Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

17. Tentación

LA CREMA QUE CAÍA lenta sobre el café de inmediato formaba movimientos de remolino sobre su superficie. Brazos blancos en espiral sobre el fondo oscuro. Espirales en el café, espirales en los huracanes y espirales en las galaxias. Ese pensamiento, prestado de Arthur C. Clarke, siempre se le aparecía a Michael cuando se tomaba un café y casi siempre lo ponía de buen humor.
Pero hoy no. Era la impaciencia la que le dominaba mientras esperaba en la cafetería central a Doménic Morfín.
Se había encontrado ocupado los anteriores tres días. Empezaba a superar la frustración de reconocer que su proyecto no estaba tan claro para los demás como para él, tal y como lo había notado con Erasmo.
—Pero si está clarísimo…
Michael se negaba a aceptar de su proyecto cualquier naturaleza quimérica y fantasiosa que se le pudiera atribuir. Sentía que al menos podría aclarar algunas de sus propias incertidumbres y angustias.
Desde la perspectiva de un maestro que trata de manera frecuente con los hechos pasados, sentía que la historia debía tener un solo punto de vista. La verdad pura y simple. Y al respecto de Tlatelolco, le correspondía a él encontrarla. Si eso fuera posible, claro.
Además, el tiempo pasaba. Cada vez que llegaba a su departamento se detenía frente a su viejo librero. Allí, el álbum de recortes, y junto con éste, una revista LIFE en Español, fechada el 15 de noviembre de 1968, y que había descubierto mucho tiempo atrás. Ahí se encontraba suspendido también en el tiempo, el libro de Poniatowska, el de la Noche de Tlatelolco.
Pasaban semanas en que no se percataba de la existencia de su «archivo», como le decía. Había otras en que sólo de verlo lo atormentaba y lo llenaba de ansiedad. Como si verlo se imaginara que le reclamara algo.
Michael se había hecho en muchas ocasiones la pregunta: «A mí, ¿qué me deben de andar interesando esos rollos?». Y él se quedaba en silencio, sin saber que contestarse. En otros momentos, esta vez de euforia, se entusiasmaba y se convencía de la necesidad de hablar del tema, de exponerlo a quien fuera.
Pero la mayoría de las veces se sentía solo.
Y ahí estaba esperando a Doménic Morfín, quién, por cierto, ya estaba retrasado.
Conocido de Michael desde hacía tres años, de carácter impulsivo, del tipo atlético, moreno, y que aparte gustaba de broncearse, Doménic impartía, entre otras, la cátedra de Análisis de las Poblaciones Rurales del México Central. Según sus propias confesiones, la materia y similares no le importaban demasiado. A Michael le reveló en una ocasión que lo único que conseguía con impartir ese tipo de clases era lograr proyección.
En aquel entonces, poco más de un año, a resultas de lo anterior, Michael le había preguntado:
—¿Dices que tú buscas... proyección?
—¡Claro! —Le respondió Doménic, muy animado—. ¿Tú crees que uno está dando este tipo de materias, ásperas, áridas y aburridas como el mismo tema, por pura vocación…? No hay nada de malo en que yo utilice mi cátedra para impulsarme hacia un cargo en el gobierno. Ya me están tomando en cuenta, y eso es lo importante, que te consulten qué piensas de un asunto o qué opinas de otro. Digo, eso no es ambición en sí, yo lo veo más bien como un claro deseo de superación...
Nunca tuvo sentido el analizar qué significó esa plática, ni sus implicaciones ni nada por el estilo. Fue otra charla más.
Doménic le envió temprano por la mañana un mensaje a su tablenet, citándolo en punto de las tres de la tarde en la cafetería central. Después de la experiencia agotadora de los bisontes, en el sentido físico, y luego el encuentro con la de Erasmo, también agotador pero en esfuerzo mental, ahora estaba con más ánimo, descansado e impaciente por empezar sus investigaciones. Sólo tenía que terminar de dar unas clases, aplicar unos exámenes y luego cumplir los asuntos administrativos normales de su curso.
Después, enviaría su propuesta formal al Consejo Directivo de la facultad, quienes aceptarían o negarían su petición. De alguna manera intuía que el no-veto tácito de Erasmo pesaría lo suficiente en la administración del Consejo para que le dieran el apoyo, y con eso ya estaría listo.
Ya llegaba Doménic. Al verlo a la distancia pensó que, por alguna extraña razón, no lo podía tolerar del todo. Era demasiado… insistente. Siempre lo andaba invitando a realizar proyectos juntos, actividades escolares y extracurriculares. Algunas veces Michael aceptaba, pero otras no, y ahí era cuando la situación se agriaba.
Como si algún plan importante se frustrara, Doménic se ponía en esos momentos de un humor de los mil diablos y para Michael, aún distraído como podía ser, en esos casos se daba cuenta y se apenaba mucho. Quizá Doménic fuera un mal perdedor. Aunque también por ahí flotaba en el aire lo que alguien le advirtiera: «Cuidado, ese cuate, no es lo que parece…».
«¿Acaso todos somos lo que decimos que somos o lo que parecemos?», se preguntaba él, a su vez.
—Hola, Michael, ¿cómo estás?
Doménic, con su bronceado de siempre, su sonrisa mostrando unos dientes perfectos y abriendo la mano con los dedos extendidos, como siempre lo hacía. «Esa eterna, empalagosa y compulsiva actitud de querer ser popular con todos y cada uno», pensó Michael, un poco divertido.
—Muy bien, Dome, ¿y tú?
Su saludo de mano fue efusivo y con gran firmeza. Michael trató de corresponder al apretón en fuerza pero fue imposible.
—¡No podía estar mejor! Éste ha sido un gran día. Me dieron noticias de que el Consejo Directivo me aceptó el proyecto de investigación de Tlaxcala, aquél que te comenté… ¡No sabes! Me siento muy, pero muy contento.
Michael casi se atraganta el café.
—¿El que hablaba de efectos del turismo a gran escala en Cacaxtla y la Nueva Ciudad Subterránea, allá, cerca de Puebla? —Michael estaba tan sorprendido que enseguida se contuvo para poder hablar en voz baja—: No lo hubiera creído posible…
—Exacto…
—Pero… ¿te lo aceptaron tal cual? Digo, ¿no me habías dicho que tenía dos o tres fallas de enfoque básico que te sugirieron que arreglaras antes de entregarlo? No entiendo —Michael trataba de mantener la sonrisa a toda costa—: Tú me dijiste eso la semana pasada y ya te lo aceptaron… o eres… o eres muy rápido para examinar, replantear y volver a presentar; y ellos, a su vez, también muy rápidos para aceptar el documento, convocar, reunirse a deliberar, dictar resultado, aceptar la propuesta y comunicarlo… —Michael sintió que estaba repitiendo sus pensamientos en voz bastante audible y que debía callarse ya— …o eso, o ya hablé demasiado…
Doménic no pareció darse por aludido.
—Bueno… tienes razón, yo te comenté de los errores básicos… pero creéme, hablé con el Consejo y ya tenía preparado mis planteamientos y argumentos… y ellos vieron eso… mi intención… y me aceptaron la propuesta, además, no es tan… burocrático como la gente piensa…
Negó con la cabeza.
«No, me imagino que en ciertos casos no», Michael sonrió para sus adentros.
—Excelente… —dijo.
También se quedó pensando en los problemas de tres compañeros maestros que habían hecho propuestas mucho más sólidas y serias que la de su interlocutor para ver si alcanzaban parte de las becas de este ciclo. Las tres propuestas fueron rechazadas aduciendo fallas básicas de enfoque, estadísticas y de método científico soslayado o ignorado. Los compañeros estaban desechos, ya que deberían de esperar ahora hasta el otro año.
Ahora Michael tenía ante sí a Doménic Morfín, quién nunca se había podido destacar más que por las buenas conexiones con las que contaba y con las que seguía contando, al parecer, y que ahora llegaba con un proyecto mal planteado —a Michael le constaba puesto que él lo revisó— y que se lo aceptaban, así como así, en tiempo récord… cualquiera pensaría que…
—Qué bueno, Dome, en verdad. Excelente. Cool. Felicitaciones…
—¿Verdad que sí? Bueno, ¿ya pedimos? Yo invito.
Pidieron y comieron. Una vez que terminaron con el postre, pidieron café. Doménic empezó a hablar.
—Michael, tú eres una persona especial. Mucha gente lo sabe.
—¿Ah, sí?
—No seas irónico. ¿Cómo te puedo decir? Me… nos gustaría que vinieras a una plática.
«¿Otra? Oh, oh. ¡Nooo! ¡Por favor!», pensó Michael. Sin cambiar el gesto amistoso, dijo:
—¿De qué se trata?
—No te puedo decir mucho —volteó a su alrededor—. Aquí no puedo. De verdad.
—¿Cómo quieres que vaya a una reunión si no me dices de qué se trata?
Michael intentaba ser lo más mínimo amable para que no se sintiera fingido.
—No es así de sencillo… existen detalles, protocolos que cumplir.
—No sé si sepas, pero estoy a punto de empezar un proyecto y…
Doménic le interrumpió.
—Por eso te estoy invitando yo. Yo sabría si te va a quitar el tiempo o no, ¿no crees? Es muy importante… Creéme.
Michael sentía que no debía mostrarse ni débil ni sumiso ante Doménic. Es más, ni siquiera debería ser amable. Según él, ser amable era considerado por las personas tipo Doménic como una muestra de debilidad e inestabilidad emocional más que de amistad o respeto. Para esta gente, ser amable era como una disfunción. ¿En qué momento, se preguntaba Michael, pudo Doménic pensar que eran amigos? Se sintió un poco hipócrita con su compañero.
Decidió atacar de otra manera:
—De acuerdo, de acuerdo, dime mejor: ¿qué pasa si voy? ¿Y qué pasa si no voy?
A Michael le pareció ahora que Doménic estaba incómodo. También notó que éste seguía volteando, en forma discreta eso sí, hacia todos lados, como si de repente estuviera intranquilo y con la sospecha de que algo le podía acechar desde alguna sombra. Empezó a hablar, bajando la voz:
—Mira… Michael… tú no sabes lo que yo he luchado para llegar adónde estoy. Tú sabes que la situación es bastante dura ya de por sí… Todo mundo compitiendo por los mismos miserables recursos…
«Lo cual no debería ser problema para ti y tus propuestas», pensó Michael para sus adentros. Doménic sonrió y continuó:
—Sólo te puedo decir que una persona normal por sí sola, cualquiera, podría triunfar en este lugar, pero también sé, más bien, sabemos, que, por su misma normalidad, se va a encontrar con muchos problemas…
—Y tú no los has tenido, ¿eso me quieres decir?
Si Doménic notó algún sarcasmo en el tono de Michael, no lo expresó.
—Mi… grupo al que pertenezco… me ha ayudado un poco… sí.
Michael lo miro, intrigado.
—Tu grupo… ¿y qué grupo es ese? ¿Una asociación o algo similar?
—No, mi grupo es más grande que cualquier asociación… —la cara de su colega se llenó de orgullo por un pequeño segundo.
—¿El Grupo Gris? —Lo interrumpió Michael de manera aguda.
Doménic se turbó por un instante, parpadeó y miró hacia abajo de manera rápida e imperceptible, para después recuperar la compostura… excepto que Michael, que era muy dado al lenguaje corporal, observó que el nombre mencionado había pegado en cierta fibra sensible de su colega. ¿Una fibra grande o pequeña? Eso aún no lo podía determinar…
—A-a-algunos le llaman así, pero el nombre no importa… son un grupo de… mexicanos que hacen una labor importante y que son nacionalistas… y responsables que se preocupan del progreso y de la felicidad de sus compatriotas… Pero ya no hablemos de eso… lo que te quiero decir es…
Michael volvió a interrumpir.
—Espera, y perdona que te interrumpa antes de que se me vaya la idea… si tu grupo es muy importante ¿por qué nadie sabe de él con exactitud? ¿Y por qué nadie quiere hablar de él…?
Al no contestar su interlocutor, Michael continuó:
—Déjame decirte algo, Doménic: la mayoría sabe que el Grupo Gris es una asociación muy particular. Tan particular que cuando alguien la menciona, la temperatura ambiente baja varios grados… Yo pensaba al principio que ese grupo tenía características más del tipo de causas sociales y así… Después me entero que hasta les dicen los Círculos Negros… Pero tú deberías decirme si estoy equivocado…
La mirada de Doménic se volvió gélida. Michael sintió de repente que caminaba en medio de un campo minado. Doménic empezó a hablar pausado:
—Mira, Michael, el Grupo Gris ya te lo reconocí, sí existe y sus propósitos están bien definidos. Que quede claro: estos grupos de elite no son los Círculos Negros que dicen las leyendas… más bien son aros de luz que iluminarán al mundo… Pero hoy no podría hablar aquí de él. Quizá después, pero aquí no… Y eso es definitivo.
—¿Y por qué no quieres hablar de él, si dices que son nacionalistas? ¿Y por qué sus labores no son difundidas más de lo que hasta ahora se habla? Se lo merecerían, ¿no? En cambio pareciera que estamos hablando de un grupo secreto, una logia o culto, con santo y seña y demás. Que, ¿hay que hacer ritos de iniciación?
Doménic se puso serio.
—No me gusta que bromees con esto. Déjame continuar.
Michael así lo hizo. Doménic continuó:
—No te lo dije al principio, pero espero que sepas que esta conversación va a ser entre caballeros y que espero que lo dicho aquí no se repita más allá… ¿de acuerdo?
—De acuerdo, pero yo no sabía que la plática iba a ser tan solemne.
—¿Solemne? ¿De qué hablas? Aquí nadie es solemne …
—Si tú lo dices, supongo que no…
—Quiero que te nos unas.
Michael creyó haber oído mal.
—¿Cómo?
—Sí, al Grupo Gris.
—¿Que me les una…?
—Así es.
Michael se sintió apenado y preocupado. La fama del Grupo Gris no era nada buena. No sabía mucho de ellos pero era obvio que era un grupo en el que todo avanzaba muy rápido. Demasiado rápido, para precisar mejor… Era casi bochornoso…
Por otra parte, y Michael se esforzó en ser honesto consigo mismo… ¿no era eso lo que él quería al final? Avanzar rápido, ¿no lo querían todos? Sí, pero… lo de siempre: los malditos «peros» del mundo… ¿cuál sería el precio?
—No creo que sea buena idea, Dome… no por el momento.
—¿Qué quieres decir? —Preguntó Doménic, sorprendido.
—Que no creo que sea lo que quiero, ahora por lo menos… y no quisiera que me lo tomaras a mal.
La cara de Doménic era gris, cenicienta. Dijo:
—Creo que no me has entendido bien, Michael. Si te he estado diciendo esto, es porque sé que necesitas estar en el Grupo. Aquí no hay otra manera de avanzar…
—Hace un rato tú mismo me aceptaste que sí…
—Sí, pero con muchas dificultades. Ahora, sólo piensa por un segundo, qué pasaría si alguien quisiera avanzar… contra la corriente…
—¿Qué quieres decir?
—Nada… sólo que siempre puede haber dificultades… inesperadas.
Michael estaba suspicaz.
—¿Es una amenaza?
—No. ¿De qué hablas? Nadie amenaza a nadie. Espérate... escúchame primero… —el tono de Doménic era casi implorante—. No me rechaces todavía, Michael, entiende, hablaría muy mal de mí el que me rechaces…
—¿Por qué?
—¿¡Por qué!? ¡Porque pensé que te conocía y que querías ser alguien aquí en la PoliUniversidad…!
Michael miró hacia el interior de su taza de café para averiguar qué le podría contestar a Doménic que le sonara convincente para él y para sí mismo.
—Sí quiero ser alguien, Dome, pero me gustaría saber a qué me atengo y a qué me arriesgo. Por otro lado, tu actitud me hace preguntarme: ¿con quién quedarás mal? ¿Que acaso estás en una especie de oficina de reclutamiento? Y por supuesto que quisiera saber el por qué me escogiste a mí…
La voz de Doménic era fría.
—Porque tú tienes los ingredientes… Trabajas de manera callada, eres abierto y sabemos que tienes ambiciones...
—Sí las tengo, ya te lo he dicho…
—Tu precio, Michael, ¿cuál es tu precio?
Michael se sobresaltó.
—¿De qué hablas? ¿Precio para qué?
Doménic guardó silencio. Al cabo de una pausa habló:
—¿No te gustaría… no te gustaría que hiciéramos lo posible por traer del lejano oriente a una chica muy querida por ti…?
Eso alteró a Michael. ¡Sabían de Catherine! ¿Cómo era posible? No era secreto del todo, pero el hecho de que alguien de fuera de su círculo se lo mencionara, y sobre todo en el contexto y el tono en el que lo estaba diciendo, hizo que se alterara…
—¿Cómo lo sabes? ¡Quiero saberlo!
Doménic le sonrió con el aplomo de saber que traía mano en el juego:
—Sabemos mucho… sobre ti…
Michael seguía alterado.
—Pero… ¿por qué lo mencionas? Ahora y en este mismo instante… ¿Crees que no sé lo casi imposible que sería eso?
Doménic seguía sonriendo de una manera curiosa, casi siniestra, como si supiera que tenía a su presa muy cerca:
—Sí lo sabemos, pero sabrás que para nosotros casi no tenemos imposibles. Hay nexos y… ciertas conexiones… sobre todo si estás bien colocado…
Ahora Michael comprendía que debía sobreponerse a la ventaja de Doménic:
—Y tú… ¿tienes parientes o padrinos bien colocados?
Doménic miró con frialdad a su interlocutor. Sonreía de manera irónica mientras hablaba:
—Aunque lo dudes, sí los tengo, pero creéme que para ellos hubo un tiempo en el que no fui nadie, y… bueno, sólo hasta hace poco pude hacer las paces, pero esa es otra historia para después… cuando aceptes.
—¿Qué… si acepto?
Doménic se relajó un poco, sin dejar de mirar a Michael.
—Se te darán facilidades para estudiar con cualquier beca que prefieras, se te darán responsabilidades que ni has soñado y sobre todo, Michael, y ya estoy hablando demasiado, se te dará la posibilidad, una verdadera posibilidad, de cambiar las cosas a tu antojo…
Michael estaba extrañado.
—¿De qué hablas?
—De un poder que nadie te podría dar. Es más, que tú ni siquiera has imaginado…Tus decisiones podrían ya dejar de influir sólo en tristes e inanimados modelos de simulación… Ya dejarás de jugar con computadoras y máquinas SIM, con tu amigo el técnico, Poincaré. Ahora lo podrías hacer en la vida real con personas reales, con factores económicos de verdad. Un poder impresionante de vida o muerte... Las posibilidades son de alucine… casi ilimitadas, podría agregar… ¿lo puedes creer?
Michael sin entender nada, decidió sondear el terreno:
—Supongo que sí, si tú lo dices… no es que dude, pero, se me hace demasiado… embotante… —agregó con cautela—: ¿Hay gente que lo ha hecho?
Se vio que Doménic contuvo su entusiasmo. Mirando a su bebida, dijo:
—Esa información está restringida, lo único que te puedo… decir es que estaría a tu alcance en cualquier momento que lo decidieras. Ahí está todo…
«¿Sería posible?», se preguntó Michael.
—Ellos, ¿sí tienen la posibilidad? ¿Lo has hecho tú mismo?
—No, todavía no llego hasta ahí, pero creo que lo haría sin dudarlo —le brillaron los ojos—. Piensa: el hacer ahora tus experimentos sociales, un estímulo por aquí, un desestímulo por allá, todo controlado a la perfección…
—Un juego de selección natural… ¿ustedes quieren ser dioses o algo semejante?
— Ya lo comprendes, Michael… en algún sentido ya lo somos.
Michael guardó silencio. Lo que hablaba Doménic era inesperado, él ya sabía uno que otro detalle del Grupo Gris pero siempre había pensado que se relacionaba con las eternas mafias que tienen un acceso continuo y directo a las becas, a los mejores horarios, a los mejores puestos. Podría haber sido una red de tráfico de contactos e influencias, pero a lo que se refería Doménic era a algo mayor, más impresionante. Trató de ganar tiempo. Tenía que reflexionar. No podía imaginarse en pertenecer a un grupo así, él tenía otras ideas. A como Doménic lo estaba pintando sonaba antinatural, siniestro en cierto modo.
Resolvió contestar con preguntas:
—¿Tú qué harías?
—Yo diría que sí. Es obvio, dije que sí...
—¿Y estás en alguna etapa? ¿La de un cinta negra, o algo similar?
Doménic sonrió, jovial de nuevo.
—Te puedo decir que estoy en el nivel intermedio. Ya estoy en la lista para entrar más arriba… Debes de aceptar, son oportunidades que no se piensan demasiado, creélo…
—¿Sabes que me estás ofreciendo un pacto faustiano? —Michael se aclaró la garganta—. Mira, ni yo mismo sé qué es lo que quiero de la vida, y muchas veces me han acusado de eso, permíteme que te diga. Pero sí sé lo que no quiero, y lo que no quiero es un trato con el diablo… —Respiró profundo y continuó—: Doménic, escucha: yo no sé si te simpatizo, pero, creéme, no estoy dispuesto… ya me siento amenazado, ya me ofreciste algo bastante importante para mí, pero, no... Me sigue sonando hueco. Siento que esto no es para mí.
Doménic sólo escuchaba y apretaba los puños con disimulo. Su voz sonaba tensa, muy tensa, como a punto de quebrársele en cualquier momento.
—Michael, te necesitamos…
—¿Quién? ¿Quién me necesita?
Doménic tragó saliva. Su nerviosismo era evidente.
—Es simple… estamos trabajando para unir a todo el mundo pensante que pueda valer en este país y tú estás incluido… No tienes opción, te queremos aquí con nosotros… Acepta… No hay mucho tiempo para pensar.
Doménic logró sonreír con un poco de aire de autosuficiencia. Luego se adelantó en la mesa como si estuviera a punto de soltar una confidencia.
—Michael, yo pensé que éramos amigos. Sabes cuánto te estimo. Eres… te has convertido en una persona muy importante para mí. Yo… tú sabes, me eres de especial interés, repito. Y quisiera que trabajaras conmigo y… ya luego veríamos que sale… algo positivo, estoy seguro.
Michael se quedó serio. Su interlocutor continuó:
—Siempre te he tenido en alta estima. Y sé también que a veces… bueno, pienso que no te he sido indiferente. Además, ya has sido investigado, digo, en el sentido de tus intereses…
Michael sintió de repente que la distancia entre ambos ya había cambiado. Sabía que ahora menos debía dejar sentir un rechazo. Pero debía ser firme, ¿no lo acababa de chantajear respecto a Catherine? Respiró hondo. Miró cómo la gente iba y venía en los pasillos de la cafetería. Algunos levantaban sus charolas, ya habiendo terminado. Otros platicaban de los asuntos normales que las personas platican en una tarde corriente. Volteó a ver a Doménic. Habló con cuidado:
—Te agradezco tu atención, pero mis… inclinaciones no van mucho por ahí, además, yo tengo mi trabajo, mi proyecto…
Ahora el rostro de Doménic se endureció. Michael continuó:
—Doménic, entiende, no sé si esté preparado para aceptar… esto.
—No, escúchame bien tú, Michael. Nadie está en posibilidad de rechazar este ofrecimiento. Todos tienen, bien, no digamos la palabra precio, pero todos tenemos algo que queremos sin poderlo conseguir y entiende, que si hay posibilidad de realizarlo se podrá realizar…
Michael sintió que esto ya no podría extenderlo más allá. Ya había sido demasiado. Ya estaba dicho todo.
—También te entiendo, Doménic, y aprecio tu esfuerzo, pero no voy a aceptarlo. Es difícil de explicar. Yo no me manejo con base en avances en escalas o bueno… subir escaños corporativos, yo sólo… yo sólo quiero trabajar y que me dejen trabajar. Creéme que me tienta, y soy sincero, sí me llama la atención eso de los laboratorios de simulación real, de los que hablaste, pero no ignoro lo que eso conlleva. Pero siento que… no es del todo ético hacer las cosas así… no, debe de haber otra manera… En estos momentos no puedo aceptar… y no sé si algún día podré aceptar.
Su interlocutor estaba tan confundido como un Ángel que ofreció el Cielo y la Salvación a un pecador y recibiera el peor de sus rechazos. Dijo:
—No te entiendo, Michael ¿no fui claro o qué? Casi te estoy diciendo que no puedes rechazar esto, ¡fuiste seleccionado! Se te darán todas las facilidades de proyectos, tendrás privilegios de muchos tipos…
—Sí, fuiste claro. Sólo que no eres tú, es… el misterio de todo esto, no sé qué examinaste de mí pero a mí no me gusta trabajar así... No es el tipo de reconocimiento que busco…
Doménic le clavó la mirada con la misma cara endurecida. Dijo:
—No seas tú uno de esos idealistas imbéciles, por favor, Michael.
—No soy idealista, Doménic. Más bien no voy con tu estándar de realista tampoco, si eso es lo que quieres decir…
Doménic no lo veía. Dijo:
—¿Es tu última palabra?
—Me temo que así es, Doménic.
Éste no dijo nada, pagó la cuenta en silencio, su semblante hosco. Muy molesto, en definitiva. Michael miraba hacia abajo, apenado. Doménic se levantó y dijo:
—Sólo quiero que sepas que si alguna palabra de esto sale de aquí, yo lo sabré de inmediato. Y si es así me vengaré de una manera bastante dolorosa hacia ti. Así que ya lo sabes.
Michael volteó a verlo, desafiante.
—¿Es una amenaza?
—Ya lo sabes… y también quiero que sepas que esta… humillación jamás la olvidaré… y te la voy a hacer tragar, cabrón.
Doménic se levantó y se fue. No volteó la vista atrás.
A Michael le empezó a doler la cabeza. Sólo suspiró.

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