Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

Nota para la republicación en Internet de Technotitlan: Año Cero

...después de cinco años...

Había una vez una novela que tenía ciertas ambiciones. Algunas se realizaron, otras no. Este libro que estará aquí por partes fue impreso después de muchas vicisitudes y en condiciones ciertamente adversas.

Fue una edición de autor.

Así y todo se vendieron todos los libros que se imprimieron (330 en total, y se regalaron menos de veinte, hubo una persona que me compró seis y sin conocerla de antes y jamás verla después) e incluso se produjo en CD.

El libro rompió al menos un paradigma sagrado, el libro tenía (de hecho tiene) garantía: Si no te gustaba te devolvía el dinero. El costo del libro era 180 pesos y luego fue de 200 pesos mexicanos. Así de sencillo. Sin preguntar.

El website original estuvo desde el 3 de octubre de 1998, justo para la inauguración de la Feria Internacional del Libro de ese año en Monterrey, hasta tres o cuatro años después.

El website desapareció porque me fue imposible pagarlo. Falta de flujo financiero.

En él se simulaba una pantalla de La Matriz (excelentemente bien realizada por mi buen amigo Mario Saldaña) a la que se "conectaba" todo mundo académico que aparecía en la novela. (Antes de seguir, el punto de “La Matriz”, por lo menos el puro nombre, no tiene nada que ver con la película The Matrix, que se estrenó después de terminar de escribir Technotitlan, en marzo de 1999, cuestión de verificar los derechos de autor que me fueron dados antes de esa fecha, pero no importa, lo único común entre ambas obras es el nombre, nada más).

El website contenía alrededor de 28 o 30 capítulos de la novela (la primera y segunda parte de cuatro en total) de 58 en total que se tenían. La idea era que la gente escribiese para pedir los demás, así lo hicieron varias personas, detalle que me complació enormemente.El tema de Technotitlan: Año Cero, tiene que ver con tecnología, política y sociedad.

Aquí está la primera parte como si fuera un solo blog. Es la manera más sencilla de volver a compartirla, por si alguien se la encuentra de casualidad o a propósito.Pondré las demás partes en cuanto pueda, pero me era importante colocarla aquí ya que hoy mismo es aniversario de Tlatelolco, 2 de Octubre, que es donde y cuando comenzó todo allá por 1968.

La tragedia del 2 de Octubre me pesó tanto cuando supe de ello en mi adolescencia (tendría catorce años), aún sin tener ningún contacto con personas que sufrieron en ese lugar y en esa época, que fue la que me estimuló con espacio del tiempo en escribir algo relativo al tema.El día 2 de Octubre de 1993, el 25 aniversario del suceso, salió tanta información del tema de repente, un verdadero diluvio, muestra de la libertad de expresión que se fue ganando, que me impelió a empezar algo en grande. Como de alguna manera soy ingeniero en sistemas y tengo un gusto por la tecnología, decidí que el enfoque sería por ahí, sin olvidar el tono de la tragedia y el respeto por la memoria de los desaparecidos y sus familiares.

El agregar la trama moderna de las demás partes de la novela, las que ocurren en el año 2018, me permitió jugar con una ciencia ficción que considero plausible, aún y que comencé a escribir esto ya hoy, 2006, hace trece años, sin olvidar para nada que la ciencia ficción que aparece en Technotitlan, poca o mucha, está al servicio de la historia, y no al revés.

Por supuesto que hay temas que ya podrían parecer obsoletos o tímidos, o demasiado prematuros, pero poniéndose a pensar, las cosas son así, intentas hacer prospectiva y ver hacia donde vamos y sobre todo, en cómo llegaremos hacia allá, hacia un mundo de 2018 en una nueva Capital de la República: El nuevo DF, la Gran Technotitlan.

Ojalá les agrade, si una persona está interesada en verla en su formato Word original, con sólo pedirlo a metaconexiones@gmail.com, con gusto se las enviaré en dos archivos Word.Gracias por su atención.

Luis García

NOTA INTRODUCTORIA (La original):

Technotitlan es una historia de ficción. Todos los personajes y situaciones son producto de la imaginación del autor. Los sucesos históricos del verano y otoño de 1968 a los que se hace referencia están basados en reportes que aparecieron en libros reconocidos y en reportajes de revistas y periódicos que cada aniversario aparecen. Se trató de revivir el espiritu de esa época.

Technotitlan trata de involucrar los hechos de Tlatelolco y de relacionarlos con el desarrollo del país llegando hasta la segunda década del próximo siglo en el año 2018.

Technotitlan es una novela política y tecnológica que bordea la fantasía. La novela consta de 4 partes:

La primera es Vida y muerte en Tlatelolco. La segunda es Vida y muerte en la PoliUniversidad. La tercera es Vida y muerte en la Matriz. La cuarta es Vida y muerte en Technotitlan.Mucho de lo que aparece relativo al futuro en las partes 2, 3 y 4 están basadas en información aparecida en incontables números de Scientific American, Wired, Time, Discover y Bussiness Week de los años de 1993 al 1999. Detalles podrán ser revisados en el site de Internet de www.technotitlan.com.mx . (NO EXISTE DE MOMENTO ESTA LIGA)

Jaron Lanier existe. El punto sobre las Islas Catalina es cierto. Se está trabajando en máquinas espirituales, en personalidades sintéticas, en computadoras basadas en fotones, en telepresencia, realidades “aumentadas” y en realidades virtuales obtenidas en base a documentos fuentes, en conexiones hápticas, en ciudades supermodernas conectadas de todo a todo, los detalles comentados sobre los cultivos de órganos son ciertos (pero no obtenibles todavía), los agentes de información en base a software se están desarrollando, las máquinas de Turing existen (quizá no tan simplificadas). Además se está trabajando en realidad virtual provista de olor y tacto además. Los tatuajes orgánicos no existen (todavía).

Esta novela se terminó de escribir en agosto de 1997.

El conflicto actual de la UNAM no es responsabilidad del autor.

Singapur, la Disneylandia con pena de muerte, no es similar a como se comenta (cada quien busca su felicidad a como quiere), pero uno no sabe lo que pueda pasar al paso del tiempo.

La COMPENSAN es producto de la imaginación del autor. Afortunadamente.

13. Poincaré

Technotitlan, Nuevo D.F., 2018

¿Y luego qué pasó? ¿Corriste de allí? ¿Huiste del país?
—Bueno, ni corrí ni huí, sólo dejé de leerlo y me fui a refugiar a mi cuarto.
—¿Y después?
—Así estuve un buen tiempo.
—¿Cuánto?
—Mucho…
Caminaban rumbo al salón del almacén en donde realizarían la experiencia sensitiva.
Michael llevaba en sus manos una caja que parecía pesarle mucho, Poincaré, al contrario, cargaba una gran cantidad de documentos, al parecer sin esfuerzo.
Llegaron a la puerta y Poincaré colocó su mano sobre el picaporte. Éste leyó su palma y de inmediato desconectó el seguro de la cerradura. La puerta se abrió con un sonido suave.
—Me imagino que fue ese el momento en que decidiste cambiarte el nombre de Jean Páris por el de Michael de Montaigne.
—No, ¿por qué lo dices?
—Digo, te entendería, tuviste un trauma gigante cuando descubriste que tu papá no era el que creías. Bueno, sí era el que creías pero ese papá no tenía nada que ver con tu abuela… por cierto, ¿cómo está la señora Alcira?
Michael se encogió de hombros.
—Hablé con ella hace como un mes o dos, me dice que está bien de salud… ya anda como en los setenta y cinco u ochenta años, creo. Pero volviendo, no fue ahí cuando me cambié el nombre…
—¿Luego qué hiciste?
—No me acuerdo bien, acabé de leer toda la carpeta, las cartas, el final que me dejó confundido. Quedaron preguntas: adónde se fue él, que hizo después... Lo que me quedó claro es que Alejandro decidió regresar en un viaje sentimental del recuerdo, allá por 1992 o 1993, puesto que fue cuando escribió esas notas…
Hizo una pausa.
—Fue tan sentimental su retorno que se dio tiempo incluso para conocer a una mujer, embarazarla y, ¿por qué no decirlo?, abandonarla a la mala. Poco después ella sola me tuvo, y en su momento, me dejó con mi abuela… Y listo, el paquete arreglado. Ya tenía yo quién me cuidara…
—¿Volvieron?
—Alejandro, un rotundo no. ¿Mi mamá? No exactamente… que yo sepa, ella no me dejó de inmediato. Piensa que eso sucedió desde que nací hasta pasados mis cuatro años... Todo es nebuloso. Nadie me explicó nada. Pero te puedo componer la historia de alguna manera: Yo creo que mi mamá se dio cuenta que tenerme era muy complicado, tal vez no tenía el carácter, o estaba en bancarrota moral y quizás ella prefirió dejarme con la abuela porque pensó que era lo mejor… No sé, tendría muchas broncas en su propia casa, qué sé yo...
—Te veo muy tranquilo cuando hablas así… ¿es cierto que no sientes nada?
—Siendo sincero, no. Ya he tenido mucho tiempo para recrearme un pasado, un presente y quizás, un futuro...
Después de muchos pasillos llegaron a una de las salas. Poincaré lo detuvo.
—Espérate, antes que nada, me vas a decir —le abrió la puerta y lo dejó entrar—: ¿Qué te parece lo que hice?
Michael vio el mobiliario y estilo de un laboratorio químico pero sin las máquinas centrifugadoras, mecheros, analizadores y demás instrumentos que conformaban un laboratorio de verdad.
En lugar de eso vio pantallas, teclados, antenas, computadoras, cables, muchos cables, todo un verdadero centro experimental.
Michael preguntó:
—Poinc, ¿cómo hiciste para llenar todo esto nada más con tus aparatos? Mira, casi no hay espacio, ¿y el equipo químico?
—Bueno, hubo unas pequeñas alteraciones por aquí y por allá con la gente de intendencia. Además, ya sabes como es eso de que a veces los e-memos correctos llegan a la gente correcta en el momento correcto… Eso ha hecho maravillas desde que se utilizó el correo interno en las organizaciones…
—Claro, e-memos que casualmente coincidían con tu objetivo ¿verdad? —Michael lo miró a los ojos, suspicaz, cuando la expresión de Poincaré, sonriéndole burlón, hizo que se escandalizara de manera ligera—: ¡¿Qué…?! ¡No te creo! ¿Qué nadie comprueba nada…?
Poincaré se encogió de hombros.
—Si Arquímedes viviera hoy, diría: Dame un poco de burocracia infotizada y moveré al mundo… Por otra parte, no tarda en que les lleguen a los interesados los e-memorandos correspondientes de que ya está todo comprobado conforme al reglamento interno de la PoliUniversidad… Michael, en el fondo todo está bien… con el nombre de algún suplente que estuviera de vacaciones en este momento más una firma electrónica de autentificación autorizada pero ilegible… Todo muy dentro de lo normal y de la lógica, lo cual es bastante importante. Y aquí lo tenemos: Un laboratorio de buenas dimensiones para poder jugar el tiempo que queramos mientras éste sea de unas semanas...
—Y, ¿será suficiente?
—Bueno, en realidad se me hizo mucho pedirlo por el semestre completo. No se debe de forzar a la suerte nunca… recuerda que los dioses se enojan con los que piden demasiado. El hubris y esas ondas…
Empezaron a descargar el contenido de la caja.
—Volviendo a ese «Libro de Alex» como le dices, ¿qué sucedió además de tu trauma? ¿Terminaste odiando a tu padre, a tu madre, a la abuela, a la señora Alcira, a los políticos, a los soldados, a Díaz Ordaz, a los de la limpieza? ¿A todos?
—¿Odio? —Michael se quedó pensando—. Bueno, odio, no… ya no… quiero decir que éste nunca existió, más bien fue... fue una gigantesca sensación de autolástima, similar a la que le puede dar a alguna persona que se haya quedado ciega y que luego se pregunta toda la vida el porqué le sucedió tal desgracia y todo eso…
—Y un día juraste venganza, supongo…
La voz de Poincaré sonaba con seriedad pero en el fondo Michael sabía que era un solo un sarcasmo sutil.
—¿Venganza? ¿Para qué? ¿Contra quién? No… —Michael suspiró—. Claro que tampoco soy del tipo generoso que perdona y pone la otra mejilla y demás, pero no, ¿qué debí hacer? ¿Haberle estropeado la conexión de oxígeno a la abuela? Un día se le desconectó en un accidente muy raro y ella tan campante, ni se enteró... Pensé que esa señora nos enterraría a todos…
Poincaré se quedó pensativo.
—Entonces sí le tuviste afecto...
Su tono era más bien de reconocimiento de un hecho más que irónico.
—Pues sí, le tuve afecto… todavía le tengo afecto. La extraño de cierta manera.
—¿Y tu papá? ¿Qué piensas de él?
—Muchas veces nada… cuando llego a pensar en él, lo hago en tono de indiferencia. Siempre me he puesto a considerar qué hubiera pasado si él hubiera estado conmigo todos los días. No sé… creo que igual. Es decir, el hecho de que nunca trató de comunicarse conmigo en estos veinticinco años nada me ha demostrado —Michael se rascó la cabeza—. Tuve un tiempo de indiferencia pero luego se me quitó. Imagínate que a los veintidós años te dicen que eres adoptado. Bueno, pues te quedas con que todo el presente, pasado y futuro como los percibes se te destruyen de alguna manera en un sentido moral, ¿no? Digo, te cambian las expectativas.
—Como que los tienes que reordenar, supongo. Antes de que continúes, hazme un favor, llévate esos cables con su conector y extiéndelos… luego te digo adónde los conectes, ¿okey?
—Okey.
Así lo hizo. Michael siempre obedecía a su amigo en estas cuestiones y nunca le ponía peros ni preguntaba el porqué. Si Poincaré dijera «¡salta!», él sólo preguntaría qué tan alto.
Poincaré movió la cabeza. Dijo:
—Yo no sé si mi pasado tiene algún interés para mí. Yo veo sólo lo que está a mi alrededor, luego veo hacia al futuro, y en lo que me afectará... Lo que a ti te ocurre es que estás metido con tu pasado tanto, que ya me parece obsesión… ¿Qué buscas ahí, Michael? ¿Justificación, recuerdo, masoquismo? A veces me intrigas mucho.
—No lo sé… Siempre me lo he preguntado.
Guardaron silencio. Poincaré lo interrumpió:
—Luego está tu otra obsesión…
Michael sonrió.
—Siempre te he dicho que no es obsesión… es un pasatiempo…
Poincaré sonrió irónico:
—¿Que no es obsesión? ¿Pasatiempo? Rara manera de llamarle al hecho de investigar, leer, anotar y platicar de lo de Tlatelolco a la menor provocación. Pasatiempo, ¡ja! Claro, siempre pensé que ese rollo tuyo siempre se me hizo parecido a la filatelia…
—Mira, Poinc: tómalo desde mi punto de vista. Es un tema de los años sesenta, mi década favorita. Además, tal como lo han dicho hasta el cansancio: es el parteaguas del México moderno.
—Pero no sé porqué te absorbe tanto… enciende los monitores y las cámaras, please.
El investigador así lo hizo.
—A mí siempre me ha parecido fascinante. Ese encuentro con el libro de Alex. O de Emilio, que para el caso es lo mismo, me vino como una entrada en la conciencia, como un despertar, además, el hecho de que un pariente tuyo estuvo allí… Eso es histórico de algún modo... ¿no crees?
—Histórico, tal vez, pero nada más, ¿who cares, anyway?
Michael se mostró más serio.
—Era gente, Poinc, la mayoría estudiantes, pero también hubo niños y ancianos y amas de casa… eran personas.
—¿Y? Las bajas civiles son muy lamentables, eso es claro, pero son efectos colaterales que son muy comunes en las guerras ídem, o sea, civiles, ¿sabes?
Michael negó con la cabeza.
—En Tlatelolco en 1968 no había guerra. Las últimas guerras en ese lugar fueron antes de Cortés. Bueno, tal vez, después de Cortés hubo algunas más.
—Casi casi sí. ¿Y el ejército?, y que conste que lo sé porque he leído de lo que me prestaste…
—Sí, pero no va por ahí, sucede que… a mí me causa mucho impacto todo eso.
—No. Yo creo que más bien tu problema es que eres «impactable» por naturaleza.
—Di todo lo que quieras pero no te he dicho cuál es mi siguiente plan…
—¿Otro plan? ¡No, por favor!
—No, güey, no te preocupes. En casi nada te involucra. Se trata de que se me apareció una muy buena oportunidad para adelantar mi año sabático...
—Ya. Algo había oído que varios maestros auxiliares están haciéndolo, supuestamente para conseguir un grado antes de tiempo… Pero alguien de arriba te tiene que apoyar, ¿no?
—Ya te has de imaginar a quién se lo voy a pedir…
—No me digas... A Erasmo. Erasmo de Cuautla. ¿Y cómo lo vas a conseguir…? Sé que es tu amigo y todo, pero… ¿no está siempre ultra ocupado?
—Yep. Así ha estado desde que lo conocí de tiempo atrás en una exhibición de México a través del siglo XX. Él dio aquella conferencia… ya te lo había dicho… ¿Te acuerdas de cuando me mencionaste el nombre de Jaron Lanier? ¿Y tu tono de respeto al decir su nombre?
Poincaré abrió los ojos con fuerza y le contestó:
—Sí, ya sabes, cuando digas ese nombre, tienes que persignarte. El señor Jaron Lanier: Santo Padre de la Realidad Virtual al que le debemos todo, nombre, concepto, fin, medios y objetivos de nuestras existencias, por una vida real mejor a través de la realidad virtual, ¿qué? ¿Exagero?
—Bueno… así como es para ti el señor Lanier, para mí es Erasmo. No sé quién le hace justicia a quién, pero así es.
—Y bien, ¿qué hay con el señor Erasmo?
—Siempre anda preparando artículos, revisando libros, o tomando apuntes, quizá participando en conferencias… El caso es que le dejé dos correos hace días, y me dio una cita para hoy mismo.
—Estupendo. Después me platicas como te fue.
—Claro.
—Ahora tenemos que ir al salón a acomodarte el equipo. ¿Estás listo?
—Yep.
El salón era amplio. Michael caminó por los extremos y comprobó que tenía mucho espacio por todos lados. El lugar, aunque estaba originalmente previsto como almacén al lado de los laboratorios de ciencias químicas, todavía no era adaptado para tal efecto, pues le faltaban las paredes divisorias.
Mientras Michael se acomodaba una de las mallas negras en su brazo, Poincaré, sentado frente a sus pantallas e interfaces, de manera simultánea teclea-ba unas órdenes en la consola y dictaba otras.
Desde abajo Michael preguntó a través del pequeño micrófono:
—¿Cuánto tiempo tendremos?
—¿Para la experiencia? Unas tres o cuatro horas… Creo que bastarán…
—¿No son demasiadas?
—No lo creo. Te pregunté si querías una experiencia hipersensorial… No andes buscando ahora pretextos para zafarte, por favor. Fue un compromiso y ahora me lo cumples…
—Yo creí que esto sería en una gran cámara de deprivación sensorial. No dijiste nada de realidad virtual en pleno…
—No, te dije que no. Pero nunca me escuchas… Igual y tú eres de los que buscan cámaras de «depravación» sensorial, más bien —Poincaré sonrió burlón.
—Prefiero ignorar lo último, que, por otro lado, no entendí. Como mencionaste que se relacionaba con los sentidos... A lo mucho pensé que era otra vez guantes, visor y hacer ejercicios en pantallas inmersoras…
—No inventes ahora. Si recuerdo bien, estuviste de acuerdo y hasta dijiste: «¡Excelente!»
—Me niego a contestar. Estaba dormido en ese momento. Y todavía sigo dormido. ¿Cuánto te falta?
—No mucho. Estoy cargando en este momento las rutinas. Además, estoy separando el poder de LIZ que vamos a necesitar para que me atienda con la jerarquía necesaria para una máxima prioridad.
—¿Otra vez haciendo trampa?
—No es trampa. Solo que hago que las condiciones me favorezcan…
—…sobre las de los demás.
—¿Y qué importa? Nadie se enterará. Todos están ocupados con sus juegos y demás… Aquí está el verdadero juego... Aquí está lo real…
Michael se quedó pensando un segundo en su amigo y en lo que le decía. ¿De verdad pensaba en que su amigo hacía trampa? La idea era pasar un buen rato… y su amigo, lo hacía por investigación, ¿no? ¿Y él mismo? ¿Por qué lo hacía? ¿No se contradecía al cuestionar?
—Poinc, ¿hay más como tú?
—¿Qué quieres decir?
—Sí… que si hay más loquitos por ahí sueltos con ese tipo de monomanías…
Poincaré sonrió sin voltear la cara de la pantalla.
—¿Monomanías? ¡Ja! Mírate en un espejo. El burro hablando de orejotas.
Michael prefirió ignorarlo.
—Dices que nadie se va a enterar... ¿cómo podrían no enterarse?
Al segundo Poincaré le contestó.
—Por el flujo de energía computacional. La metacomputación, vaya. Voy a desviar hacia LIZ el poder de un cluster temporal, o sea, dos o tres máquinas computadoras paralelas, semejantes a ella, conectadas entre sí, que ejecutan otros deberes rutinarios… Pero no creas que voy a saquear recursos a nadie. Bueno, no en el sentido estricto… Nadie lo sabrá ni lo resentirá porque ya disfracé las bitácoras de registro de uso de energía… ¿Quieres saber cómo le hice? Es bastante interesante…
La respuesta fue tajante:
—No. No me quiero enterar de tus detalles técnicos. Tu plática normal ya es bastante incomprensible para mí. ¡Imagínate si me explicaras! Me es suficiente con que me prometas que nadie se va a enterar...
—Okey, hombre, exacto… Además, no son sólo detalles… «técnicos». Algu-nos son de hecho, «metatécnicos».
—¿«Meta...»? ¿Qué es eso?
—Me refiero a la parte técnica que va más allá describiendo y redefiniendo a la misma técnica… espera un segundo…
Michael guardó silencio mientras revisaba todo el lugar observando con atención. Vio los grandes espacios y los materiales para armar los anaqueles, allá al fondo. Empezó a escuchar a Poincaré dando órdenes por otros micrófonos y tomando decisiones frente a la interfaz.
Michael comentó:
—¿Te dije que hablé con Catherine hace como quince días?
Poincaré se detuvo y sonrió.
—No… ¿por dónde le hablaste? ¿Por la Matriz…? ¿O por NetNet? ¿Y qué te dijo?
—Supuse que te daría gusto. Le hablé por medio de la Matriz. Ella está bien, dentro de lo que cabe. Preocupada, pero bien. Su situación… ya sabes, complicándose a ratos…
—¿Qué? ¿Se está poniendo más difícil todo?
—Ella dice que no mucho. Pero de seguro que lo dice para tranquilizarme. Todo mundo que lee las noticias de Singapur en PLAANET, sabe que la situación se está poniendo grave.
—¿Tú crees que sea para tanto…? Muchos dicen que los problemas de la Esfera Asiática son pasajeros…
—No lo sé. Espero que no sea para tanto, además, hay tantas contradicciones…
—Le dijiste sobre trabajar en un nuevo plan para sacarla de Singapur, ¿verdad?
—Sí.
Poincaré hizo una pausa antes de preguntar.
—¿Y qué dijo?
—Que no podía hacerlo si quisiera, puesto que siente que hace más bien ayudándole a su gente ahí adentro, que estando a salvo en el exterior... hasta me sentí mal de habérselo sugerido…
—No puedes hacer nada, Michael. Según la he conocido, y luego lo que me has contado de ella, está convencida de que su karma es seguir ahí en su país hasta que se resuelva la crisis política actual…
—Eso es lo que me preocupa. No sé cuanto tiempo pueda seguir la crisis ni sus alcances. Falta que no sea crisis y que todo eso ya sea un modo normal de vida…
Poincaré hizo una pequeña exclamación que Michael interpretó ajena a lo que estaban platicando.
—Yo te lo advertí —continuó Poincaré—, y perdóname por ser duro contigo y con ella porque me cae muy bien, pero debiste —y deberías en adelante— pensar en ponerle un alto a tus impulsos amorosos, sobre todo cuando te enamoras de alguien en un evento internacional como las Olimpiadas de Berlín...
—¿Yo qué iba a saber? —Protestó—. Me cayó muy bien. Nos identificamos y nos quisimos…
—Sí ya me sé esa parte… Lástima que no te lo advertí con más firmeza, Michael… hasta me siento un poco responsable... de lo que vino a pasar después…
Eso encendió a su amigo.
—¿De qué? ¿Tú qué sabes de esto? La última vez que te enamoraste, te casaste y te divorciaste, todo en el mismo año…
—Bueno… el hecho de que mi matrimonio no haya durado no es toda culpa mía… Ella, Gaby, era… es muy volátil e inestable. Y de hecho, eso era parte de lo atractivo hasta que ya no fue divertido. Me arrepentí, se arrepintió, me terminó, y la terminé… No la pude, ¿cómo decirlo para que entiendas? «Reprogramarla», y ya… eso fue todo…
—Yo creo que ese es tu problema, Poinc…
—No, Michael, no estamos aquí hablando de «mi problema», estamos hablando de ti y de Cathy… Si me hubieras hecho caso sólo hubieras convivido con ella, te hubieras acostado una, dos, tres veces y hasta ahí. Pero nada, el señor estuvo perdido en todo el mes que duró la Olimpiada y volvió hecho cisco…
—¿Tú crees, Poinc, que a una mujer se le puede reprogramar como si fuera una tostadora que sólo se tiene que ajustar? ¿Eh…?
Poincaré siguió en lo suyo, tecleando y hablándole a ambos, a Michael y a LIZ.
—Luego te vi destrozado, Mike… No tenías ganas para nada. ¿Te acuerdas que tenías novia y todo, aquí en Techno? Y nada, que la cortas. Así, nada más… la tronaste. Me dio pena por ti y por ella. Imagínate que en ese tiempo yo ya andaba de considerado…
Michael lo interrumpió.
—¡«Ajustar»! ¡Esa es tu palabra favorita, Poinc! Tú no quieres a una mujer para convivir y vivir con ella, sino sólo para ajustarla... Y no hablo de ajustarla a tus necesidades y tú de ajustarte a las de ella, eso hasta te lo entendería un poco, sino que tú lo dices en términos de mecanismo no calibrado al que sólo le falta un poco de afine en algún punto de control…
Poincaré estaba impávido, trabajando en lo suyo. Siguió hablando en tono normal:
—Pero, ¿me hiciste caso, Mike, cuando te dije que la olvidaras? ¡No! Me obligaste casi a diseñar desde scratch un vaso comunicante sofisticado y confidencial en la Matriz para poder hablar con ella, y para burlarme de paso de las mismas autoridades de operación de PLAANET en su país, arriesgando con ello a perder mis credenciales de Metatécnique sans Frontiers…
Michael seguía insistiendo, un poco más enérgico:
—Mira, Poincaré, ya me estoy cansando de esa pinche actitud tuya de ser más santo que todos. Tú nada tienes de qué presumirme. Ya te admiro lo suficiente por tus proezas en estos campos tan tecnofílicos para que me la restriegues en la cara a la menor provocación…
—Michael…
—¿…qué?
La expresión de ambos, cada quién en su lugar, ya estaba llegando a como empezaron la discusión.
Poincaré habló:
—Ya me cansé, y aparte tengo que seguir ajustando a LIZ por un rato, mejor le seguimos luego, ¿no?
—Okey… claro. Yo seguiré viendo por aquí… Háblame en cuanto se te ofrezca algo…
—Sí, por supuesto.
Michael caminaba por el amplio salón. Se acordó de la primera vez que conoció a Poincaré cuando de casualidad se ofreció a participar en uno de sus experimentos relacionados con juegos en red estimulados en forma directa en las neuronas. Dolor y placer. Serotonina, dopaminas y adicción.
El objetivo era conseguir jugar en un simulador de combate sin adquirir condiciones de adicción. Claro, el juego era atractivo, poderoso, si bien, no muy original. Luchar en un laberinto contra varios oponentes organizados. Sólo que el jugador principal, en este caso Michael, traía mejores escudos que sus contrincantes. Pero él no conocía el lugar de combates y ellos sí.
Cada jugador se tomaba cápsulas con componentes dopamínicos, y después, se introducía en el juego. Éste duró ocho horas seguidas y Michael lo resintió hasta después de tres días, ya que él no era muy dado al ejercicio rudo. Y le había dicho a Poincaré que mientras el juego había sido muy excitante, no le quedaron deseos de volverlo a intentar.
Poincaré sólo escuchó pero se volvió a presentar poco tiempo después para verificar sobre posibles efectos colaterales del experimento. Michael reportó haber soñado de manera intensa la primera semana, aparte de que subió algo de peso, producto de una ansiedad reconocida. Luego todo cesó.
Aquella ocasión platicaron un rato y supieron que tenían el mismo tiempo en la PoliUniversidad, y casi el mismo de haber llegado a la flamante nueva capital del país: Technotitlan, Nuevo Distrito Federal. Corría el año 2011 y Technotitlan, en construcción aún por todas partes, ya se consideraba por propios y extraños la ciberciudad capital más moderna de América Latina.
Para Poincaré sus objetivos eran sencillos: aprovechar al máximo las instalaciones de la PoliU para conseguir la anarquía y la diversión a través de la cibernética. A Michael, eso nunca le quedó muy claro, pero no le importaba. Michael tenía dieciocho años y Poincaré dieciséis.
Michael le dijo, por su lado, que buscaba conseguir el grado de maestría en ciencias sociales y eso a Poincaré tampoco le quedó muy claro.
Esa vez Michael le preguntó a su nuevo amigo cuál era su nombre completo.
« Sólo ese: Poincaré, ¿por qué?»
Por supuesto, éste también le preguntó lo mismo a Michael en su momento.
«¿Yo? Cuando nací me llamaron Jean Páris… pero desde que me integré con la Matriz sólo se me conoce por Michael de Montaigne… Mis dos conceptos: el nombre original y externo, ya olvidado... Y el de net-ron: usuario y parte de la Matriz, fundidos en uno solo» .
A Poincaré no le dijo nada el hecho de saber, por el mismo Michael, que Michael de Montaigne fue el creador francés del género literario del ensayo.
Y así comenzaron su amistad, con pequeños misterios.
Michael y Poincaré también compartían, de cierta manera, su vida con la Matriz. La experiencia digital lo era todo. Eso los hermanaba a su vez con millones de seguidores en todo el mundo, en la corriente digital que era el ambiente Matricial y que muchos consideraban con tintes cuasirreligiosos.
Para el resto de la gente, PLAANET era un aspecto diario digital que utilizaban en sus dos modalidades: NetNet, de usos comercial y coloquial, y SmartNet, de uso académico, sobre todo. Pero cuando Michael y Poincaré, se «integraban», PLAANET se transubstanciaba en la Matriz y les daba pie para formar parte de una experiencia a través de su pantalla, hacia una dimensión virtual propia del mundo digital. Ese atisbo era suficiente para lograr unirlos en una especie de grupo religioso sin directrices o líderes de tipo alguno. Les daba un sentido extra a su vida.
Ambos se hicieron buenos amigos, salían de parranda juntos, y, al mismo tiempo que se hicieron plenos ciudadanos de Technotitlan, se hicieron también technotecas de corazón.
Tiempo después empezaron la siguiente serie de experimentos de Poincaré, esta vez virtuales, y fue natural que Michael se ofreciera de conejillo de indias. A los voluntarios que participaban se les pagaba para pasar riesgos calculados, pero Michael era advertido de antemano de cuáles experimentos podrían ser los más riesgosos. Él decidía entonces si se metía o no. Eso le daba, en definitiva, una ventaja, aunque la mayoría de las veces participaba sólo por curiosidad.
Poincaré se entregó a la tecnología de lleno y decidió trabajar en el ámbito PoliUniversitario, «mientras conocía una buena chica que lo hiciera millonario», Michael lo dudaba pero no importaba, su amigo se divertía. Para entonces, le era claro que Poincaré no encajaba en el esquema del chico inteligente de lentes, distraído, encerrado en el laboratorio.
Tenía suerte con las chicas. Entre otras historias, les decía de manera seria que estaba haciendo carrera en la PoliU porque estaba becado en secreto para conseguir una sola meta: el Orgasmotrón de Allen, Santo Grial de la Ciberestimulación. Aquel objeto, quizá mítico, que haría a su dueño rico y poseedor del atractivo más impresionante. Algunas chicas si le creían y, para fortuna de él, de estas, algunas hasta tenían sentido del humor.
«Las que no, pues no», solía decir Poinc. En alguna parte había leído: «el Orgasmotrón ya se descubrió, lo que pasa es que su inventor jamás ha querido volver a salir de su casa…».
Michael también se rió con el invento de Poincaré respecto a los lentes de Rayos X que diseñó para ver debajo de la ropa de las mujeres; y también le hizo mucha gracia «el mínimo equipo portátil» de realidad virtual, un estimulador eléctrico simple, que se conectaba en forma directa a los centros de placer sexual en el cerebro.
Luego Poincaré olvidó sus bromas prácticas cuando conoció a Gabriela y la adoró con todo su corazón. Él tenía veintiún años, ella también, y tanto fue el amor que no le quedó más remedio, según sus propias palabras, que casarse. Michael le advirtió que quizá se estaba precipitando, y que no le haría mal pensarlo dos veces. Poincaré le dijo que nada había qué pensar, que él sentía y sabía como era esto del amor.
Michael nada dijo en su momento y, de manera triste según él, el tiempo le dio la razón.
El «te-lo-dije» esperado, llegó, y el «yo-siempre-supe-qué-hacía-en-todo-momento» consiguiente, también.
Luego le tocó su turno a Michael.

14. Catherine

Ella se llamaba Catherine Tay Swee Kian, era hermosa, y estaba en el departamento de prensa de la delegación de Singapur en los Juegos Olímpicos de Berlín del año 2016. Verano boreal y Olimpiadas.
De alguna manera sincronizaron sus agendas y sólo fue la suerte que ambos, Poincaré y Michael, consiguieran boletos de avión para estar allá.
El interés de cada cual difería: uno, más orientado hacia el futuro, quería ver los avances técnicos que siempre escogían aparecer durante las Olimpiadas; y el otro, más orientado hacia el pasado, quería conocer Berlín, modernidad e historia.
Cada quién encontró lo que quería y más. El metatécnico aprovechó y por fin concretó realizar sus exámenes que lo acreditarían como lo que él buscaba ser desde su adolescencia: técnico aceptado en la comunidad de tecnología de más alta alcurnia en el planeta, la MSF, Metatécniques sans Frontiers, una asociación mundial autorregulada con sede en Berna, Suiza, en la que se ejercía el irrestricto y libre intercambio de ideas sobre tecnología sin importar nacionalidad, intereses particulares, y ni siquiera, el actual elusivo concepto de seguridad nacional. Y aún si bien su grado era de junior y faltándole más de diez años para ascender a senior, eso le bastaba para ir escalando en esa comunidad.
Poincaré no podía estar más feliz.
Michael también entendió a su manera ese sentimiento de felicidad a partir del segundo día de su estancia, cuando conoció a tres chicas en las filas de comida rápida. De inmediato se adaptó, charlaron y bromearon. Al joven profesor e investigador le llamó la atención de manera particular una belleza morena y de rasgos marcados que evidenciaban mezcla de razas, rasgos orientales y quizá polinésicos, de nombre Elizabeth. Los cuatro quedaron de verse al día siguiente en el mismo lugar.
Pero algo pasó y sólo acudió una de ellas. Se llamaba Catherine y sonreía de manera muy atractiva y contagiosa, cabello liso, piernas largas, rostro agradable. En media hora, Michael olvidó a Elizabeth y a su otra amiga. Catherine se volvió su centro de atracción. Pasearon por la Berlin Alexanderplatz, por el lugar donde estuvo el Reichstag, por Postdamer Platz, la Friedrichstrasse, y por la reconstrucción conmemorativa de los cien metros del viejo Muro.
Las continuas actividades de ambos no impidieron una convivencia más estrecha e intensa. El resultado comenzó a notarse cuando las finales de cada deporte fueron llegando una a una en sucesión.
Al faltar pocos días para la clausura, Michael aceptó lo inevitable: se separaría de Catherine. Pero él tenía la esperanza de los ingenuos. Las distancias no eran problema y él creía saber de la calma y paz que se vivía en el país de Catherine. Mas después comprobó que no sabía lo suficiente.
Ella fue la que le confiara la triste verdad que le dijera a su vez uno de sus superiores: En realidad, todo, la participación de Singapur en las Olimpiadas, la delegación deportiva, comitiva y demás, eran sólo instrumentos de relaciones públicas internacionales.
Quizás esta Olimpiada, le había dicho su superior, era la última salida de deportistas de su país al exterior. Catherine, a su vez, le contó a Michael que su país era maravilloso, pero por razones que ella no alcanzaba a comprender del todo, era necesario para la sobrevivencia nacional cerrar sus fronteras.
Michael no alcanzó a entenderlo tampoco. Se apresuró a tratar de asimilar la situación y desde su tablenet, su carpeta-terminal inalámbrica, comenzó a investigar dentro de la Matriz una necesaria opinión imparcial acerca de Singapur. Y lo que encontró fue:

…Ciudad-Estado muy poderoso, habiendo enseñoreado de manera imponente, desde los últimos quince años, el marco comercial de la Nueva Esfera de Co-Prosperidad del Pacífico.
Pero si lo que se es considerado comercial se hubiera traducido a cañones, bombas y balas, el saldo sería desastroso: Filipinas, Japón, Hong Kong, China Continental, Taiwán, todos se las están viendo negras. La superioridad militar de Singapur comparada en la zona, también hoy por hoy, per cápita, es impresionante.
Myanmar, Laos, la antigua Camboya, la otrora orgullosa Vietnam, azote de los estadounidenses, todos han caído en todo o en parte víctimas del dominio comercial y agresivo de Singapur.
El León de Oro ruge, y ruge fuerte.
Pero el saberse la Gran Potencia Emergente no ha sido suficiente, los gobernantes de ese país tienen más ideas, algunas tal vez absurdas para los globalizados cosmopolitas de hoy en día.
Se está dando un sentimiento de pureza que recorre la tierra de los singapureños. La gran ciudad-Estado no hace mucho comenzó una serie de medidas dirigidas al principio a simples cuestiones de higiene pública que, luego de ser forzadas por el gobierno en la parte policial primero y en el aspecto militar después, ahora han llegado a niveles inquietantes. Al principio con los enfermos incurables; luego, con los enfermos que se podían considerar infecciosos. Existen reportes alarmantes sobre algunas cantidades indeterminadas de personas que han sido incluso trasladadas a lugares de «prevención» y a «campos», y, en la tradición nazi más elocuente, muchos no contestan las cartas de los familiares.
Por el momento se sabe que han empezado las denuncias, de manera paralela, han sido expulsados representantes de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja Internacionales.
Se han cruzado protestas diplomáticas, éstas han sido contestadas de manera insolente hasta con expulsiones de representantes de menor a mayor nivel.
Los países agraviados de estas escaramuzas, en un claro y grave conflicto de intereses de alguna manera humillante, no han podido, o no han querido, contestar de la misma manera. Tal es el alcance de los intereses de Singapur en sus respectivos países...


Mientras más leía Michael, más empezaba a considerar el pedir asilo para ella. Catherine le dijo que eso era imposible. Sus padres no le preocupaban. Tampoco sus familiares ni sus amigos… a fin de cuentas sabía que se podrían cuidar. Pero para ella lo importante eran sus principios. Lo que tuviera que hacer lo haría allá adentro, en su país, no afuera, en la seguridad más cómoda del exiliado. Tenía que lograr el cambio con su gente. Eso es lo que le importaba.
Michael entendió en ese momento, en la mirada de Catherine, una rebeldía que en forma de luz interior brillaba con intensidad. Michael comprendió que tenía ante sí a un ser muy diferente y especial.
Después, en su soledad, se lamentó del cómo pudo haber sido tan tonto en permitir enamorarse. Por supuesto, su amigo Poincaré también se lo recordó de manera despiadada.
Faltaban dos días para la partida cuando se encontró con Catherine, e hicieron el amor de una manera intensa, casi desesperada.
Estando abrazados uno con el otro, ya descansando, él le preguntó, en un tono apacible, si lo que habían convivido significaba para ella algo de manera real, o si todo no fue para ambos nada más que una aventura o emoción pasajera.
Ella le tomó de las manos, y mirándolo a los ojos le dijo que no sólo él sería el hombre de su vida sino que además, nunca lo olvidaría y que tenía la esperanza de que cuando la situación se arreglara ella volvería a él.
Al día siguiente, él volvió a buscarla a su lugar de estancia de la delegación de Singapur, en la Villa Olímpica, pero no lo dejaron pasar. Sólo le avisaron que Catherine Tay Swee había adelantado su salida y retirado el mismo día anterior. Al llegar a su hotel, Michael encontró una nota.
La leyó con pena:

Querido Michael:
Pensé mucho en tus ofertas de quedarme pero no puedo hacerlo, te lo he dicho, sería huir. Yo ya tengo mi karma y éste es muy sencillo: debo ayudar a mi gente.
Lo que más voy a odiar en mi vida es haberte conocido, pero no por las razones que pudieras pensar. Reconozco que me abriste los ojos en una manera celestial. He estado ciega y no lo sabía hasta que te conocí.
Me voy, te dejo, tú te vas a tu país, y yo al mío. Hoy he vuelto a estar ciega y me duele. Lloro, pero no por fuera, no puedo concederles a mis superiores nada de debilidad externa. Pero fui débil contigo y créeme, lo adoré en cada momento.
Aquí estoy de nuevo en la oscuridad, pero no te pongas triste, no lamentes nada, el haber visto por primera vez la luz, las rosas, el cielo azul, el arco iris y a ti, Michael, eso ha hecho valer mi vida.
El arco iris, Michael…

Te amaré siempre,
Catherine

A su llegada a Technotitlan, Michael se sintió desolado por un largo tiempo. Trató de averiguar el paradero de Catherine con la embajada de manera sencilla y aparentando no mostrar mucho interés sin querer llamar la atención. No tuvo suerte debido a las nuevas regulaciones de parte de las autoridades de Singapur en las que empezaban de forma sistemática a negarse a proporcionar información de ese tipo a extranjeros.
Michael comenzó a movilizarse. Por sugerencia de Poincaré buscó si a través de la Matriz hubiese posibilidad de comunicación, pero por los cauces habituales todo fue en vano. De cualquier modo, Poincaré diseñó el canal comunicante a prueba de intromisiones por si acaso, pero por no tener la dirección exacta de dónde encontrar a Catherine, todo resultó infructuoso. Era como si se estuviera frente a una playa y, de entre toda la arena, querer localizar un guijarrito preciso.
La Matriz, además, no tenía todo su alcance y poder normal en Singapur, situación inaudita en cualquier nación y más en una tan infotizada como éste, ya que las autoridades habían encontrado el modo de interferir en las comunicaciones de entrada y salida. Ellos alegaban que estaba dentro de sus derechos. Todo era revisado y todo era censurado. Sólo era permitido lo estrictamente necesario y de origen comercial, que, dada la procedencia, no estaba tan monitoreado por las autoridades.
Aquí intervino el destino.
—Mich… ¿me oyes?
Mientras caminaba por el salón la voz electrónica de Poincaré lo despertó del ensimismamiento con cierta alarma y sorpresa.
—¿Sí, qué pasa?
—Oye, Mich… tengo un problemita por aquí… me voy a tardar otro rato, no más de diez minutos, estáte atento, please, no te me duermas…
—Enterado.
La mente de Michael vagó ahora hasta aquel día en que él y Sri Sol se encontraban platicando en su café favorito una mañana. La eterna y etérea presencia de Catherine era aplastante para Sol, como compañera adscrita al círculo interior de amistades de Michael, y ella quiso saber, de parte de él mismo, lo que existió, o existía, entre ambos.
Sol, ante un jugo de naranja real, lo empezó a cuestionar:
—Se me hace difícil de creer que después de lo de Berlín ya no tuvieras más contacto con ella…
Michael, percibiendo el tono de apremio casi agresivo de parte de su amiga, decidió contestar con sinceridad y honestidad hasta donde se pudiera.
—Sí tuve un mínimo contacto con ella, pero mejor deja que te cuente la historia, al final tú decides que pensar… Catherine… Cathy, desde que volvió de Berlín empezó a trabajar en las áreas de las oficinas de Monitoreo dentro del Ministerio de Comunicaciones de Singapur. Sus propios padres le consiguieron el puesto para vigilarla más. Ellos por su lado ya la tenían catalogada como rebelde y difícil de manejar. Imagínate: la habían cuidado para llegar a ser esposa fiel de algún dirigente de su país. Sabían y creían, no sé, que Singapur estaba destinado a realizar grandes hazañas en el mundo y quizá querían que su única hija estuviera ahí, en el momento en que las recompensas quedaran entre ellos, entre los fieles desde el principio.
—¿Y ella cooperó?
—No… Cathy los engañó… ella supo aprovechar la oportunidad y aparentó cambiar de manera radical de conducta cuando se enteró en qué puesto iba a trabajar. Se portó sumisa y considerada con sus ahora aliviados padres. De inmediato que ella tomó posesión del puesto vio la oportunidad para dejar salir y entrar mensajes para el tenue movimiento de oposición y resistencia de su país. Sus padres, por supuesto, ni lo sospecharon.
Michael calló por un segundo. Sol lo veía con cara de interés. Continuó:
—Me platicó que estaba en eso en la sección de Monitoreo cuando vio un mensaje dirigido hacia Technotitlan, Nuevo D.F., México, donde, por supuesto, sabía que vivía yo. Los mensajes tenían el sello de su Ministerio de Relaciones Culturales, Dirección de Ideología. Ella sabía que el gobierno de Singapur estaba impartiendo asesorías de muchos tipos a varios países, la comercial, la aduanera, la de logística, pero ¿de ideología? Y eso fue la que le llamó la atención a Catherine. Después me dijo que se propuso examinar los mensajes y, en caso de que la descubrieran, pensaba decir que eso era una tarea que estaba dentro de sus funciones, aún y cuando el contenido era diplomático. De hecho, no tardó mucho en descubrir, por ejemplo, un mensaje con algunos de los lineamientos de las propuestas de ideología del gobierno de Singapur que serían examinadas por parte del gobierno mexicano…
—¿Qué decían las propuestas? ¿Eran importantes?
—Cathy no me explicó mucho… estaban la mayoría en español y ella no conoce mucho del idioma, algunas anotaciones estaban en inglés, y éstas sólo mencionaban algo relativo al porqué algunas propuestas estaban funcionando en su país. No explicaba qué propuestas… En general no me acuerdo de que se trataban pero decían, según Catherine, algo cómo: «…Que ningún adelanto tangible puede haber en un país si no existe un control extremo y dedicado sobre sus ciudadanos. Por ejemplo: a los ciudadanos se les debe de tener controlados, bien alimentados, se les tiene que decir por quién votar y en qué proporción. Los puntos respecto a guardar apariencias se deberán de llevar a cabo porque el mundo civilizado en general no ve con buenos ojos que no se tome en cuenta a la población…».
Michael hizo una pausa y continuó:
—Haz de cuenta instrucciones tipo El Príncipe de Maquiavelo, versión moderna y revisada… Para esto, todo lo anterior ya era conocido por Catherine, ella veía la correspondencia de mensajes entre altas esferas hacia alguno que otro gobierno simpatizante. Pero esos eran gobiernos que solicitaban ayuda y eso era común y ella ya lo sabía. Pero lo que no alcanzaba a entender era qué estaba haciendo el gobierno de México con ellos... ella se hacía preguntas del tipo de «¿no era México un país con una democracia en consolidación, sobre todo en los últimos años, en los que el autoritarismo gubernamental era cada vez menor?». Catherine sabía que yo estaba más que convencido de que la situación había mejorado mucho en mi país. No sólo eso, sino que el tema político por excelencia entre nosotros no era tanto México, sino que muchas más de las veces era Singapur…
Sol se mostraba más interesada.
—¿Ya podía comunicarse contigo con cierta frecuencia?
—Creo que ella entendió que si era capaz de leer los mensajes diplomáticos y comerciales para verificarlos, ¿por qué no crear uno en forma expresa para poder tener comunicación conmigo? Se lo comentó a un amigo muy cercano y éste le recomendó que de preferencia usara un tercer país, para confundir a los censores. Los mensajes irían disfrazados en forma anónima y se depositarían en un lugar para contactos anónimos. Yo los recogería de ahí y le dejaría los míos…
Michael tomaba pequeños sorbos de su café. Sol quería indagar más.
—¿Y luego?
—Bueno… Lo primero que me dijo Cathy después de los saludos normales de reencuentro, fue del envío extraño de correspondencia entre la Dirección de Ideología: habló de un paquete conteniendo discos y papeles, situación más que inusual, ya que todo lo que es información, imágenes, texto y demás formatos se transmiten a través de PLAANET. Lo interesante para ella fue quien lo mandaba, un tal John Lu. Este señor, según Cathy, es un personaje muy importante y conocido al que se le ha visto mezclado con ciertas «maniobras políticas delicadas». Su razonamiento fue que «algo extraño ha de estar pasando en alguna dependencia del gobierno de tu país para que John Lu esté en contacto con ellos». Yo sólo le dije que nada sabía pero que estaría al pendiente. Pero después no supe mucho más…
Michael suspiró.
Ella le apresuró más a continuar.
—Dime más…
Él continuó, con cierta renuencia.
—También fui enterado por Cathy del alcance de sus actividades «extras» dentro de Singapur, y quedé, creéme, espantado por el tono de activismo y digamos, casi insurgencia, y que ella tomaba conforme me lo decía.
Michael cerró los ojos. Inspiró con fuerza y continuó:
—Pasados unos pocos meses más, Cathy me informó con todo su pesar y con lágrimas que tendría que dejar el puesto, que su papá había caído en desgracia y que sólo las relaciones de su madre con gente importante impidieron que éste no fuera relegado a uno de los «campos educacionales». Ella, Catherine Tay Swee, por lo mismo, ya no era tan útil para el Estado y la trasladarían a otro puesto mucho más vigilado y de alcance menor.
»Pero el contacto no sería interrumpido del todo, sólo que ahora sería más espaciado. De cualquier manera el profile que agregó Poincaré adaptando su vaso comunicante, levantaba una total privacidad en su contacto con la Matriz y su alrededor, desde cualquier lugar, era invulnerable, y a prueba de los más expertos fisgones» del gobierno de Singapur, de cualquier otro, es más… Me lo había dicho el mismo Poincaré. Eso la tranquilizó… y a mí también.
»Me dijo que no me preocupara, que era ella la que necesitaba animarse… agregó que tenía la esperanza de que todo lo turbio pasaría pronto y que como la historia era cíclica, sólo era cuestión de tiempo para que su Gobierno se retractara… que se volvería a abrir en cuanto una corriente democrática tomara posiciones e hiciera sentir su voz…
»Pero yo no la sentía ya tan convencida… Y, bueno, así fue. Contactos esporádicos, sólo eso. Saludos, buenos deseos, detalles así…
—¿Y nada más?
—Nada más, lo juro.
Michael pensó que, por supuesto, Sri Sol lo dudaba. También estaba de acuerdo que la oportuna aparición de Sol en su vida le estuvo ayudando a sobreponerse a las múltiples tentaciones habidas en la PoliU.
Y curiosamente la entrada de Sol lo ayudó a cuidar, por así decirlo, la memoria de Catherine.
Sri Sol Penélope Aruni: un nombre tan extraño como encantadora era ella, de sólo dieciocho años. Había sido una de tantas alumnas y alumnos que se quedaban a preguntarle dudas de la materia y demás. Pero Sol empezó a platicar cada vez más con él. Comenzó pidiéndole opiniones a Michael de sus propias asuntos, de su vida sentimental y de su vida familiar. Ambas tenían la complicación normal de esas edades. Con todas las confusiones y sorpresas cotidianas de la vida diaria, Sri Sol, llámenla Sol, y Michael, empezaron a ser amigos muy pronto. Las simpatías de ambos se mezclaron e hicieron costumbre el salir juntos a numerosas partes. Pero la relación no llegaba a madurar por más que ambos se esforzaban, y ni Michael ni Sol sabían si lograrían hacerlo algún día.
De no ser por la existencia de Catherine, quién sabe que hubiera pasado.
Michael se quedó evocando las delicias.

15. Bisontes

Unos sonidos del cuarto de control le llamaron la atención y lo volvieron a despertar en forma abrupta de sus recuerdos. Estuvo divagando un poco más por ahí, pero la hora de la prueba estaba por llegar.
Poincaré había encontrado en una de sus últimas correrías o raids por las bibliotecas de japoneses allá en universidades y centros académicos de Lost Angeles y Saint Francis, Co., librerías completas de módulos, objetos y demás piezas de software y soporte lógico que le habían llamado la atención. Éstos ya incluían verdaderos desarrollos en ambientes de estimulación sensorial total, vulgo, la tan elusiva realidad virtual de alto grado y de extrema calidad de involucramiento.
Poincaré averiguó que los japoneses habían, según su costumbre, logrado mejorar algunos diseños ingleses y estadounidenses y ya estaban ensayando a pequeña escala con escenarios virtuales completos.
Éste, con su punto de vista e intuición un tanto heterodoxa en un mundo de heterodoxos, de inmediato le advirtió posibilidades de combinarlos con otras tecnologías relativas a nanomotores, sensomotores y efectores. Estos podían ser ajustados y ordenados para definir una máxima sensitividad para el usuario que podrían llevarlo a escala, incluso, de poder percibir hasta una mínima brisa de aire simulada.
Ajustes, desarrollos de motores, bibliotecas, todo fue alimentado a LIZ.
LIZ era el nombre del cluster local de arreglos masivos puestos en paralelo, de procesadores-computadoras con capacidad de potencia de hasta decenas de miles de Babbages o BIPS (billones de instrucciones de computadora por segundo) redireccionados y, lo mejor de todo, disfrazados y diluidos para que ninguna investigación de los husmeadores comités de normatividad pudiera saber hacia dónde llegaba toda esa potencia.
Poincaré hacía todo eso parecer sencillo, uno tras otro se dedicó a resolver sus pendientes (por más que se le insistía, él no trabajaba en paralelo, varias tareas a la vez; él funcionaba sólo de manera serial, una tras otra, la mayoría de las veces, al menos). Faltaban la preparación de los sensores, la calibración de los múltiples procesos en paralelo, poner en acción los detonadores en la secuencia correcta de las miles de redes neurales y algoritmos genéticos en acción, la sincronía entre los muy-ultra-micro-procesadores en el traje de Michael y los procesadores periféricos de LIZ. Y todas esas actividades ya las estaría terminando en cualquier instante, una tras otra…
Michael ya había caminado alrededor del salón por más de quince minutos y se sentía cansado, y cada vez más tonto, por estar vestido como estaba: visor, mallas y guantes.
—Poinc, te estoy esperando...
Poincaré le contestó desde afuera:
—Espérate, que no es cualquier «configúrame ésta»… Además, ¿qué prisa tienes, si apenas llevamos una hora y media? ¿Por qué mejor no corres otra vuelta...? Me preocupa que no hayas probado al máximo el expulsor de sudor…
—Lo haría, pero creéme que me gustaría más que me conectaras la tevenet al visor. Es más, voy a correr, pero sólo si me pones alguna imagen interesante en las pantallas de las lentillas… es muy aburrido caminar a lo largo de un gran salón sin nada que ver más que paredes. ¿No tendrás de entre tus librerías un paisaje lunar o uno a lo largo de un cráter de volcán o en las profundidades del mar? O mejor, ¿qué te parece...?
—Espérame un minuto... no me distraigas…
Michael, que parecía desorientado, obedeció a su amigo. Sólo veía el gran salón del almacén, la puerta grande, los ventanales. El piso estaba todavía sin los delimitantes de los corredores. Sería un almacén de gran volumen cuando lo acabaran de terminar. Por todos lados había polvo acumulado de los trabajos de yeso del techo.
El traje estaba ajustado a su cuerpo. Michael estiraba los brazos lo más que podía. Flexionó los dedos ocultos por la «dermocubierta», como la denominó su amigo metatécnico, y se los pasó por su cara. Sintió sus mejillas y sus mejillas percibieron sus dedos.
Y esa fue la sensación precisa: «Sintió» su propia cara por sobre los guantes, las cejas, los labios, la barba crecida de dos días.
Sonrió satisfecho.
Se escuchó la voz del metatécnico:
—Ya está… ¿qué ves por los visores?
—Todo el salón.
—¿Nada más…? ¿No ves difuso?
—No... sí, quiero decir… espera, siento como si algo estuviera pasando…
—¿Y ahora?
—¡¿Qué?! Y en ese mismo instante su misma realidad se disolvió en un conjunto de sombras y luces. Michael se sobresaltó por la luz del sol. De manera instintiva cerró los ojos y se tapó estos con las manos porque el…
«…sol… ¿el sol…? ¿Y el techo? ¿Cuándo se abrió el techo?»
De inmediato se sintió estúpido ya que estaba consciente de que seguía dentro del gran almacén.
Al principio, Michael percibió que sensaciones ilógicas en conjunto brincaban de un lado a otro dentro de su cerebro, produciéndole un ligero mareo. Una confusión lo invadió. En su estómago flotaban mariposas, pero no las de la especie romántica, sino de las que avisan que lo que viene a continuación es pánico. Intentó serenarse.
No sabía dónde estaba. Por un momento creyó ver visiones cuando vio venir hacia él a una nube de polvo. Antes de entrar en ella, alcanzó a voltear la cara cuando percibió una contundente ola de aire caliente que lo abrasó haciéndolo cerrar los ojos. En eso empezó a golpearlo, sobre todo en las mejillas, un polvillo que le creó una sensación de molestia y comezón.
Entre la pequeña tormenta de polvo miró hacia el suelo y se agachó como pudo a examinarlo con mejor atención. Ahí había una abundancia de piedrecillas y arena entre las que tomó polvo por entre los dedos de la mano. El polvo que no alcanzaba a volar con el viento parecía disolverse entre ellos a medida que lo trataba de detener.
Decidió no pensar en todo lo extraño y se decidió aceptar la experiencia, tal como Poincaré le dijera. Rechazó pensar incluso en la tentadora idea de que allí no podía haber nada.
El polvo era de color rojizo, como el de la arenilla que parece ser parte de la consistencia de un ladrillo común. Michael pensó, despreocupado, en el lugar de donde provenían los ladrillos.
Volteó para ver el panorama que tenía ante sí de manera más completa.
A su izquierda y a su derecha había unas montañas de una altura indefinida cuyas laderas rebosaban de pinos y de vegetación, frente a él, al centro, estaba una especie de planicie. Y el cielo...
El cielo estaba de color azul con tonos amarillentos aquí y allá. Al principio no se había percatado pero era cierto, este cielo aquí era de un azul enfermizo, como contaminado por la tolvanera de polvo que ya estaba cesando.
Poincaré ahora sí se había lucido. Michael estaba ahora muy entusiasmado por la labor de su amigo. Temperatura, consistencia, percepciones sensoriales correctas, presión de la luz inclusive, sensaciones a nivel de respiración, transpiración. Juzgando el aspecto visual, todo estaba excelente… pero bueno, concluía, lo visual en realidad virtual ya estaba resuelto desde hacía mucho tiempo, pero los demás sentidos…

Al levantar las manos delante de él vio sus propios brazos como si trajera una camisa de manga corta. Al pasar sus dedos por sus brazos sintió la finura de sus propios vellos con sus dedos. No veía los guantes y bien podría dudar que se los hubiera puesto al principio.
—Sensibilidad al tacto, correcta —dijo para sí, a manera de verificación.
Miró hacia el sol con cuidado, falso quizá, pero aún luminoso e inclemente. Éste colgaba del cielo en una posición indefinida en el amanecer o en el atardecer. En cualquier momento lo sabría.
Intentó en voltearse a cualquier otro lado para probar la visión en todo el horizonte que lo rodeaba. Luego decidió caminar un poco alrededor, atento a sus reacciones de pesadez, cansancio o sofocación.
Conforme avanzaba se daba cuenta de la altura de las montañas que lo rodeaban. Pasando unos cinco minutos, miró hacia atrás. Vio en el suelo sus huellas que provenían desde más de ciento cincuenta metros atrás de él.
Fue entonces cuando empezó a percibir una pequeña vibración proveniente de su izquierda.
—Michael, ¿me escuchas?
—Sí, ¿qué?
—Me estaba preguntando si no estarías mareado o desorientado… recuerda que ésta es tu primera vez en una realvirt de esta calidad y podrías sentirte mal.
—No, estoy bien,
—¿Probaste la definición y la resolución?
—Creo que están correctas.
—¿Ya probaste al detalle el umbral de sensaciones?
—Bueno… el visual al menos… el paisaje que escogiste está bien, aunque tal vez pudo estar más variado… pudiste haber puesto flores, arbustos, matorrales… espinas, de perdido.
—Acuérdate que este paisaje contiene un cierto grado de aleatoriedad y fractalidad. ¿Qué te parece la percepción de los colores?
—El color del cielo que escogiste parece que está un poco apagado… ¿no debería el cielo azul estar así… digo, de color cielo… celeste, tú sabes...
La voz de Poincaré no se dejó esperar.
—¿Azul cielo? Creía que estaba bien. ¿Qué te parece este tono?
Michael vio como los tonos amarillentos se fundían en el celeste y desaparecían en cuestión de segundos.
—Me parece mejor. Mucho mejor.
Mientras hablaba Poincaré, Michael siguió sintiendo la vibración. Tal como acordaron de antemano, la comunicación entre ambos sería mínima para acentuar la hiperrealidad. Estuvo a punto de decir algo cuando inhaló de manera casual.
El aire invadió sus pulmones. Este aire llevaba una cierta esencia distinta. Llámese un olor natural, un olor a campo, un aroma indefinido, pero que se alcanzaba a percibir como de claro origen biológico, con acentuación posible en el origen vegetal. Intenso, vivificante, sano, saludable.
Como si una corriente de aire hubiera pasado a través de un bosque (esa era una experiencia no muy frecuente pero que cuando Michael la percibía, de manera inexplicable, evocaba a su padre) y así, sin el «acondicionado» extra, una brisa poderosa le llegaba a sus pulmones. Era intoxicante.
Michael sabía que ése era uno de los miles de detalles que Poincaré había mencionado que lo podían convencer de que estaba en una verdadera realvirt.
Y todo era increíble porque, además, de las imágenes, sonidos y sensaciones, sabía que aún ese aire era producido por LIZ.
Miró hacia el cielo y ahora sí pudo distinguir las nubes. Quedó ensimismado un momento, hasta que volvió a percibir la vibración en el piso.
—Michael, ¿estás ahí?
Hubo una pausa de Michael antes de contestar.
—¿Sí?
—Oye, te veré en un rato, acabo de recibir un mensaje, alguien quiere que me comunique allá arriba. No tardo. Ponte a jugar. Con cuidado, por favor. Nada de euforias.
—No problem —Michael agregó, de buen humor—: ¡Cambio y fuera!
No se sentía del todo cómodo. Al traje habría que hacerle algunos ajustes, aunque debía aceptar que no lo «sentía» en absoluto. Sabía que en algunas partes y junturas habría que apretar o aflojar cualquier detallito. Siguió con sus pruebas sencillas.
Levantó las manos al cielo, hacia donde estaba el sol. Ahora creyó que el sol se estaba escondiendo.
Siguió caminando. Sólo el viento rozando sus mejillas y el continuo sonido de la vibración lejana en la tierra le hacían compañía.
Michael sabía, además, de que debía ser consecuente con el hecho de la experiencia total, cuatro horas dentro del traje, un traje que tal vez ni siquiera podía quitarse solo, y del que ni siquiera podía quitarse el visor ni los audífonos. El único deseo que podía sentir era el de una sed inducida por la misma luz solar, pero la cual podía satisfacer con el minúsculo tubo conductor de agua que desde un pequeño contenedor, todo invisible desde su posición, ascendía hasta su boca.
Se volteó para ver hacia dónde se había movido el sol y las sombras de la montaña. No alcanzó a distinguirlo esta vez porque éste estaba oculto por un conjunto de nubes oscuro que se empezaban a juntar. Se dijo en voz baja:
—Lluvia… Va a llover.
Un fulgor de luz se iluminó en el fondo. Empezó a contar:
—Uno... dos... tres... —El estruendo del trueno llegó rápido. De hecho, se le hizo que el estruendo había sido demasiado rápido.
Ahora, al ver hacia el horizonte, le llamó la atención una cortina de polvo que no parecía ser parte de las nubes de arriba, con tonos rojizos tales como los del polvo que el pisaba. Lo interesante de la nube de polvo era que crecía y que sólo significaba que venía hacia él a toda velocidad.
—¿Qué podrá ser eso…? —Se preguntó.
La roja cortina de polvo se hacía mayor cada segundo. Todavía no se veía algo que la hubiera podido provocar. Se sintió preocupado. La brisa empezaba a hacerse notar demasiado. Una esquirla de polvo le pegó en una mano y se encontró con que le ardió el golpe, que con todo que fue pequeño, no dejaba de ser lacerante.
Con un pequeño esfuerzo de sus ojos trató de alcanzar a ver lo que provocaba la columna de polvo, pero era inútil.
Al mismo tiempo que la vibración aumentaba pudo distinguir una pequeña mancha oscura que parecía venir hacia él. De hecho, esa mancha y las demás que venían detrás no parecían venir hacia él. Más bien era él el que se atravesaba en el camino de las manchas. De repente, a las manchas individuales les salieron cuernos. Era una gran manada de bisontes y estaban embistiendo.
—Una estampida...
Michael volteó a buscar un refugio que no aparecía por alguna parte.
Recordando la sensación de la esquirla en la mano, que aún le ardía, Michael sólo alcanzó a decir:
—Poincaré, ¿dónde me metiste?
Los bisontes avanzaban a todo galope, devorando metros de manera rauda. Michael estaba paralizado en sus dos pies. Pero eso le duró sólo un segundo. Comenzó a planear hacia dónde correr. Calculaba que le quedaba un minuto antes de que las bestias lo alcanzaran, si le iba bien.
Notó que la vía de escape más accesible era subir hacia la ladera de alguna de las montañas para refugiarse en los pinos. Éstos, aunque lejos, le ofrecían seguridad.
Poco sabía de bisontes, sólo que en una estampida éstos se movían con una fuerza tremendísima y arrollaban todo a su paso, y que, si seguía donde estaba, lo aplastarían. El hecho de que fueran creaciones virtuales no importaba mucho. LIZ de seguro se había encargado de ajustarlo a él, a Michael, dentro del escenario. Y a las bestias también. Empezó a correr. A correr de verdad.
Eso sólo significaba, según las reglas que le explicó Poincaré, que los bisontes lo «verían» y reaccionarían ante él como con otro cuerpo más. Por tanto, si las bestias lo alcanzaban o lo embestían, él lo resentiría. Y mucho.
Corriendo, no muy lejos vio una formación que le ofrecía un risco no muy alto. Al llegar al pie del mismo comenzó a escalar de inmediato. Allí los bisontes no lo alcanzarían.
Éstos se acercaban. Su penetrante olor estaba llegando, gracias al viento. La cortina de polvo rojo cubría ya todo el horizonte. Ahora la vibración era insoportable y el sonido de los mugidos, ensordecedor. Pasarían de largo y ni él ni el risco estaban dentro del rango de visión de las bestias. Por lo menos así estaría a salvo.
Michael ya casi se encontraba en la parte superior del risco, sitio más tranquilo, hasta que de repente vio, lleno de angustia, que los bisontes del flanco más cercano a él, comenzaban a ser empujados hacia donde se había parapetado. Se escucharon más mugidos y balidos desesperados. El polvo rojo comenzó a cubrir todo su panorama. Empezó a sentir sofocación. El estruendo era tremendo. Las bestias, manchas oscuras borrosas, peludas, jorobadas y con cuernos, de más de cuatrocientos kilos corriendo a más de cuarenta kilómetros de hora, pasaban por delante en un desfile maniático, impresionante.
Michael ya no quiso esperar más:
—¡Poinc! ¡Poinc! ¡Contéstame…!
Poincaré no contestaba. Sus manos le empezaron a sudar.
Se encontraba a sólo dos metros de altura del piso desde donde estaba pasando la manada de bisontes. Casi no podía ver, por la inmensa cantidad de polvo que se hacía más denso, conforme al paso de los animales.
—¡Por favor, Poinc! ¡Contesta, maldición!
Michael sabía que el dolor simulado era ajustable, y también sabía que era de sentido común que el umbral de sensibilidad de la dermocubierta estuviera en un nivel bajo en cuanto a dolor se refería. Pero esto fue inaceptable para él, puesto que consideraba que no era objetivo para las pruebas en cuestión… Debido a eso los niveles de sensibilidad eran los normales. Cualquier impacto, por mínimo que fuera, sería igual que un impacto en la realidad.
Él era un convencido de la objetividad, en principio por lo menos, y cuando nadie había hablado de bisontes o de estampidas.
Sintió las primeras gotas de lluvia. En menos de quince segundos ésta lo cubrió todo, agregándose más al caos. El agua empezó a chorrear poco a poco por sus ojos, sus mejillas y sus brazos. El sol ya había desaparecido, cubierto por las nubes.
En forma repentina uno de sus pies resbaló, y si no es por su rodilla que se atoró con un pequeño saliente, hubiera caído hacia el ya muy próximo paso de los bisontes. La rodilla comenzó a dolerle demasiado. Se había lastimado otra vez el mismo nervio dentro de alguna articulación que lo hacía sentirse mal a la hora de hincarse o al estar en posiciones similares... como en la que estaba ahora.
Los bisontes empezaron a pasar muy cerca de su risco.
Michael vio con espanto cómo unos animales con la lengua de fuera y los ojos desorbitados, pasaban a toda velocidad. Era un espectáculo asombroso, fascinante.
Una pantalla de polvo más densa le nubló la vista de nuevo. Empezó a toser porque las partículas de polvo también le escocían la nariz.
Michael ya no discernía con exactitud dónde LIZ intervenía y dónde él experimentaba la «realidad». Su corazón palpitaba con fuerza.
Su pensamiento se interrumpió cuando un bisonte fue proyectado hacia arriba por sus compañeros de manera espectacular. Michael vio de frente la absurda testa y cornamenta de éste. Las patas del animal trataron de apoyarse en esfuerzo inútil sobre la pared, a menos de un metro de donde estaba él, apenas parapetado de rodillas. Del hocico de la bestia salía espuma y Michael miró de manera incrédula como ésta a su vez se le quedaba viendo con cierta impotencia inexplicable, en una mirada agonizante. El bisonte estaba muriendo frente a él, aplastado con toda la violencia y el drama real que sólo la naturaleza contiene y dosifica. Ya no pudo ver más porque el animal fue arrastrado por las demás bestias.
Michael seguía tomado de unas piedras salientes del risco, cuando sintió que el polvo disminuía, pero al voltear a ver, sólo notó que el flujo de la manada aminoraba un poco, mas no así el peligro. La lluvia ya había menguado.
—¡Poinc! ¡Poinc! ¡Detén esta cosa!
Gritó, sin resultados, pues sabía que el metatécnico no estaba cerca y que era muy probable que no le escuchara, entre todo el gigantesco alboroto del ruido de la manada en estampida. Empezó a sentir miedo de que algo malo le hubiera sucedido a su amigo, no tan sólo por Poincaré sino también por él mismo.
La rodilla herida le empezó a temblar. Ahora estaba empapado. Comenzó a jugar con la idea de que todo era una ilusión, pero tanto el dolor en su rodilla, lo mojado de su cara, y el cansancio debido a la posición incómoda eran todos reales.
En eso, las piedras del risco cedieron un poco quizá debido a la lluvia, y Michael quedó colgado de éstas, apoyado de un solo pie, y agarrado con sus manos al risco tambaleante, que al parecer estaba a punto de desgajarse por las vibraciones y por el agua chorreante.
—¡Malditas vibraciones! ¡Poinc, me voy a caer! —gritó.
Los mugidos subieron de nuevo de intensidad. El polvo aumentó otra vez. Miró incrédulo cómo los bisontes cercanos saltaban a sus compañeros agonizantes. Algunos bisontes estaban muertos. El piso a sus pies estaba lleno de piedras y lodo.
En ese momento, Michael se soltó y cayó desde una altura de un metro y medio al nivel del suelo. Mientras se dolía vio al primer animal dirigido contra él, y aun con todo el miedo, apenas tuvo tiempo de reaccionar pegándose a la pared del risco todo lo que pudo, ocupando casi el contorno del hueco por más mínimo que fuera, pero no pudo evitar un impacto contra su brazo. Aunque sólo fue un rozón, le causó, sin embargo, un dolor fuerte que le hizo contorsionar su cara. El animal que se lo causó ya estaba adelante. Pero ya venían los siguientes animales...
—¡Poooinc! —Volvió a gritar, desesperado.
De manera absurda, la respuesta llegó electrónica y calmada.
—Ya llegué y ya lo vi, no te apures… aquí lo desconecto —la voz tranquila, ilógica en ese lugar, del metatécnico resonó dentro de la cabeza de Michael mientras éste se debatía ya a pocos segundos del pánico total.
—¡¡¡¡POOOINC, APÁGALO YAAAA… POR FAVOOOR!!!!
—¡Ya voy, ya voy! ¡Espérame, que esto lleva una cierta… secuencia de comandos!
Más bisontes se le acercaban con toda la ferocidad reflejada en sus ojos, en su lengua y en su espuma, dirigiéndose a aplastar su constitución física. El primero de esta serie, a punto de empujar, ahora sí, con toda la violencia posible de cuatrocientos y pico de kilos, el costado izquierdo completo de Michael contra el risco. En el momento preciso del impacto, éste cerró los ojos.
La llovizna caía.
—¡Dios! —Exclamó Michael, en voz baja. Volteó la cara esperando lo peor.
En un segundo, el fragor de los miles de pezuñas que golpeaban con rapidez el piso lodoso, la vibración circundante, los sonidos de los mugidos, la violencia de una estampida en sí, el polvo revolvente, la llovizna, todo se disolvió en la nada.
Michael abrió los ojos de inmediato. Incrédulo, ante sí tenía el gran almacén vacío.
Los pasos a su espalda no lo hicieron voltear. La voz de su amigo resonó en el espacio desde atrás de donde se encontraba. Comprobó, extrañado, que la voz ya no venía de su cabeza.
—Siempre lo he dicho: una cosa es ver bisontes en documentales sobre la naturaleza; otra es verlos en una película; y otra, muy diferente, sufrirlos en realvirt, ¿no?
Michael se volvió y lo miró aún sin poder creerlo. Su cara estaba tensa, llena de sudor, contraída como si soportara un dolor, su cuerpo estaba encogido, y con su brazo, se sostenía el otro que le dolía. La rodilla le temblaba también. Respiraba en forma acelerada. Su corazón seguía palpitando fuerte.
—Te tardaste… demasiado… Me dan ganas de golpearte, Poinc… Me dejaste mucho tiempo solo...
El aludido extendió los brazos, a manera de defensa.
—¿Qué querías que hiciera? Discúlpame, pero es que me hablaron de arriba. Me preguntaron quién podría estar consumiendo recursos de LIZ como un loco… ¿Querías que ellos se dieran cuenta de que alguien utilizaba a su angelito para un experimento personal? Me matarían…
—A mí sí que casi me matan. Además, pensé que habías arreglado la redistribución de recursos de LIZ para evitar que se dieran cuenta…
—Primero, a lo que dices que casi te matan, no lo creo. Bueno, el susto sí te pudo haber matado. Antes de apagar todo vi tus medidas muy adrenalizadas… Por lo demás, no sé… quizá me faltó afinar un poco más el método de redistribución de recursos.
—Bueno, ya —Michael aceptó la explicación de su amigo—. Oye, ¿y los dolores que sentí? Mi rodilla me sigue doliendo un poco…
Poincaré le quitó el seguro al casco flexible de la cabeza dando una secuencia en un pequeño tablerito de membrana del lado del cuello de Michael. El cuello también estaba lleno de sudor.
—Estás empapado —apuntó hacia la pierna de su amigo—. ¿Qué le pasó a tú rodilla?
—Me la golpeé en el risco que estaba por allá atrás —Michael se volvió pero no vio más que las estructuras listas para armar los anaqueles.
Poincaré se le quedó viendo. A continuación preguntó:
—¿Puedes caminar? ¿De qué risco hablas?
Michael seguía estudiando las estructuras metálicas con atención.
—¿De dónde estaba colgado?
—¿Qué?
—Sí —Michael apuntó hacia donde hacía unos minutos había visto casi pasar su vida enfrente de él—, me colgué de unas piedras cuando los bisontes pasaron enfrente de mí. De hecho, estaba de pie en un risco. Y veía todo hacia abajo…
—No sé de que hablas… tendría que ver la grabación de lo que veías y revisar el escenario.
Michael le contestó en forma irónica:
—O sea, que reconoces que no sabías qué iba a pasar. ¿No que lo tenías todo controlado?
Él protestó:
—No, Mich, yo nunca te dije que lo tenía todo controlado…
—Poinc, ¿qué hubiera pasado si no hubieras llegado a tiempo? ¿Hubiera muerto aplastado por esos animales?
Su amigo le sostuvo la mirada y sólo alcanzó a decir:
—Bueno, los experimentos de realvirt que yo he hecho nunca llegaban hasta este punto... y los demás de los que he sabido no han envuelto peligros físicos para nadie, pero no lo sé…
Michael se levantó la malla del traje hasta su rodilla para examinársela.
La rodilla estaba raspada y rojiza, y aún tenía señales de haber estado mucho tiempo contra una superficie arrugada, que tuviera muchas piedras diminutas.
Y sin duda los dos sabían que no podía haber sido causado en parte alguna de todo el almacén vacío.
Pero ya era tarde y Michael tenía prisa. Molesto, replicó:
—Está bien, nada me pasó. Ya me voy a clase y tengo que prepararme para hablar con Erasmo… y antes, además, debo bañarme.
—Espero que no te sea difícil…. Eso, hablar con Erasmo.
Michael no contestó. Se alejó cojeando un poco.

16. Erasmo

Era una cantidad insólita de papeles. La habitación y el despacho despedían un aroma indefinido que podría ser humedad, por lo encerrado, o, simplemente, olor a viejo.
Horas y horas sopesando qué decir y tratando de adivinar qué le podría contestar el gran Erasmo de Cuautla, como era conocido dentro y fuera de la Matriz, debido a que era una persona muy ocupada que no dispondría de mucho tiempo para él.
Nada más entró en su casa, fue al grano.
Michael acostumbraba bajar la voz cuando estaba con Erasmo por su costumbre de hablar relajado y calmo. Pero en ese momento su maestro la estaba alzando, situación muy inusual en él.
La discusión presagiaba ser acalorada.
—¿Pero cuál es tú problema entonces, Michael? Te lo repito, a nadie le interesa Tlatelolco, sólo a unos, muy pocos, fanáticos y obsesivos que aún quieren una justicia lejana y pasada de moda…
Michael de Montaigne permanecía impasible, ocultando su confusión de cuando replicar.
Con Erasmo debía andarse con cuidado.
La presencia del anciano era, como siempre, implacable e impecable, no muy alto, con escaso pelo canoso, mirada penetrante enmarcada por lentes gruesos, anticuados y negros, que aún tenía la particularidad de usar una anacrónica corbata de moño en los eventos importantes, barriga por la que habían pasado tantas y tantas reuniones durante los años y los amigos. No por nada lo respetaban y lo consultaban de todas partes. Erasmo era como un León en Invierno, sabido que ya estaba en decadencia, pero siempre dentro de la dignidad de su propio ocaso. Principio y fin de una familia de intelectuales frustrados como él solía decir.
Michael se atrevió a decir con timidez:
—Pero… ¿y la verdad, maestro?
—¿Cuál verdad, Michael? ¿La tuya, la mía, la de quién? —la voz sonaba irritada.
—La que es...
El anciano hizo un gesto de enfado.
—¿Qué no entiendes? Tlatelolco está más que enterrado en el tiempo…
Michael se miró, impasible, frente a una de las mentes más notables del país. Dijo:
—Pero no deja de ser importante... La verdad en este caso, insisto.
Erasmo refunfuñó, irritado:
—Buscar la verdad siempre es necesario, pero esa verdad en particular, en este momento y en cualquier otro, es tiempo perdido, lo sabes bien. Ya todo fue escrito…
Michael no cejaba.
—Será mi tiempo… que el reglamento me lo permite…
—¡Será a tu costa y no de la PoliUniversidad!
La voz de Erasmo retumbó en el cuarto; el anciano se irguió, molesto. Michael no quiso mostrar debilidad. Sintió que si lo hacía estaría perdido.
—¡Estoy en mi derecho…!
Michael sorprendido del tono fuerte con el que acababa de expresarse, de inmediato deseó no haberlo dicho de ese modo.
—Michael, ¿es desafío?
Su superior tenía el rostro endurecido. Las arrugas formaban fuertes surcos en su frente que señalarían una próxima apoplejía. Pero Michael hacía mucho que lo conocía y sabía que no debía ceder. No en ese momento. Pero tampoco no quería presentar batalla. Se tomó un poco de tiempo para contestar. Erasmo se volvió a sentar. Michael, más suave, expresó:
—No, no es un desafío… pero quiero recordarle que puedo tomar tiempo de mi año sabático… está en el reglamento…
Erasmo gruñó mientras se acomodaba en su sillón. Sus manos temblaban un poco. Replicó:
—El cual, si no me equivoco, será dentro de dos años…
Michael, maravillado, comprobaba que su maestro estaba en todo. Se apresuró a aclarar:
—Sí, pero según los estatutos del establecimiento de maestros e investigadores, el año sabático se puede adelantar por dispensa especial de uno solo de los decanos, después de los cuatro años… y yo ya tengo cinco aquí. Además, usted sabe que cuento con el apoyo de mi departamento…
El maestro habló mientras con una mano se ponía sus lentes. De manera lenta, le dio la espalda como para trabajar en su escritorio. Dijo:
—Haz lo que quieras. No me escuchas. No me necesitas…
Empezó a mover unos papeles. Michael permaneció sin moverse en el mismo lugar en donde estaba sentado desde que llegó. Sintió que había alterado a su maestro más de lo suficiente, pero no sabía con exactitud el porqué. Estaba confundido.
Volvió a insistir de manera amable, pero firme:
—Maestro Erasmo, sabe que la razón me asiste.
Su maestro volvió la vista hacia él otra vez, exasperado y con una penetrante mirada, explotó:
—¡De nuevo dale con la razón! ¡Basta de decirme abstracciones, significados, sentimientos…! ¡Yo quiero hechos, razones objetivas… y no me los has mostrado!
Michael permaneció en su sitio. Olfateando terreno minado, empezó a hablar más rápido. Tendría que manejarse con cuidado.
—No le bastaron, maestro, lo que es distinto. Le presenté el resumen. Allá en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 hubo una tragedia y nunca ha sido aclarada del todo, ni siquiera con las tres grandes investigaciones: la de los veinticinco años de 1993; la de 1998-99; y luego la de la Reconciliación Nacional del 2010, y las tres nunca fueron del todo convincentes. Nunca sacaron nombres de los responsables, más allá de los populares de todos sabidos; nunca hubo procesos de quienes ejercieron la violencia que terminaran en condenas; por último nunca se pidió perdón público oficial a las familias de las víctimas inocentes muertas ni a las que estuvieron encarceladas.
Michael se interrumpió. Su mentor tomó la pausa para arremeter, aunque más tranquilo:
—Sabes que el ejército ha sido inexpugnable con eso y que jamás cederá. Es posible incluso que haya destruido sus propios archivos durante los días siguientes de los hechos, si es que hubo archivos alguna vez de su parte. Por otro lado, la creencia popular, la escrita, la intelectual y la periodística ya acusaban al ejército, a gentes del estado mayor y al gobierno de entonces, ¿qué es lo que buscas aportar de nuevo? ¿No comprendes, Michael, que no hay nada nuevo bajo el sol? —El viejo profesor suspiró—. No te entiendo, hijo, de veras, no te entiendo…
Michael también suspiró. Se sentía triste de que su mentor y maestro no lo comprendiera. Sentía que todo era su culpa por no saber explicarse y por no haber comunicado bien la idea. Casi se sentía derrotado. Por otro lado, creía conocer a su maestro. Nunca pensó que él mostrara tanta pasión por ese tema.
Al no recibir réplica, su mentor continuó, esta vez de manera más suave, como si eso le ayudara a pensar mejor.
—De acuerdo. Creo, y escúchame bien, porque no quiero que me mal interpretes, Michael. La PoliUniversidad a través de mí, que represento a la Escuela Superior de Historia y de Asuntos Políticos de la misma en el Comité de Decanos, no permitirá que se use su nombre ni su presupuesto, en una investigación oficial de los hechos conocidos en la tradición popular como los eventos de la Noche de Tlatelolco… Pero, quiero que sepas, en honor a nuestra amistad, que, a título personal, yo no pondré objeciones oficiales si tomas tiempo y uso de sus instalaciones para tus propósitos, y además, quiero también que sepas algo más...
El mentor parecía pontificial en su pausa. Su discípulo estaba en alerta máxima. Algo parecía haber cambiado en la mente de Erasmo.
—¿Qué, maestro?
—…que si esto llega a oídos oficiales, y no me vengas con que me estoy contradiciendo, sabes muy bien de lo que hablo. Repito, si esto llega a oídos oficiales, ni yo, ni la PoliUniversidad estarán ahí para sacarte del embrollo. Si crees que tu proyecto de investigación vale la pena como para arriesgar tu puesto, tu carrera y tu reputación, adelante.
El mentor, ya anciano y ya desacostumbrado a escuchar proposiciones absurdas para proyectos, se detuvo. Michael seguía atento, solícito. Su corazón se alegraba de la pequeña victoria que significaba que su viejo amigo estuviera de acuerdo, aunque no lo dijera como hubiera querido, claro. Éste interrumpió su tren de pensamientos:
—¿Sabes algo, Michael? Mi posición ya no es tan… fuerte como antes… han pasado… situaciones y eventos… Estoy frágil, mi… salud, quiero decir, no soy lo mismo de antes —inspiró con fuerza—. Lo que quiero decirte es que ante una de estas situaciones admiro una obsesión como la tuya… La búsqueda de la verdad siempre ha valido la pena. Y si tú crees saber o conocer los compromisos, los deberes, y, sobre todo, las consecuencias de esa búsqueda, de lo que sucederá con lo que obtengas, pues no me queda más que decirte, con cierta reticencia natural por supuesto, que… adelante.
El viejo maestro se detuvo a limpiar una vez más sus lentes y prosiguió en tono de reflexión:
—Yo ya estoy viejo… Creo que todos pasaremos por esto… En estos tiempos modernos las propuestas de investigación deben de proyectar más erudición, más sofisticación. Del pasado, la gente actual sólo quiere saber lo que sucedió en el año Ce Acatl, allá, con Quetzalcóatl. Quieren averiguar de qué murió Pacal, el rey maya. Al fin que toda su corte, amigos y traidores, ya no están por aquí… ¿o has visto alguno de ellos cuchicheando, para hacer alianzas por los corredores, o para traicionar a su señor?
Michael sonrió.
—No, Michael, la gente, ellos —señaló a su alrededor de manera vaga—, no quieren comprometerse. Pero tú sabes, aquí en este país estamos rodeados de historia hasta la coronilla: se abre una zanja allá, en la vieja capital, y se obtiene, en ese orden, desechos tóxicos, basura, cuerpos de torturados, más basura, muertos de algún terremoto o inundación, y, por fin, una gran piedra ceremonial de sacrificios… los gobiernos, de cualquier nivel y tiempo, prefieren, y les encanta, que les excaven sus ruinas, pero eso sí, que no sean recientes, que sean las antiguas, no las que se crearon durante sus tiempos. No aceptan que alguien les muestre el cadáver aún caliente, ese, del tipo importante, que recién ayer mal enterraron ellos mismos o sus sicarios.
Guardó silencio mientras se quitaba los lentes para ver a través de ellos, buscando basuritas imaginarias. Erasmo continuó:
—Ellos… quieren ver el cadáver o los restos, si prefieres, del rey zapoteca… del orfebre mixteca… del guerrero maya… o azteca… del sacerdote teotihuacano. Si es posible, con joyas… pectorales… de oro... de oro puro…
El anciano mentor hizo una pausa para toser.
—Si, Michael. Considero valiosa tu opinión. Considero valioso tu esfuerzo. Escúchame, me dolería que encontraras algo que fuera importante… porque eso podría ser equivalente a «peligroso» y con consecuencias inciertas.
Su ex alumno escuchaba.
—Ahora, Michael, amigo mío, porque tú también eres mi amigo y no lo olvides —hizo un pequeño gesto de dolor mientras se tocaba el pecho—, mmmh, ahora ¿me puedes pasar la nitro? Creo que me siento un poco mal y me está doliendo la angina.
El anciano cerró los ojos como en actitud de rigidez. Michael sólo atendía el tono emocional de su maestro pero cuando escuchó la palabra «nitro» no necesitó un segundo más. De inmediato se levantó de la silla y acudió a la antigua vitrina, donde él sabía que se encontraba su arsenal de medicinas.
—¿Cuál, maestro, el vaporizador o las pastillas? —Preguntó disimulando su ansiedad y preocupación por la salud del anciano.
Éste empezó a respirar con un poco de dificultad, su frente empezó a mostrar trazos de sudor. Cerró los ojos como haciendo un esfuerzo y los abrió.
—En mi caso, muchacho… es igual, aunque prefiero la pastilla…
—Aquí está, maestro. No hable más. No se agite.
Su mentor tomó la pastilla con manos firmes. Michael le notó el leve temblor. Él continuó, ya un poco más aliviado:
—El hecho de que esté debajo de mi lengua me da más… seguridad… pero mis docs, mis doctores… me han advertido que se tarda más en hacer su efecto y que ese retardo… aunque pequeño, podría serme fatal —el anciano hizo un gesto de fastidio—: ¡Bah! Estamos en la segunda década del siglo XXI… y aún esos tontos no saben curar una maldita gripe que se respete y tampoco… saben del confort que se procura al sentir algo físico debajo de tu lengua…
Erasmo tenía mejor color. Respiraba de manera apacible. La cara de sufrimiento fue sustituida por la cara tranquila de siempre.
Michael sabía que era hora de marcharse. Trató de sacar una plática trivial.
—De acuerdo, maestro… cuídese, estése tranquilo —trató de animarlo antes de despedirse—: lo bueno es que usted se ve fuerte, y… usted sabe, siento tener que dejarlo ahora, pero es que ya no lo quiero molestar, además, tengo que empezar ciertos preparativos respecto a lo hablado. Creo que no es necesario decirle lo que le agradezco infinitamente su apoyo.
Erasmo cerró los ojos. Se encogió de hombros.
—Me sobrestimas, muchacho, ya no soy lo que era antes. Además, hay algo que me preocupa demasiado —guardó silencio por un segundo—, seguro has visto a la prensa, me… atacan porque… los incomodo, aunque ellos no lo dicen así: «…esquemas mezquinos ajenos a la realidad actual…». Eso aseguran que propongo. ¡Bah! Luego dirán que estoy senil y que seguido me visita el señor Alzheimer con su olvido en la cartera. A propósito, yo nunca dije que te apoyaba en ese tono —le protestó—, sino que no pondría más objeciones, recuérdalo…
Michael sintió que su tenue sonrisa le contradecía.
—Perdón, creí haber oído mal —también sonrió.
—Pues no andes oyendo mal, muchacho… Y cuando salgas, cierra la puerta y dile a Hedy que venga en quince minutos. Ya vete, que me estás quitando el tiempo —dijo mientras le hacía a Michael el gesto con la mano de que se alejara.
Michael, al llegar a la vieja puerta, dijo:
—No le decepcionaré. O por lo menos trataré de no hacerlo.
El maestro le contestó.
—No me preocupa. No hay razón. Si me llegas a decepcionar, bueno, nunca lo llegaré a saber, porque… en fin, nadie me lo dirá, ni tú siquiera… Tu camino es difícil. Más difícil de lo que crees. Puede que vengan tiempos penosos, tiempos oscuros. Te deseo suerte y si te hace falta algo, un consejo, una orientación extraoficial, como amigos… vuelve aquí… Recuerda: Vuelve aquí… pase lo que pase… Adiós, Michael.
El maestro se volvió hacia sus papeles.
Michael sonrío, un poco confundido, sin decir nada más y salió de la casa.
Su mentor se quedó allí en espera de la señorita Hedy. El dolor cedió por fin. Ordenó música de Mozart en el concentrador y se puso a revisar los reportes diarios que requerían de su atención exclusiva. La demás basura que le llegaba por PLAANET —avisos inútiles o reiterativos, publicidad, noticias— era filtrada, como siempre.
En el aire se empezó a abrir paso de manera majestuosa, holofónica, la Sinfonía 40, la «Júpiter».
La señorita Hedy llegó con una bandeja. Traía el pan de dulce tal y como él que conocía y amaba tanto allá, en el viejo D.F. Sólo un pan. Le ordenaron que no fuera goloso, le dijeron que le podía ir mal.
A él no le importaba. Había muchos asuntos que a él ya no le importaban.

17. Tentación

LA CREMA QUE CAÍA lenta sobre el café de inmediato formaba movimientos de remolino sobre su superficie. Brazos blancos en espiral sobre el fondo oscuro. Espirales en el café, espirales en los huracanes y espirales en las galaxias. Ese pensamiento, prestado de Arthur C. Clarke, siempre se le aparecía a Michael cuando se tomaba un café y casi siempre lo ponía de buen humor.
Pero hoy no. Era la impaciencia la que le dominaba mientras esperaba en la cafetería central a Doménic Morfín.
Se había encontrado ocupado los anteriores tres días. Empezaba a superar la frustración de reconocer que su proyecto no estaba tan claro para los demás como para él, tal y como lo había notado con Erasmo.
—Pero si está clarísimo…
Michael se negaba a aceptar de su proyecto cualquier naturaleza quimérica y fantasiosa que se le pudiera atribuir. Sentía que al menos podría aclarar algunas de sus propias incertidumbres y angustias.
Desde la perspectiva de un maestro que trata de manera frecuente con los hechos pasados, sentía que la historia debía tener un solo punto de vista. La verdad pura y simple. Y al respecto de Tlatelolco, le correspondía a él encontrarla. Si eso fuera posible, claro.
Además, el tiempo pasaba. Cada vez que llegaba a su departamento se detenía frente a su viejo librero. Allí, el álbum de recortes, y junto con éste, una revista LIFE en Español, fechada el 15 de noviembre de 1968, y que había descubierto mucho tiempo atrás. Ahí se encontraba suspendido también en el tiempo, el libro de Poniatowska, el de la Noche de Tlatelolco.
Pasaban semanas en que no se percataba de la existencia de su «archivo», como le decía. Había otras en que sólo de verlo lo atormentaba y lo llenaba de ansiedad. Como si verlo se imaginara que le reclamara algo.
Michael se había hecho en muchas ocasiones la pregunta: «A mí, ¿qué me deben de andar interesando esos rollos?». Y él se quedaba en silencio, sin saber que contestarse. En otros momentos, esta vez de euforia, se entusiasmaba y se convencía de la necesidad de hablar del tema, de exponerlo a quien fuera.
Pero la mayoría de las veces se sentía solo.
Y ahí estaba esperando a Doménic Morfín, quién, por cierto, ya estaba retrasado.
Conocido de Michael desde hacía tres años, de carácter impulsivo, del tipo atlético, moreno, y que aparte gustaba de broncearse, Doménic impartía, entre otras, la cátedra de Análisis de las Poblaciones Rurales del México Central. Según sus propias confesiones, la materia y similares no le importaban demasiado. A Michael le reveló en una ocasión que lo único que conseguía con impartir ese tipo de clases era lograr proyección.
En aquel entonces, poco más de un año, a resultas de lo anterior, Michael le había preguntado:
—¿Dices que tú buscas... proyección?
—¡Claro! —Le respondió Doménic, muy animado—. ¿Tú crees que uno está dando este tipo de materias, ásperas, áridas y aburridas como el mismo tema, por pura vocación…? No hay nada de malo en que yo utilice mi cátedra para impulsarme hacia un cargo en el gobierno. Ya me están tomando en cuenta, y eso es lo importante, que te consulten qué piensas de un asunto o qué opinas de otro. Digo, eso no es ambición en sí, yo lo veo más bien como un claro deseo de superación...
Nunca tuvo sentido el analizar qué significó esa plática, ni sus implicaciones ni nada por el estilo. Fue otra charla más.
Doménic le envió temprano por la mañana un mensaje a su tablenet, citándolo en punto de las tres de la tarde en la cafetería central. Después de la experiencia agotadora de los bisontes, en el sentido físico, y luego el encuentro con la de Erasmo, también agotador pero en esfuerzo mental, ahora estaba con más ánimo, descansado e impaciente por empezar sus investigaciones. Sólo tenía que terminar de dar unas clases, aplicar unos exámenes y luego cumplir los asuntos administrativos normales de su curso.
Después, enviaría su propuesta formal al Consejo Directivo de la facultad, quienes aceptarían o negarían su petición. De alguna manera intuía que el no-veto tácito de Erasmo pesaría lo suficiente en la administración del Consejo para que le dieran el apoyo, y con eso ya estaría listo.
Ya llegaba Doménic. Al verlo a la distancia pensó que, por alguna extraña razón, no lo podía tolerar del todo. Era demasiado… insistente. Siempre lo andaba invitando a realizar proyectos juntos, actividades escolares y extracurriculares. Algunas veces Michael aceptaba, pero otras no, y ahí era cuando la situación se agriaba.
Como si algún plan importante se frustrara, Doménic se ponía en esos momentos de un humor de los mil diablos y para Michael, aún distraído como podía ser, en esos casos se daba cuenta y se apenaba mucho. Quizá Doménic fuera un mal perdedor. Aunque también por ahí flotaba en el aire lo que alguien le advirtiera: «Cuidado, ese cuate, no es lo que parece…».
«¿Acaso todos somos lo que decimos que somos o lo que parecemos?», se preguntaba él, a su vez.
—Hola, Michael, ¿cómo estás?
Doménic, con su bronceado de siempre, su sonrisa mostrando unos dientes perfectos y abriendo la mano con los dedos extendidos, como siempre lo hacía. «Esa eterna, empalagosa y compulsiva actitud de querer ser popular con todos y cada uno», pensó Michael, un poco divertido.
—Muy bien, Dome, ¿y tú?
Su saludo de mano fue efusivo y con gran firmeza. Michael trató de corresponder al apretón en fuerza pero fue imposible.
—¡No podía estar mejor! Éste ha sido un gran día. Me dieron noticias de que el Consejo Directivo me aceptó el proyecto de investigación de Tlaxcala, aquél que te comenté… ¡No sabes! Me siento muy, pero muy contento.
Michael casi se atraganta el café.
—¿El que hablaba de efectos del turismo a gran escala en Cacaxtla y la Nueva Ciudad Subterránea, allá, cerca de Puebla? —Michael estaba tan sorprendido que enseguida se contuvo para poder hablar en voz baja—: No lo hubiera creído posible…
—Exacto…
—Pero… ¿te lo aceptaron tal cual? Digo, ¿no me habías dicho que tenía dos o tres fallas de enfoque básico que te sugirieron que arreglaras antes de entregarlo? No entiendo —Michael trataba de mantener la sonrisa a toda costa—: Tú me dijiste eso la semana pasada y ya te lo aceptaron… o eres… o eres muy rápido para examinar, replantear y volver a presentar; y ellos, a su vez, también muy rápidos para aceptar el documento, convocar, reunirse a deliberar, dictar resultado, aceptar la propuesta y comunicarlo… —Michael sintió que estaba repitiendo sus pensamientos en voz bastante audible y que debía callarse ya— …o eso, o ya hablé demasiado…
Doménic no pareció darse por aludido.
—Bueno… tienes razón, yo te comenté de los errores básicos… pero creéme, hablé con el Consejo y ya tenía preparado mis planteamientos y argumentos… y ellos vieron eso… mi intención… y me aceptaron la propuesta, además, no es tan… burocrático como la gente piensa…
Negó con la cabeza.
«No, me imagino que en ciertos casos no», Michael sonrió para sus adentros.
—Excelente… —dijo.
También se quedó pensando en los problemas de tres compañeros maestros que habían hecho propuestas mucho más sólidas y serias que la de su interlocutor para ver si alcanzaban parte de las becas de este ciclo. Las tres propuestas fueron rechazadas aduciendo fallas básicas de enfoque, estadísticas y de método científico soslayado o ignorado. Los compañeros estaban desechos, ya que deberían de esperar ahora hasta el otro año.
Ahora Michael tenía ante sí a Doménic Morfín, quién nunca se había podido destacar más que por las buenas conexiones con las que contaba y con las que seguía contando, al parecer, y que ahora llegaba con un proyecto mal planteado —a Michael le constaba puesto que él lo revisó— y que se lo aceptaban, así como así, en tiempo récord… cualquiera pensaría que…
—Qué bueno, Dome, en verdad. Excelente. Cool. Felicitaciones…
—¿Verdad que sí? Bueno, ¿ya pedimos? Yo invito.
Pidieron y comieron. Una vez que terminaron con el postre, pidieron café. Doménic empezó a hablar.
—Michael, tú eres una persona especial. Mucha gente lo sabe.
—¿Ah, sí?
—No seas irónico. ¿Cómo te puedo decir? Me… nos gustaría que vinieras a una plática.
«¿Otra? Oh, oh. ¡Nooo! ¡Por favor!», pensó Michael. Sin cambiar el gesto amistoso, dijo:
—¿De qué se trata?
—No te puedo decir mucho —volteó a su alrededor—. Aquí no puedo. De verdad.
—¿Cómo quieres que vaya a una reunión si no me dices de qué se trata?
Michael intentaba ser lo más mínimo amable para que no se sintiera fingido.
—No es así de sencillo… existen detalles, protocolos que cumplir.
—No sé si sepas, pero estoy a punto de empezar un proyecto y…
Doménic le interrumpió.
—Por eso te estoy invitando yo. Yo sabría si te va a quitar el tiempo o no, ¿no crees? Es muy importante… Creéme.
Michael sentía que no debía mostrarse ni débil ni sumiso ante Doménic. Es más, ni siquiera debería ser amable. Según él, ser amable era considerado por las personas tipo Doménic como una muestra de debilidad e inestabilidad emocional más que de amistad o respeto. Para esta gente, ser amable era como una disfunción. ¿En qué momento, se preguntaba Michael, pudo Doménic pensar que eran amigos? Se sintió un poco hipócrita con su compañero.
Decidió atacar de otra manera:
—De acuerdo, de acuerdo, dime mejor: ¿qué pasa si voy? ¿Y qué pasa si no voy?
A Michael le pareció ahora que Doménic estaba incómodo. También notó que éste seguía volteando, en forma discreta eso sí, hacia todos lados, como si de repente estuviera intranquilo y con la sospecha de que algo le podía acechar desde alguna sombra. Empezó a hablar, bajando la voz:
—Mira… Michael… tú no sabes lo que yo he luchado para llegar adónde estoy. Tú sabes que la situación es bastante dura ya de por sí… Todo mundo compitiendo por los mismos miserables recursos…
«Lo cual no debería ser problema para ti y tus propuestas», pensó Michael para sus adentros. Doménic sonrió y continuó:
—Sólo te puedo decir que una persona normal por sí sola, cualquiera, podría triunfar en este lugar, pero también sé, más bien, sabemos, que, por su misma normalidad, se va a encontrar con muchos problemas…
—Y tú no los has tenido, ¿eso me quieres decir?
Si Doménic notó algún sarcasmo en el tono de Michael, no lo expresó.
—Mi… grupo al que pertenezco… me ha ayudado un poco… sí.
Michael lo miro, intrigado.
—Tu grupo… ¿y qué grupo es ese? ¿Una asociación o algo similar?
—No, mi grupo es más grande que cualquier asociación… —la cara de su colega se llenó de orgullo por un pequeño segundo.
—¿El Grupo Gris? —Lo interrumpió Michael de manera aguda.
Doménic se turbó por un instante, parpadeó y miró hacia abajo de manera rápida e imperceptible, para después recuperar la compostura… excepto que Michael, que era muy dado al lenguaje corporal, observó que el nombre mencionado había pegado en cierta fibra sensible de su colega. ¿Una fibra grande o pequeña? Eso aún no lo podía determinar…
—A-a-algunos le llaman así, pero el nombre no importa… son un grupo de… mexicanos que hacen una labor importante y que son nacionalistas… y responsables que se preocupan del progreso y de la felicidad de sus compatriotas… Pero ya no hablemos de eso… lo que te quiero decir es…
Michael volvió a interrumpir.
—Espera, y perdona que te interrumpa antes de que se me vaya la idea… si tu grupo es muy importante ¿por qué nadie sabe de él con exactitud? ¿Y por qué nadie quiere hablar de él…?
Al no contestar su interlocutor, Michael continuó:
—Déjame decirte algo, Doménic: la mayoría sabe que el Grupo Gris es una asociación muy particular. Tan particular que cuando alguien la menciona, la temperatura ambiente baja varios grados… Yo pensaba al principio que ese grupo tenía características más del tipo de causas sociales y así… Después me entero que hasta les dicen los Círculos Negros… Pero tú deberías decirme si estoy equivocado…
La mirada de Doménic se volvió gélida. Michael sintió de repente que caminaba en medio de un campo minado. Doménic empezó a hablar pausado:
—Mira, Michael, el Grupo Gris ya te lo reconocí, sí existe y sus propósitos están bien definidos. Que quede claro: estos grupos de elite no son los Círculos Negros que dicen las leyendas… más bien son aros de luz que iluminarán al mundo… Pero hoy no podría hablar aquí de él. Quizá después, pero aquí no… Y eso es definitivo.
—¿Y por qué no quieres hablar de él, si dices que son nacionalistas? ¿Y por qué sus labores no son difundidas más de lo que hasta ahora se habla? Se lo merecerían, ¿no? En cambio pareciera que estamos hablando de un grupo secreto, una logia o culto, con santo y seña y demás. Que, ¿hay que hacer ritos de iniciación?
Doménic se puso serio.
—No me gusta que bromees con esto. Déjame continuar.
Michael así lo hizo. Doménic continuó:
—No te lo dije al principio, pero espero que sepas que esta conversación va a ser entre caballeros y que espero que lo dicho aquí no se repita más allá… ¿de acuerdo?
—De acuerdo, pero yo no sabía que la plática iba a ser tan solemne.
—¿Solemne? ¿De qué hablas? Aquí nadie es solemne …
—Si tú lo dices, supongo que no…
—Quiero que te nos unas.
Michael creyó haber oído mal.
—¿Cómo?
—Sí, al Grupo Gris.
—¿Que me les una…?
—Así es.
Michael se sintió apenado y preocupado. La fama del Grupo Gris no era nada buena. No sabía mucho de ellos pero era obvio que era un grupo en el que todo avanzaba muy rápido. Demasiado rápido, para precisar mejor… Era casi bochornoso…
Por otra parte, y Michael se esforzó en ser honesto consigo mismo… ¿no era eso lo que él quería al final? Avanzar rápido, ¿no lo querían todos? Sí, pero… lo de siempre: los malditos «peros» del mundo… ¿cuál sería el precio?
—No creo que sea buena idea, Dome… no por el momento.
—¿Qué quieres decir? —Preguntó Doménic, sorprendido.
—Que no creo que sea lo que quiero, ahora por lo menos… y no quisiera que me lo tomaras a mal.
La cara de Doménic era gris, cenicienta. Dijo:
—Creo que no me has entendido bien, Michael. Si te he estado diciendo esto, es porque sé que necesitas estar en el Grupo. Aquí no hay otra manera de avanzar…
—Hace un rato tú mismo me aceptaste que sí…
—Sí, pero con muchas dificultades. Ahora, sólo piensa por un segundo, qué pasaría si alguien quisiera avanzar… contra la corriente…
—¿Qué quieres decir?
—Nada… sólo que siempre puede haber dificultades… inesperadas.
Michael estaba suspicaz.
—¿Es una amenaza?
—No. ¿De qué hablas? Nadie amenaza a nadie. Espérate... escúchame primero… —el tono de Doménic era casi implorante—. No me rechaces todavía, Michael, entiende, hablaría muy mal de mí el que me rechaces…
—¿Por qué?
—¿¡Por qué!? ¡Porque pensé que te conocía y que querías ser alguien aquí en la PoliUniversidad…!
Michael miró hacia el interior de su taza de café para averiguar qué le podría contestar a Doménic que le sonara convincente para él y para sí mismo.
—Sí quiero ser alguien, Dome, pero me gustaría saber a qué me atengo y a qué me arriesgo. Por otro lado, tu actitud me hace preguntarme: ¿con quién quedarás mal? ¿Que acaso estás en una especie de oficina de reclutamiento? Y por supuesto que quisiera saber el por qué me escogiste a mí…
La voz de Doménic era fría.
—Porque tú tienes los ingredientes… Trabajas de manera callada, eres abierto y sabemos que tienes ambiciones...
—Sí las tengo, ya te lo he dicho…
—Tu precio, Michael, ¿cuál es tu precio?
Michael se sobresaltó.
—¿De qué hablas? ¿Precio para qué?
Doménic guardó silencio. Al cabo de una pausa habló:
—¿No te gustaría… no te gustaría que hiciéramos lo posible por traer del lejano oriente a una chica muy querida por ti…?
Eso alteró a Michael. ¡Sabían de Catherine! ¿Cómo era posible? No era secreto del todo, pero el hecho de que alguien de fuera de su círculo se lo mencionara, y sobre todo en el contexto y el tono en el que lo estaba diciendo, hizo que se alterara…
—¿Cómo lo sabes? ¡Quiero saberlo!
Doménic le sonrió con el aplomo de saber que traía mano en el juego:
—Sabemos mucho… sobre ti…
Michael seguía alterado.
—Pero… ¿por qué lo mencionas? Ahora y en este mismo instante… ¿Crees que no sé lo casi imposible que sería eso?
Doménic seguía sonriendo de una manera curiosa, casi siniestra, como si supiera que tenía a su presa muy cerca:
—Sí lo sabemos, pero sabrás que para nosotros casi no tenemos imposibles. Hay nexos y… ciertas conexiones… sobre todo si estás bien colocado…
Ahora Michael comprendía que debía sobreponerse a la ventaja de Doménic:
—Y tú… ¿tienes parientes o padrinos bien colocados?
Doménic miró con frialdad a su interlocutor. Sonreía de manera irónica mientras hablaba:
—Aunque lo dudes, sí los tengo, pero creéme que para ellos hubo un tiempo en el que no fui nadie, y… bueno, sólo hasta hace poco pude hacer las paces, pero esa es otra historia para después… cuando aceptes.
—¿Qué… si acepto?
Doménic se relajó un poco, sin dejar de mirar a Michael.
—Se te darán facilidades para estudiar con cualquier beca que prefieras, se te darán responsabilidades que ni has soñado y sobre todo, Michael, y ya estoy hablando demasiado, se te dará la posibilidad, una verdadera posibilidad, de cambiar las cosas a tu antojo…
Michael estaba extrañado.
—¿De qué hablas?
—De un poder que nadie te podría dar. Es más, que tú ni siquiera has imaginado…Tus decisiones podrían ya dejar de influir sólo en tristes e inanimados modelos de simulación… Ya dejarás de jugar con computadoras y máquinas SIM, con tu amigo el técnico, Poincaré. Ahora lo podrías hacer en la vida real con personas reales, con factores económicos de verdad. Un poder impresionante de vida o muerte... Las posibilidades son de alucine… casi ilimitadas, podría agregar… ¿lo puedes creer?
Michael sin entender nada, decidió sondear el terreno:
—Supongo que sí, si tú lo dices… no es que dude, pero, se me hace demasiado… embotante… —agregó con cautela—: ¿Hay gente que lo ha hecho?
Se vio que Doménic contuvo su entusiasmo. Mirando a su bebida, dijo:
—Esa información está restringida, lo único que te puedo… decir es que estaría a tu alcance en cualquier momento que lo decidieras. Ahí está todo…
«¿Sería posible?», se preguntó Michael.
—Ellos, ¿sí tienen la posibilidad? ¿Lo has hecho tú mismo?
—No, todavía no llego hasta ahí, pero creo que lo haría sin dudarlo —le brillaron los ojos—. Piensa: el hacer ahora tus experimentos sociales, un estímulo por aquí, un desestímulo por allá, todo controlado a la perfección…
—Un juego de selección natural… ¿ustedes quieren ser dioses o algo semejante?
— Ya lo comprendes, Michael… en algún sentido ya lo somos.
Michael guardó silencio. Lo que hablaba Doménic era inesperado, él ya sabía uno que otro detalle del Grupo Gris pero siempre había pensado que se relacionaba con las eternas mafias que tienen un acceso continuo y directo a las becas, a los mejores horarios, a los mejores puestos. Podría haber sido una red de tráfico de contactos e influencias, pero a lo que se refería Doménic era a algo mayor, más impresionante. Trató de ganar tiempo. Tenía que reflexionar. No podía imaginarse en pertenecer a un grupo así, él tenía otras ideas. A como Doménic lo estaba pintando sonaba antinatural, siniestro en cierto modo.
Resolvió contestar con preguntas:
—¿Tú qué harías?
—Yo diría que sí. Es obvio, dije que sí...
—¿Y estás en alguna etapa? ¿La de un cinta negra, o algo similar?
Doménic sonrió, jovial de nuevo.
—Te puedo decir que estoy en el nivel intermedio. Ya estoy en la lista para entrar más arriba… Debes de aceptar, son oportunidades que no se piensan demasiado, creélo…
—¿Sabes que me estás ofreciendo un pacto faustiano? —Michael se aclaró la garganta—. Mira, ni yo mismo sé qué es lo que quiero de la vida, y muchas veces me han acusado de eso, permíteme que te diga. Pero sí sé lo que no quiero, y lo que no quiero es un trato con el diablo… —Respiró profundo y continuó—: Doménic, escucha: yo no sé si te simpatizo, pero, creéme, no estoy dispuesto… ya me siento amenazado, ya me ofreciste algo bastante importante para mí, pero, no... Me sigue sonando hueco. Siento que esto no es para mí.
Doménic sólo escuchaba y apretaba los puños con disimulo. Su voz sonaba tensa, muy tensa, como a punto de quebrársele en cualquier momento.
—Michael, te necesitamos…
—¿Quién? ¿Quién me necesita?
Doménic tragó saliva. Su nerviosismo era evidente.
—Es simple… estamos trabajando para unir a todo el mundo pensante que pueda valer en este país y tú estás incluido… No tienes opción, te queremos aquí con nosotros… Acepta… No hay mucho tiempo para pensar.
Doménic logró sonreír con un poco de aire de autosuficiencia. Luego se adelantó en la mesa como si estuviera a punto de soltar una confidencia.
—Michael, yo pensé que éramos amigos. Sabes cuánto te estimo. Eres… te has convertido en una persona muy importante para mí. Yo… tú sabes, me eres de especial interés, repito. Y quisiera que trabajaras conmigo y… ya luego veríamos que sale… algo positivo, estoy seguro.
Michael se quedó serio. Su interlocutor continuó:
—Siempre te he tenido en alta estima. Y sé también que a veces… bueno, pienso que no te he sido indiferente. Además, ya has sido investigado, digo, en el sentido de tus intereses…
Michael sintió de repente que la distancia entre ambos ya había cambiado. Sabía que ahora menos debía dejar sentir un rechazo. Pero debía ser firme, ¿no lo acababa de chantajear respecto a Catherine? Respiró hondo. Miró cómo la gente iba y venía en los pasillos de la cafetería. Algunos levantaban sus charolas, ya habiendo terminado. Otros platicaban de los asuntos normales que las personas platican en una tarde corriente. Volteó a ver a Doménic. Habló con cuidado:
—Te agradezco tu atención, pero mis… inclinaciones no van mucho por ahí, además, yo tengo mi trabajo, mi proyecto…
Ahora el rostro de Doménic se endureció. Michael continuó:
—Doménic, entiende, no sé si esté preparado para aceptar… esto.
—No, escúchame bien tú, Michael. Nadie está en posibilidad de rechazar este ofrecimiento. Todos tienen, bien, no digamos la palabra precio, pero todos tenemos algo que queremos sin poderlo conseguir y entiende, que si hay posibilidad de realizarlo se podrá realizar…
Michael sintió que esto ya no podría extenderlo más allá. Ya había sido demasiado. Ya estaba dicho todo.
—También te entiendo, Doménic, y aprecio tu esfuerzo, pero no voy a aceptarlo. Es difícil de explicar. Yo no me manejo con base en avances en escalas o bueno… subir escaños corporativos, yo sólo… yo sólo quiero trabajar y que me dejen trabajar. Creéme que me tienta, y soy sincero, sí me llama la atención eso de los laboratorios de simulación real, de los que hablaste, pero no ignoro lo que eso conlleva. Pero siento que… no es del todo ético hacer las cosas así… no, debe de haber otra manera… En estos momentos no puedo aceptar… y no sé si algún día podré aceptar.
Su interlocutor estaba tan confundido como un Ángel que ofreció el Cielo y la Salvación a un pecador y recibiera el peor de sus rechazos. Dijo:
—No te entiendo, Michael ¿no fui claro o qué? Casi te estoy diciendo que no puedes rechazar esto, ¡fuiste seleccionado! Se te darán todas las facilidades de proyectos, tendrás privilegios de muchos tipos…
—Sí, fuiste claro. Sólo que no eres tú, es… el misterio de todo esto, no sé qué examinaste de mí pero a mí no me gusta trabajar así... No es el tipo de reconocimiento que busco…
Doménic le clavó la mirada con la misma cara endurecida. Dijo:
—No seas tú uno de esos idealistas imbéciles, por favor, Michael.
—No soy idealista, Doménic. Más bien no voy con tu estándar de realista tampoco, si eso es lo que quieres decir…
Doménic no lo veía. Dijo:
—¿Es tu última palabra?
—Me temo que así es, Doménic.
Éste no dijo nada, pagó la cuenta en silencio, su semblante hosco. Muy molesto, en definitiva. Michael miraba hacia abajo, apenado. Doménic se levantó y dijo:
—Sólo quiero que sepas que si alguna palabra de esto sale de aquí, yo lo sabré de inmediato. Y si es así me vengaré de una manera bastante dolorosa hacia ti. Así que ya lo sabes.
Michael volteó a verlo, desafiante.
—¿Es una amenaza?
—Ya lo sabes… y también quiero que sepas que esta… humillación jamás la olvidaré… y te la voy a hacer tragar, cabrón.
Doménic se levantó y se fue. No volteó la vista atrás.
A Michael le empezó a doler la cabeza. Sólo suspiró.