «aceptables». Al parecer, ya todo estaba a punto.
Por último se acercó a la pantalla donde aparecía la palabra CATHY.
Acercó el cursor hacia el borde de la palabra. La palabra brilló dos veces y se transformó en la cara de Catherine, viva, serena y sonriente.
Empezaron a hablar en inglés, que era más fácil para Catherine:
—Te tardaste, Mich, ya me estaba preocupando…
Él ni se inmutó. Trataba de contener su ansiedad. Su corazón le empezaba a palpitar un poco más acelerado. Y sus manos ya estaban húmedas.
—Hola, Cathy.
—Hola, Mich, ¿cómo estás?
—Feliz de verte… ¿Y tú…? ¿Nerviosa?
—Un poco.
—¿Estás preparada? ¿Hiciste las pruebas?
—Sí. Tal y como decía el script de Poinc…
—¿Qué te pareció el traje?
—Está muy bien… debes de felicitar a Poinc de mi parte…
—Lo haré… hizo muy buen trabajo, ¿no?
—Sí. Muy flexible y todo. Me imagino que valdrá mucho cuando se comercialice…
—Poinc no es muy dado al aspecto comercial de la vida. Creo que me dirá que necesitará unos arreglos antes de que sea comercial. Y creo que tendrá razón. Tú sabes, estos trajes son prototipos, muy buenos, pero no dejan de ser prototipos. Además, ya habrá gente que los fabrique…
Michael guardó silencio. A 17,500 kilómetros, Catherine hizo lo mismo.
—¿En qué piensas, Michael?
—En que, aunque ya sé que quieres hacer esto, me pregunto si no estamos jugando de más…
—Dijiste que ya habías hecho una prueba en serio, con búfalos…
—Aquí les dicen bisontes… Y te aseguro que aquello fue muy real. Aún así, no sé como vaya a salir esto, espero que bien. Yo te veo muy segura...
Ella se apresuró a reafirmarlo.
—Y lo estoy Mich, creéme. Además, sabes que no soy una niña…
—Pues sí, han pasado dos largos años. Te veo, no sé, aún joven, delicada, tal vez.
—¡Soy delicada! —Ella protestó acompañando su cara con una sonrisa—. Además, ya no era tan joven cuando empezamos a... ser amigos… o lo que fuimos…
—Cathy, sabes lo que siento por ti…
Ella cerró los ojos. Guardó silencio y empezó a hablar.
—Yo lo sé… he pensado mucho en esto, en ti… hay cosas que no me puedo explicar, pero… lo que sí sé es que nos tenemos, somos amigos… pero no se me puede olvidar que hay una cantidad importante de kilómetros entre tú y yo…
—Lo sé… y lo único que te puedo decir es que siempre fuiste y serás muy especial para mí… Son dos años que no nos hemos podido ver. Ha sido mucho tiempo…
—Mich, ¿qué te puedo decir? Sabes bien que eso no es culpa de ninguno de los dos… En mi caso es mi gobierno el que ha detenido los permisos de salida…
—No se me olvida… sólo es que... ¿sabes? Me siento culpable… de que yo tenga libertad, o algo que se le parece… y tú no... No es justo…
—¡Ya no sigas por ahí, Michael! Te he dicho que eso es inútil de pensar… acepté este... experimento... o experiencia digital... porque te quiero… Mich, bastante. Además, no te sientas mal por cuestiones que no están a tu alcance…
—Cathy, a veces me pregunto qué te podría decir llegado el momento… sé que no nos juramos fidelidad... Yo sé que tenemos nuestras vidas propias en nuestros respectivos lugares… Pero quiero que sepas… que esto que estamos haciendo es importante. Muy importante…
—No lo he olvidado… Yo también estoy convencida, no me preguntes por qué, no lo sé… Por un lado, cuando lo tomas, tú sabes, con ligereza, aceptas que te vas a divertir… Exploras mundos nuevos. Es el filo de la realidad. Jugar con ella… Pero eso no basta para volverlo importante... Tú, Mich, tú lo haces importante. Tú lo haces significativo...
Él guardó silencio. Ella continuó:
—Por otro lado, pues… tú sabes, también tienes que estar de humor... Tienes que estar deseosa o ansiosa para llegar a estar… receptiva, sensible. Y creo que hoy lo estoy… No sé si éste es mi mejor día, pero hoy lo estoy…
—¿No tienes miedo de que, sea lo que sea que hagamos, salga… mecánico? —Preguntó Michael.
—¿Cómo siguiendo un guión… o un manual? No. Un rotundo no. Leí lo que me sugeriste... Lo encontré en la biblioteca de PLAANET, alt.erotica.classics, copié algunos en secreto (¿te dije que aquí eso está prohibido?) y así he estado varios días… También dijiste que tratara de estar de buen humor, que no tomara psicotrópicos, estimulantes o antidepresivos… Que no desperdiciara energías con juegos de realvirt… Que hiciera ejercicio y que me concentrara en mi trabajo... Creo que mi humor y disposición apuntan para que todo esto se convierta en algo… pues, interesante…
—Me alegra que te hayas adaptado tan bien…
A través de un icono, Catherine le sonrió; un icono que no parecía ser más que un cuadro compuesto por fotones que vibraban al unísono a una cierta frecuencia. Él también se sintió más relajado.
—Bien, Cathy, ahora las píldoras...
—¿Las llamadas éxtasincrotrón? Así las bautizó Poincaré, ¿no es cierto? —él asintió—. Gracioso, ¿no?
—Ya estamos en los últimos preparativos, Cathy… ¿la crema?
—Bien aplicada, supongo...
—Las píldoras éxtasinc... lo que sea…
—Ingeridas…
—Yo también. Escucha, ya sabes… Cierras los ojos un momento, te dejas llevar... Te concentras, verificas tú respiración al mismo tiempo de estar consciente de percibir las imágenes oscuras dentro de tus ojos… y, por lo que más quieras, acepta lo que veas… Involúcrate en lo que ves y oyes… Entrégate… ¿de acuerdo?
—Sí, Mich. ¿Sabes adónde vamos? ¿El tipo de escenario?
—Poincaré no me lo confirmó. Fue muy vago al respecto. Dijo algo así como, «paisaje familiar formulado con suficientes elementos aleatorios en flujo continuo…». Supongo que él sabrá…
—¿Sabe Poincaré que estamos haciendo esto en este mismo instante?
—Prefirió no saberlo. No se hubiera refrenado de estar aquí ayudándonos. Pero prefirió no estar presente al percatarse de la… magnitud que estaban tomando la situación…
Él guardó silencio. Ella lo esperó a que continuara. Pero Michael no acertó a decir nada significativo. Y después de ese silencio, sólo alcanzó a murmurar:
—Empecemos, pues…
Michael dio el comando de preparación de ambiente. Al punto dijo:
—Cathy, nadie ha estado en donde vamos a estar, por tanto, no hay etiqueta o instructivo de tipo alguno. Según lo que me dijo Poincaré, supongo que tenemos que buscarnos un tiempo de adaptación o de adecuación… que será necesario para no entrar de forma brusca... Ahora dime, ¿cómo te sientes de tus signos vitales?
—Sin pretender ser exacta, yo creo que bien… quizá tengo un poco de emoción —pareció concentrarse en sí misma­—. Sí… estoy como excitada, sin exagerar, claro. Al principio estaba más… pero conforme hemos estado platicando creo que vamos bien… Sí… ¿y tú?
—Sin problema, al parecer. Recuerda que ya tuve una experiencia similar.
Ella preguntó:
—No es que esté impaciente pero… ¿qué sigue ahora?
—Bueno, se están procesando y distribuyendo todas las co-rutinas y procesos en paralelo. Ya todo debe de estar dando forma a los ambientes, angularizaciones y demás. Yo creo que tienes que ver esto como cuando te metes al agua en una alberca... Tienes que hacerlo de poco a poco. Es cuestión como te dije, de adaptación y de adecuación… Irte acostumbrando. Primero a la idea y luego al hecho en sí…
Ella se quedó pensativa.
—Mich, ¿cuánto tiempo disponemos…?
Él se le quedó viendo a la pantalla. Dijo:
—No sé, creo que tenemos el tiempo suficiente...
—Apenas el tiempo suficiente —repitió ella.
—Espero que sea más, no sé… no estoy seguro…
—De acuerdo. Estoy lista…
—Ya casi está esto…
—¿Qué haces?
Michael estaba absorto tratando de ajustar un control. Contestó:
—Verifico un proceso corrector de errores… Debe estar en un cierto valor…
Catherine, allá en la Universidad de Singapur, observó sus lentes.
—Los lentes me quedaron bien. Muy suaves…
—Me alegro, estaban diseñados para eso…
—¿Siempre confías tanto en la ciencia y la tecnología?
Michael, por su lado, tecleaba y veía las diferentes pantallas. Sin separar la vista de la consola contestó:
—Llámale fe...
—Yo diría fe ciega...
—No, no es ciega. Es sólo que cuando llegas a un cierto nivel de comprensión que, creéme, siento que no es mucho, ya no sabes cómo decirle a tu inclinación por los procesos científicos o tecnológicos... Sólo sabes que en ciertas circunstancias las cosas, pues... se dan porque… se tienen que dar. No hay de otra...
Catherine meditó un poco lo que decía Michael. Al final dijo:
—¿Y si no se dan?
—Pues es que en alguna parte no hubo condiciones favorables. Y ya…
Pasó un minuto. Por un momento Catherine ya no quiso interrumpir a Michael. Todo un medio mundo por recorrer. Pero no se contuvo:
—Okey, Mich, Michael, ¿cuánto falta? Ya estoy impaciente...
—Ya termino… Ahora ponte los lentes, ajústate el micrófono y los audífonos, no olvides la dermocubierta y dirígete al cuarto, ya voy a teclear el final. Buena suerte… Si todo sale bien lo sabremos de inmediato…
Michael así lo hizo. En la pantalla apareció:

TAREA DE PROCESOS STATUS=VERDE


La pantalla comenzó a poblarse de colores y de circunvalaciones difusas. Procedió a quedar a oscuras y apareció un mensaje envuelto en cuadros que aparecían y se desvanecían:

TIEMPO ANTES DE PRINCIPIO DE PROCESO...... 15


Empezó una cuenta regresiva. Michael le dijo a Catherine, aún con una tranquilidad engañosa:
—Cathy, cierra los ojos. Los abres ya sabes, cuando te sientas relajada en un minuto.
—Michael, ¿qué pasará después?
—¿Exactamente?

TIEMPO ANTES DE PRINCIPIO DE PROCESO...... 05


—De preferencia…

TIEMPO ANTES DE PRINCIPIO DE PROCESO...... 01


—No lo sé, Cathy. Nos vemos… allí…

EN PROCESO…………


Nadie vio ese último mensaje de la pantalla en particular nunca.


Catherine Tay Swee Kian en Singapur, sede de la Esfera de la Co-Prosperidad del Pacífico y Michael de Montaigne en Technotitlan, Nuevo D.F. en México, separados por el mundo, contuvieron la respiración y cerraron los ojos, en el mismo instante en el Tiempo.

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