Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

16. Erasmo

Era una cantidad insólita de papeles. La habitación y el despacho despedían un aroma indefinido que podría ser humedad, por lo encerrado, o, simplemente, olor a viejo.
Horas y horas sopesando qué decir y tratando de adivinar qué le podría contestar el gran Erasmo de Cuautla, como era conocido dentro y fuera de la Matriz, debido a que era una persona muy ocupada que no dispondría de mucho tiempo para él.
Nada más entró en su casa, fue al grano.
Michael acostumbraba bajar la voz cuando estaba con Erasmo por su costumbre de hablar relajado y calmo. Pero en ese momento su maestro la estaba alzando, situación muy inusual en él.
La discusión presagiaba ser acalorada.
—¿Pero cuál es tú problema entonces, Michael? Te lo repito, a nadie le interesa Tlatelolco, sólo a unos, muy pocos, fanáticos y obsesivos que aún quieren una justicia lejana y pasada de moda…
Michael de Montaigne permanecía impasible, ocultando su confusión de cuando replicar.
Con Erasmo debía andarse con cuidado.
La presencia del anciano era, como siempre, implacable e impecable, no muy alto, con escaso pelo canoso, mirada penetrante enmarcada por lentes gruesos, anticuados y negros, que aún tenía la particularidad de usar una anacrónica corbata de moño en los eventos importantes, barriga por la que habían pasado tantas y tantas reuniones durante los años y los amigos. No por nada lo respetaban y lo consultaban de todas partes. Erasmo era como un León en Invierno, sabido que ya estaba en decadencia, pero siempre dentro de la dignidad de su propio ocaso. Principio y fin de una familia de intelectuales frustrados como él solía decir.
Michael se atrevió a decir con timidez:
—Pero… ¿y la verdad, maestro?
—¿Cuál verdad, Michael? ¿La tuya, la mía, la de quién? —la voz sonaba irritada.
—La que es...
El anciano hizo un gesto de enfado.
—¿Qué no entiendes? Tlatelolco está más que enterrado en el tiempo…
Michael se miró, impasible, frente a una de las mentes más notables del país. Dijo:
—Pero no deja de ser importante... La verdad en este caso, insisto.
Erasmo refunfuñó, irritado:
—Buscar la verdad siempre es necesario, pero esa verdad en particular, en este momento y en cualquier otro, es tiempo perdido, lo sabes bien. Ya todo fue escrito…
Michael no cejaba.
—Será mi tiempo… que el reglamento me lo permite…
—¡Será a tu costa y no de la PoliUniversidad!
La voz de Erasmo retumbó en el cuarto; el anciano se irguió, molesto. Michael no quiso mostrar debilidad. Sintió que si lo hacía estaría perdido.
—¡Estoy en mi derecho…!
Michael sorprendido del tono fuerte con el que acababa de expresarse, de inmediato deseó no haberlo dicho de ese modo.
—Michael, ¿es desafío?
Su superior tenía el rostro endurecido. Las arrugas formaban fuertes surcos en su frente que señalarían una próxima apoplejía. Pero Michael hacía mucho que lo conocía y sabía que no debía ceder. No en ese momento. Pero tampoco no quería presentar batalla. Se tomó un poco de tiempo para contestar. Erasmo se volvió a sentar. Michael, más suave, expresó:
—No, no es un desafío… pero quiero recordarle que puedo tomar tiempo de mi año sabático… está en el reglamento…
Erasmo gruñó mientras se acomodaba en su sillón. Sus manos temblaban un poco. Replicó:
—El cual, si no me equivoco, será dentro de dos años…
Michael, maravillado, comprobaba que su maestro estaba en todo. Se apresuró a aclarar:
—Sí, pero según los estatutos del establecimiento de maestros e investigadores, el año sabático se puede adelantar por dispensa especial de uno solo de los decanos, después de los cuatro años… y yo ya tengo cinco aquí. Además, usted sabe que cuento con el apoyo de mi departamento…
El maestro habló mientras con una mano se ponía sus lentes. De manera lenta, le dio la espalda como para trabajar en su escritorio. Dijo:
—Haz lo que quieras. No me escuchas. No me necesitas…
Empezó a mover unos papeles. Michael permaneció sin moverse en el mismo lugar en donde estaba sentado desde que llegó. Sintió que había alterado a su maestro más de lo suficiente, pero no sabía con exactitud el porqué. Estaba confundido.
Volvió a insistir de manera amable, pero firme:
—Maestro Erasmo, sabe que la razón me asiste.
Su maestro volvió la vista hacia él otra vez, exasperado y con una penetrante mirada, explotó:
—¡De nuevo dale con la razón! ¡Basta de decirme abstracciones, significados, sentimientos…! ¡Yo quiero hechos, razones objetivas… y no me los has mostrado!
Michael permaneció en su sitio. Olfateando terreno minado, empezó a hablar más rápido. Tendría que manejarse con cuidado.
—No le bastaron, maestro, lo que es distinto. Le presenté el resumen. Allá en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 hubo una tragedia y nunca ha sido aclarada del todo, ni siquiera con las tres grandes investigaciones: la de los veinticinco años de 1993; la de 1998-99; y luego la de la Reconciliación Nacional del 2010, y las tres nunca fueron del todo convincentes. Nunca sacaron nombres de los responsables, más allá de los populares de todos sabidos; nunca hubo procesos de quienes ejercieron la violencia que terminaran en condenas; por último nunca se pidió perdón público oficial a las familias de las víctimas inocentes muertas ni a las que estuvieron encarceladas.
Michael se interrumpió. Su mentor tomó la pausa para arremeter, aunque más tranquilo:
—Sabes que el ejército ha sido inexpugnable con eso y que jamás cederá. Es posible incluso que haya destruido sus propios archivos durante los días siguientes de los hechos, si es que hubo archivos alguna vez de su parte. Por otro lado, la creencia popular, la escrita, la intelectual y la periodística ya acusaban al ejército, a gentes del estado mayor y al gobierno de entonces, ¿qué es lo que buscas aportar de nuevo? ¿No comprendes, Michael, que no hay nada nuevo bajo el sol? —El viejo profesor suspiró—. No te entiendo, hijo, de veras, no te entiendo…
Michael también suspiró. Se sentía triste de que su mentor y maestro no lo comprendiera. Sentía que todo era su culpa por no saber explicarse y por no haber comunicado bien la idea. Casi se sentía derrotado. Por otro lado, creía conocer a su maestro. Nunca pensó que él mostrara tanta pasión por ese tema.
Al no recibir réplica, su mentor continuó, esta vez de manera más suave, como si eso le ayudara a pensar mejor.
—De acuerdo. Creo, y escúchame bien, porque no quiero que me mal interpretes, Michael. La PoliUniversidad a través de mí, que represento a la Escuela Superior de Historia y de Asuntos Políticos de la misma en el Comité de Decanos, no permitirá que se use su nombre ni su presupuesto, en una investigación oficial de los hechos conocidos en la tradición popular como los eventos de la Noche de Tlatelolco… Pero, quiero que sepas, en honor a nuestra amistad, que, a título personal, yo no pondré objeciones oficiales si tomas tiempo y uso de sus instalaciones para tus propósitos, y además, quiero también que sepas algo más...
El mentor parecía pontificial en su pausa. Su discípulo estaba en alerta máxima. Algo parecía haber cambiado en la mente de Erasmo.
—¿Qué, maestro?
—…que si esto llega a oídos oficiales, y no me vengas con que me estoy contradiciendo, sabes muy bien de lo que hablo. Repito, si esto llega a oídos oficiales, ni yo, ni la PoliUniversidad estarán ahí para sacarte del embrollo. Si crees que tu proyecto de investigación vale la pena como para arriesgar tu puesto, tu carrera y tu reputación, adelante.
El mentor, ya anciano y ya desacostumbrado a escuchar proposiciones absurdas para proyectos, se detuvo. Michael seguía atento, solícito. Su corazón se alegraba de la pequeña victoria que significaba que su viejo amigo estuviera de acuerdo, aunque no lo dijera como hubiera querido, claro. Éste interrumpió su tren de pensamientos:
—¿Sabes algo, Michael? Mi posición ya no es tan… fuerte como antes… han pasado… situaciones y eventos… Estoy frágil, mi… salud, quiero decir, no soy lo mismo de antes —inspiró con fuerza—. Lo que quiero decirte es que ante una de estas situaciones admiro una obsesión como la tuya… La búsqueda de la verdad siempre ha valido la pena. Y si tú crees saber o conocer los compromisos, los deberes, y, sobre todo, las consecuencias de esa búsqueda, de lo que sucederá con lo que obtengas, pues no me queda más que decirte, con cierta reticencia natural por supuesto, que… adelante.
El viejo maestro se detuvo a limpiar una vez más sus lentes y prosiguió en tono de reflexión:
—Yo ya estoy viejo… Creo que todos pasaremos por esto… En estos tiempos modernos las propuestas de investigación deben de proyectar más erudición, más sofisticación. Del pasado, la gente actual sólo quiere saber lo que sucedió en el año Ce Acatl, allá, con Quetzalcóatl. Quieren averiguar de qué murió Pacal, el rey maya. Al fin que toda su corte, amigos y traidores, ya no están por aquí… ¿o has visto alguno de ellos cuchicheando, para hacer alianzas por los corredores, o para traicionar a su señor?
Michael sonrió.
—No, Michael, la gente, ellos —señaló a su alrededor de manera vaga—, no quieren comprometerse. Pero tú sabes, aquí en este país estamos rodeados de historia hasta la coronilla: se abre una zanja allá, en la vieja capital, y se obtiene, en ese orden, desechos tóxicos, basura, cuerpos de torturados, más basura, muertos de algún terremoto o inundación, y, por fin, una gran piedra ceremonial de sacrificios… los gobiernos, de cualquier nivel y tiempo, prefieren, y les encanta, que les excaven sus ruinas, pero eso sí, que no sean recientes, que sean las antiguas, no las que se crearon durante sus tiempos. No aceptan que alguien les muestre el cadáver aún caliente, ese, del tipo importante, que recién ayer mal enterraron ellos mismos o sus sicarios.
Guardó silencio mientras se quitaba los lentes para ver a través de ellos, buscando basuritas imaginarias. Erasmo continuó:
—Ellos… quieren ver el cadáver o los restos, si prefieres, del rey zapoteca… del orfebre mixteca… del guerrero maya… o azteca… del sacerdote teotihuacano. Si es posible, con joyas… pectorales… de oro... de oro puro…
El anciano mentor hizo una pausa para toser.
—Si, Michael. Considero valiosa tu opinión. Considero valioso tu esfuerzo. Escúchame, me dolería que encontraras algo que fuera importante… porque eso podría ser equivalente a «peligroso» y con consecuencias inciertas.
Su ex alumno escuchaba.
—Ahora, Michael, amigo mío, porque tú también eres mi amigo y no lo olvides —hizo un pequeño gesto de dolor mientras se tocaba el pecho—, mmmh, ahora ¿me puedes pasar la nitro? Creo que me siento un poco mal y me está doliendo la angina.
El anciano cerró los ojos como en actitud de rigidez. Michael sólo atendía el tono emocional de su maestro pero cuando escuchó la palabra «nitro» no necesitó un segundo más. De inmediato se levantó de la silla y acudió a la antigua vitrina, donde él sabía que se encontraba su arsenal de medicinas.
—¿Cuál, maestro, el vaporizador o las pastillas? —Preguntó disimulando su ansiedad y preocupación por la salud del anciano.
Éste empezó a respirar con un poco de dificultad, su frente empezó a mostrar trazos de sudor. Cerró los ojos como haciendo un esfuerzo y los abrió.
—En mi caso, muchacho… es igual, aunque prefiero la pastilla…
—Aquí está, maestro. No hable más. No se agite.
Su mentor tomó la pastilla con manos firmes. Michael le notó el leve temblor. Él continuó, ya un poco más aliviado:
—El hecho de que esté debajo de mi lengua me da más… seguridad… pero mis docs, mis doctores… me han advertido que se tarda más en hacer su efecto y que ese retardo… aunque pequeño, podría serme fatal —el anciano hizo un gesto de fastidio—: ¡Bah! Estamos en la segunda década del siglo XXI… y aún esos tontos no saben curar una maldita gripe que se respete y tampoco… saben del confort que se procura al sentir algo físico debajo de tu lengua…
Erasmo tenía mejor color. Respiraba de manera apacible. La cara de sufrimiento fue sustituida por la cara tranquila de siempre.
Michael sabía que era hora de marcharse. Trató de sacar una plática trivial.
—De acuerdo, maestro… cuídese, estése tranquilo —trató de animarlo antes de despedirse—: lo bueno es que usted se ve fuerte, y… usted sabe, siento tener que dejarlo ahora, pero es que ya no lo quiero molestar, además, tengo que empezar ciertos preparativos respecto a lo hablado. Creo que no es necesario decirle lo que le agradezco infinitamente su apoyo.
Erasmo cerró los ojos. Se encogió de hombros.
—Me sobrestimas, muchacho, ya no soy lo que era antes. Además, hay algo que me preocupa demasiado —guardó silencio por un segundo—, seguro has visto a la prensa, me… atacan porque… los incomodo, aunque ellos no lo dicen así: «…esquemas mezquinos ajenos a la realidad actual…». Eso aseguran que propongo. ¡Bah! Luego dirán que estoy senil y que seguido me visita el señor Alzheimer con su olvido en la cartera. A propósito, yo nunca dije que te apoyaba en ese tono —le protestó—, sino que no pondría más objeciones, recuérdalo…
Michael sintió que su tenue sonrisa le contradecía.
—Perdón, creí haber oído mal —también sonrió.
—Pues no andes oyendo mal, muchacho… Y cuando salgas, cierra la puerta y dile a Hedy que venga en quince minutos. Ya vete, que me estás quitando el tiempo —dijo mientras le hacía a Michael el gesto con la mano de que se alejara.
Michael, al llegar a la vieja puerta, dijo:
—No le decepcionaré. O por lo menos trataré de no hacerlo.
El maestro le contestó.
—No me preocupa. No hay razón. Si me llegas a decepcionar, bueno, nunca lo llegaré a saber, porque… en fin, nadie me lo dirá, ni tú siquiera… Tu camino es difícil. Más difícil de lo que crees. Puede que vengan tiempos penosos, tiempos oscuros. Te deseo suerte y si te hace falta algo, un consejo, una orientación extraoficial, como amigos… vuelve aquí… Recuerda: Vuelve aquí… pase lo que pase… Adiós, Michael.
El maestro se volvió hacia sus papeles.
Michael sonrío, un poco confundido, sin decir nada más y salió de la casa.
Su mentor se quedó allí en espera de la señorita Hedy. El dolor cedió por fin. Ordenó música de Mozart en el concentrador y se puso a revisar los reportes diarios que requerían de su atención exclusiva. La demás basura que le llegaba por PLAANET —avisos inútiles o reiterativos, publicidad, noticias— era filtrada, como siempre.
En el aire se empezó a abrir paso de manera majestuosa, holofónica, la Sinfonía 40, la «Júpiter».
La señorita Hedy llegó con una bandeja. Traía el pan de dulce tal y como él que conocía y amaba tanto allá, en el viejo D.F. Sólo un pan. Le ordenaron que no fuera goloso, le dijeron que le podía ir mal.
A él no le importaba. Había muchos asuntos que a él ya no le importaban.

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