Novela Technotitlan: Año Cero (segunda parte)

Esta es la SEGUNDA parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 10 capítulos. Después de acabar esta SEGUNDA parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 30, 2006

13. Poincaré

Technotitlan, Nuevo D.F., 2018

¿Y luego qué pasó? ¿Corriste de allí? ¿Huiste del país?
—Bueno, ni corrí ni huí, sólo dejé de leerlo y me fui a refugiar a mi cuarto.
—¿Y después?
—Así estuve un buen tiempo.
—¿Cuánto?
—Mucho…
Caminaban rumbo al salón del almacén en donde realizarían la experiencia sensitiva.
Michael llevaba en sus manos una caja que parecía pesarle mucho, Poincaré, al contrario, cargaba una gran cantidad de documentos, al parecer sin esfuerzo.
Llegaron a la puerta y Poincaré colocó su mano sobre el picaporte. Éste leyó su palma y de inmediato desconectó el seguro de la cerradura. La puerta se abrió con un sonido suave.
—Me imagino que fue ese el momento en que decidiste cambiarte el nombre de Jean Páris por el de Michael de Montaigne.
—No, ¿por qué lo dices?
—Digo, te entendería, tuviste un trauma gigante cuando descubriste que tu papá no era el que creías. Bueno, sí era el que creías pero ese papá no tenía nada que ver con tu abuela… por cierto, ¿cómo está la señora Alcira?
Michael se encogió de hombros.
—Hablé con ella hace como un mes o dos, me dice que está bien de salud… ya anda como en los setenta y cinco u ochenta años, creo. Pero volviendo, no fue ahí cuando me cambié el nombre…
—¿Luego qué hiciste?
—No me acuerdo bien, acabé de leer toda la carpeta, las cartas, el final que me dejó confundido. Quedaron preguntas: adónde se fue él, que hizo después... Lo que me quedó claro es que Alejandro decidió regresar en un viaje sentimental del recuerdo, allá por 1992 o 1993, puesto que fue cuando escribió esas notas…
Hizo una pausa.
—Fue tan sentimental su retorno que se dio tiempo incluso para conocer a una mujer, embarazarla y, ¿por qué no decirlo?, abandonarla a la mala. Poco después ella sola me tuvo, y en su momento, me dejó con mi abuela… Y listo, el paquete arreglado. Ya tenía yo quién me cuidara…
—¿Volvieron?
—Alejandro, un rotundo no. ¿Mi mamá? No exactamente… que yo sepa, ella no me dejó de inmediato. Piensa que eso sucedió desde que nací hasta pasados mis cuatro años... Todo es nebuloso. Nadie me explicó nada. Pero te puedo componer la historia de alguna manera: Yo creo que mi mamá se dio cuenta que tenerme era muy complicado, tal vez no tenía el carácter, o estaba en bancarrota moral y quizás ella prefirió dejarme con la abuela porque pensó que era lo mejor… No sé, tendría muchas broncas en su propia casa, qué sé yo...
—Te veo muy tranquilo cuando hablas así… ¿es cierto que no sientes nada?
—Siendo sincero, no. Ya he tenido mucho tiempo para recrearme un pasado, un presente y quizás, un futuro...
Después de muchos pasillos llegaron a una de las salas. Poincaré lo detuvo.
—Espérate, antes que nada, me vas a decir —le abrió la puerta y lo dejó entrar—: ¿Qué te parece lo que hice?
Michael vio el mobiliario y estilo de un laboratorio químico pero sin las máquinas centrifugadoras, mecheros, analizadores y demás instrumentos que conformaban un laboratorio de verdad.
En lugar de eso vio pantallas, teclados, antenas, computadoras, cables, muchos cables, todo un verdadero centro experimental.
Michael preguntó:
—Poinc, ¿cómo hiciste para llenar todo esto nada más con tus aparatos? Mira, casi no hay espacio, ¿y el equipo químico?
—Bueno, hubo unas pequeñas alteraciones por aquí y por allá con la gente de intendencia. Además, ya sabes como es eso de que a veces los e-memos correctos llegan a la gente correcta en el momento correcto… Eso ha hecho maravillas desde que se utilizó el correo interno en las organizaciones…
—Claro, e-memos que casualmente coincidían con tu objetivo ¿verdad? —Michael lo miró a los ojos, suspicaz, cuando la expresión de Poincaré, sonriéndole burlón, hizo que se escandalizara de manera ligera—: ¡¿Qué…?! ¡No te creo! ¿Qué nadie comprueba nada…?
Poincaré se encogió de hombros.
—Si Arquímedes viviera hoy, diría: Dame un poco de burocracia infotizada y moveré al mundo… Por otra parte, no tarda en que les lleguen a los interesados los e-memorandos correspondientes de que ya está todo comprobado conforme al reglamento interno de la PoliUniversidad… Michael, en el fondo todo está bien… con el nombre de algún suplente que estuviera de vacaciones en este momento más una firma electrónica de autentificación autorizada pero ilegible… Todo muy dentro de lo normal y de la lógica, lo cual es bastante importante. Y aquí lo tenemos: Un laboratorio de buenas dimensiones para poder jugar el tiempo que queramos mientras éste sea de unas semanas...
—Y, ¿será suficiente?
—Bueno, en realidad se me hizo mucho pedirlo por el semestre completo. No se debe de forzar a la suerte nunca… recuerda que los dioses se enojan con los que piden demasiado. El hubris y esas ondas…
Empezaron a descargar el contenido de la caja.
—Volviendo a ese «Libro de Alex» como le dices, ¿qué sucedió además de tu trauma? ¿Terminaste odiando a tu padre, a tu madre, a la abuela, a la señora Alcira, a los políticos, a los soldados, a Díaz Ordaz, a los de la limpieza? ¿A todos?
—¿Odio? —Michael se quedó pensando—. Bueno, odio, no… ya no… quiero decir que éste nunca existió, más bien fue... fue una gigantesca sensación de autolástima, similar a la que le puede dar a alguna persona que se haya quedado ciega y que luego se pregunta toda la vida el porqué le sucedió tal desgracia y todo eso…
—Y un día juraste venganza, supongo…
La voz de Poincaré sonaba con seriedad pero en el fondo Michael sabía que era un solo un sarcasmo sutil.
—¿Venganza? ¿Para qué? ¿Contra quién? No… —Michael suspiró—. Claro que tampoco soy del tipo generoso que perdona y pone la otra mejilla y demás, pero no, ¿qué debí hacer? ¿Haberle estropeado la conexión de oxígeno a la abuela? Un día se le desconectó en un accidente muy raro y ella tan campante, ni se enteró... Pensé que esa señora nos enterraría a todos…
Poincaré se quedó pensativo.
—Entonces sí le tuviste afecto...
Su tono era más bien de reconocimiento de un hecho más que irónico.
—Pues sí, le tuve afecto… todavía le tengo afecto. La extraño de cierta manera.
—¿Y tu papá? ¿Qué piensas de él?
—Muchas veces nada… cuando llego a pensar en él, lo hago en tono de indiferencia. Siempre me he puesto a considerar qué hubiera pasado si él hubiera estado conmigo todos los días. No sé… creo que igual. Es decir, el hecho de que nunca trató de comunicarse conmigo en estos veinticinco años nada me ha demostrado —Michael se rascó la cabeza—. Tuve un tiempo de indiferencia pero luego se me quitó. Imagínate que a los veintidós años te dicen que eres adoptado. Bueno, pues te quedas con que todo el presente, pasado y futuro como los percibes se te destruyen de alguna manera en un sentido moral, ¿no? Digo, te cambian las expectativas.
—Como que los tienes que reordenar, supongo. Antes de que continúes, hazme un favor, llévate esos cables con su conector y extiéndelos… luego te digo adónde los conectes, ¿okey?
—Okey.
Así lo hizo. Michael siempre obedecía a su amigo en estas cuestiones y nunca le ponía peros ni preguntaba el porqué. Si Poincaré dijera «¡salta!», él sólo preguntaría qué tan alto.
Poincaré movió la cabeza. Dijo:
—Yo no sé si mi pasado tiene algún interés para mí. Yo veo sólo lo que está a mi alrededor, luego veo hacia al futuro, y en lo que me afectará... Lo que a ti te ocurre es que estás metido con tu pasado tanto, que ya me parece obsesión… ¿Qué buscas ahí, Michael? ¿Justificación, recuerdo, masoquismo? A veces me intrigas mucho.
—No lo sé… Siempre me lo he preguntado.
Guardaron silencio. Poincaré lo interrumpió:
—Luego está tu otra obsesión…
Michael sonrió.
—Siempre te he dicho que no es obsesión… es un pasatiempo…
Poincaré sonrió irónico:
—¿Que no es obsesión? ¿Pasatiempo? Rara manera de llamarle al hecho de investigar, leer, anotar y platicar de lo de Tlatelolco a la menor provocación. Pasatiempo, ¡ja! Claro, siempre pensé que ese rollo tuyo siempre se me hizo parecido a la filatelia…
—Mira, Poinc: tómalo desde mi punto de vista. Es un tema de los años sesenta, mi década favorita. Además, tal como lo han dicho hasta el cansancio: es el parteaguas del México moderno.
—Pero no sé porqué te absorbe tanto… enciende los monitores y las cámaras, please.
El investigador así lo hizo.
—A mí siempre me ha parecido fascinante. Ese encuentro con el libro de Alex. O de Emilio, que para el caso es lo mismo, me vino como una entrada en la conciencia, como un despertar, además, el hecho de que un pariente tuyo estuvo allí… Eso es histórico de algún modo... ¿no crees?
—Histórico, tal vez, pero nada más, ¿who cares, anyway?
Michael se mostró más serio.
—Era gente, Poinc, la mayoría estudiantes, pero también hubo niños y ancianos y amas de casa… eran personas.
—¿Y? Las bajas civiles son muy lamentables, eso es claro, pero son efectos colaterales que son muy comunes en las guerras ídem, o sea, civiles, ¿sabes?
Michael negó con la cabeza.
—En Tlatelolco en 1968 no había guerra. Las últimas guerras en ese lugar fueron antes de Cortés. Bueno, tal vez, después de Cortés hubo algunas más.
—Casi casi sí. ¿Y el ejército?, y que conste que lo sé porque he leído de lo que me prestaste…
—Sí, pero no va por ahí, sucede que… a mí me causa mucho impacto todo eso.
—No. Yo creo que más bien tu problema es que eres «impactable» por naturaleza.
—Di todo lo que quieras pero no te he dicho cuál es mi siguiente plan…
—¿Otro plan? ¡No, por favor!
—No, güey, no te preocupes. En casi nada te involucra. Se trata de que se me apareció una muy buena oportunidad para adelantar mi año sabático...
—Ya. Algo había oído que varios maestros auxiliares están haciéndolo, supuestamente para conseguir un grado antes de tiempo… Pero alguien de arriba te tiene que apoyar, ¿no?
—Ya te has de imaginar a quién se lo voy a pedir…
—No me digas... A Erasmo. Erasmo de Cuautla. ¿Y cómo lo vas a conseguir…? Sé que es tu amigo y todo, pero… ¿no está siempre ultra ocupado?
—Yep. Así ha estado desde que lo conocí de tiempo atrás en una exhibición de México a través del siglo XX. Él dio aquella conferencia… ya te lo había dicho… ¿Te acuerdas de cuando me mencionaste el nombre de Jaron Lanier? ¿Y tu tono de respeto al decir su nombre?
Poincaré abrió los ojos con fuerza y le contestó:
—Sí, ya sabes, cuando digas ese nombre, tienes que persignarte. El señor Jaron Lanier: Santo Padre de la Realidad Virtual al que le debemos todo, nombre, concepto, fin, medios y objetivos de nuestras existencias, por una vida real mejor a través de la realidad virtual, ¿qué? ¿Exagero?
—Bueno… así como es para ti el señor Lanier, para mí es Erasmo. No sé quién le hace justicia a quién, pero así es.
—Y bien, ¿qué hay con el señor Erasmo?
—Siempre anda preparando artículos, revisando libros, o tomando apuntes, quizá participando en conferencias… El caso es que le dejé dos correos hace días, y me dio una cita para hoy mismo.
—Estupendo. Después me platicas como te fue.
—Claro.
—Ahora tenemos que ir al salón a acomodarte el equipo. ¿Estás listo?
—Yep.
El salón era amplio. Michael caminó por los extremos y comprobó que tenía mucho espacio por todos lados. El lugar, aunque estaba originalmente previsto como almacén al lado de los laboratorios de ciencias químicas, todavía no era adaptado para tal efecto, pues le faltaban las paredes divisorias.
Mientras Michael se acomodaba una de las mallas negras en su brazo, Poincaré, sentado frente a sus pantallas e interfaces, de manera simultánea teclea-ba unas órdenes en la consola y dictaba otras.
Desde abajo Michael preguntó a través del pequeño micrófono:
—¿Cuánto tiempo tendremos?
—¿Para la experiencia? Unas tres o cuatro horas… Creo que bastarán…
—¿No son demasiadas?
—No lo creo. Te pregunté si querías una experiencia hipersensorial… No andes buscando ahora pretextos para zafarte, por favor. Fue un compromiso y ahora me lo cumples…
—Yo creí que esto sería en una gran cámara de deprivación sensorial. No dijiste nada de realidad virtual en pleno…
—No, te dije que no. Pero nunca me escuchas… Igual y tú eres de los que buscan cámaras de «depravación» sensorial, más bien —Poincaré sonrió burlón.
—Prefiero ignorar lo último, que, por otro lado, no entendí. Como mencionaste que se relacionaba con los sentidos... A lo mucho pensé que era otra vez guantes, visor y hacer ejercicios en pantallas inmersoras…
—No inventes ahora. Si recuerdo bien, estuviste de acuerdo y hasta dijiste: «¡Excelente!»
—Me niego a contestar. Estaba dormido en ese momento. Y todavía sigo dormido. ¿Cuánto te falta?
—No mucho. Estoy cargando en este momento las rutinas. Además, estoy separando el poder de LIZ que vamos a necesitar para que me atienda con la jerarquía necesaria para una máxima prioridad.
—¿Otra vez haciendo trampa?
—No es trampa. Solo que hago que las condiciones me favorezcan…
—…sobre las de los demás.
—¿Y qué importa? Nadie se enterará. Todos están ocupados con sus juegos y demás… Aquí está el verdadero juego... Aquí está lo real…
Michael se quedó pensando un segundo en su amigo y en lo que le decía. ¿De verdad pensaba en que su amigo hacía trampa? La idea era pasar un buen rato… y su amigo, lo hacía por investigación, ¿no? ¿Y él mismo? ¿Por qué lo hacía? ¿No se contradecía al cuestionar?
—Poinc, ¿hay más como tú?
—¿Qué quieres decir?
—Sí… que si hay más loquitos por ahí sueltos con ese tipo de monomanías…
Poincaré sonrió sin voltear la cara de la pantalla.
—¿Monomanías? ¡Ja! Mírate en un espejo. El burro hablando de orejotas.
Michael prefirió ignorarlo.
—Dices que nadie se va a enterar... ¿cómo podrían no enterarse?
Al segundo Poincaré le contestó.
—Por el flujo de energía computacional. La metacomputación, vaya. Voy a desviar hacia LIZ el poder de un cluster temporal, o sea, dos o tres máquinas computadoras paralelas, semejantes a ella, conectadas entre sí, que ejecutan otros deberes rutinarios… Pero no creas que voy a saquear recursos a nadie. Bueno, no en el sentido estricto… Nadie lo sabrá ni lo resentirá porque ya disfracé las bitácoras de registro de uso de energía… ¿Quieres saber cómo le hice? Es bastante interesante…
La respuesta fue tajante:
—No. No me quiero enterar de tus detalles técnicos. Tu plática normal ya es bastante incomprensible para mí. ¡Imagínate si me explicaras! Me es suficiente con que me prometas que nadie se va a enterar...
—Okey, hombre, exacto… Además, no son sólo detalles… «técnicos». Algu-nos son de hecho, «metatécnicos».
—¿«Meta...»? ¿Qué es eso?
—Me refiero a la parte técnica que va más allá describiendo y redefiniendo a la misma técnica… espera un segundo…
Michael guardó silencio mientras revisaba todo el lugar observando con atención. Vio los grandes espacios y los materiales para armar los anaqueles, allá al fondo. Empezó a escuchar a Poincaré dando órdenes por otros micrófonos y tomando decisiones frente a la interfaz.
Michael comentó:
—¿Te dije que hablé con Catherine hace como quince días?
Poincaré se detuvo y sonrió.
—No… ¿por dónde le hablaste? ¿Por la Matriz…? ¿O por NetNet? ¿Y qué te dijo?
—Supuse que te daría gusto. Le hablé por medio de la Matriz. Ella está bien, dentro de lo que cabe. Preocupada, pero bien. Su situación… ya sabes, complicándose a ratos…
—¿Qué? ¿Se está poniendo más difícil todo?
—Ella dice que no mucho. Pero de seguro que lo dice para tranquilizarme. Todo mundo que lee las noticias de Singapur en PLAANET, sabe que la situación se está poniendo grave.
—¿Tú crees que sea para tanto…? Muchos dicen que los problemas de la Esfera Asiática son pasajeros…
—No lo sé. Espero que no sea para tanto, además, hay tantas contradicciones…
—Le dijiste sobre trabajar en un nuevo plan para sacarla de Singapur, ¿verdad?
—Sí.
Poincaré hizo una pausa antes de preguntar.
—¿Y qué dijo?
—Que no podía hacerlo si quisiera, puesto que siente que hace más bien ayudándole a su gente ahí adentro, que estando a salvo en el exterior... hasta me sentí mal de habérselo sugerido…
—No puedes hacer nada, Michael. Según la he conocido, y luego lo que me has contado de ella, está convencida de que su karma es seguir ahí en su país hasta que se resuelva la crisis política actual…
—Eso es lo que me preocupa. No sé cuanto tiempo pueda seguir la crisis ni sus alcances. Falta que no sea crisis y que todo eso ya sea un modo normal de vida…
Poincaré hizo una pequeña exclamación que Michael interpretó ajena a lo que estaban platicando.
—Yo te lo advertí —continuó Poincaré—, y perdóname por ser duro contigo y con ella porque me cae muy bien, pero debiste —y deberías en adelante— pensar en ponerle un alto a tus impulsos amorosos, sobre todo cuando te enamoras de alguien en un evento internacional como las Olimpiadas de Berlín...
—¿Yo qué iba a saber? —Protestó—. Me cayó muy bien. Nos identificamos y nos quisimos…
—Sí ya me sé esa parte… Lástima que no te lo advertí con más firmeza, Michael… hasta me siento un poco responsable... de lo que vino a pasar después…
Eso encendió a su amigo.
—¿De qué? ¿Tú qué sabes de esto? La última vez que te enamoraste, te casaste y te divorciaste, todo en el mismo año…
—Bueno… el hecho de que mi matrimonio no haya durado no es toda culpa mía… Ella, Gaby, era… es muy volátil e inestable. Y de hecho, eso era parte de lo atractivo hasta que ya no fue divertido. Me arrepentí, se arrepintió, me terminó, y la terminé… No la pude, ¿cómo decirlo para que entiendas? «Reprogramarla», y ya… eso fue todo…
—Yo creo que ese es tu problema, Poinc…
—No, Michael, no estamos aquí hablando de «mi problema», estamos hablando de ti y de Cathy… Si me hubieras hecho caso sólo hubieras convivido con ella, te hubieras acostado una, dos, tres veces y hasta ahí. Pero nada, el señor estuvo perdido en todo el mes que duró la Olimpiada y volvió hecho cisco…
—¿Tú crees, Poinc, que a una mujer se le puede reprogramar como si fuera una tostadora que sólo se tiene que ajustar? ¿Eh…?
Poincaré siguió en lo suyo, tecleando y hablándole a ambos, a Michael y a LIZ.
—Luego te vi destrozado, Mike… No tenías ganas para nada. ¿Te acuerdas que tenías novia y todo, aquí en Techno? Y nada, que la cortas. Así, nada más… la tronaste. Me dio pena por ti y por ella. Imagínate que en ese tiempo yo ya andaba de considerado…
Michael lo interrumpió.
—¡«Ajustar»! ¡Esa es tu palabra favorita, Poinc! Tú no quieres a una mujer para convivir y vivir con ella, sino sólo para ajustarla... Y no hablo de ajustarla a tus necesidades y tú de ajustarte a las de ella, eso hasta te lo entendería un poco, sino que tú lo dices en términos de mecanismo no calibrado al que sólo le falta un poco de afine en algún punto de control…
Poincaré estaba impávido, trabajando en lo suyo. Siguió hablando en tono normal:
—Pero, ¿me hiciste caso, Mike, cuando te dije que la olvidaras? ¡No! Me obligaste casi a diseñar desde scratch un vaso comunicante sofisticado y confidencial en la Matriz para poder hablar con ella, y para burlarme de paso de las mismas autoridades de operación de PLAANET en su país, arriesgando con ello a perder mis credenciales de Metatécnique sans Frontiers…
Michael seguía insistiendo, un poco más enérgico:
—Mira, Poincaré, ya me estoy cansando de esa pinche actitud tuya de ser más santo que todos. Tú nada tienes de qué presumirme. Ya te admiro lo suficiente por tus proezas en estos campos tan tecnofílicos para que me la restriegues en la cara a la menor provocación…
—Michael…
—¿…qué?
La expresión de ambos, cada quién en su lugar, ya estaba llegando a como empezaron la discusión.
Poincaré habló:
—Ya me cansé, y aparte tengo que seguir ajustando a LIZ por un rato, mejor le seguimos luego, ¿no?
—Okey… claro. Yo seguiré viendo por aquí… Háblame en cuanto se te ofrezca algo…
—Sí, por supuesto.
Michael caminaba por el amplio salón. Se acordó de la primera vez que conoció a Poincaré cuando de casualidad se ofreció a participar en uno de sus experimentos relacionados con juegos en red estimulados en forma directa en las neuronas. Dolor y placer. Serotonina, dopaminas y adicción.
El objetivo era conseguir jugar en un simulador de combate sin adquirir condiciones de adicción. Claro, el juego era atractivo, poderoso, si bien, no muy original. Luchar en un laberinto contra varios oponentes organizados. Sólo que el jugador principal, en este caso Michael, traía mejores escudos que sus contrincantes. Pero él no conocía el lugar de combates y ellos sí.
Cada jugador se tomaba cápsulas con componentes dopamínicos, y después, se introducía en el juego. Éste duró ocho horas seguidas y Michael lo resintió hasta después de tres días, ya que él no era muy dado al ejercicio rudo. Y le había dicho a Poincaré que mientras el juego había sido muy excitante, no le quedaron deseos de volverlo a intentar.
Poincaré sólo escuchó pero se volvió a presentar poco tiempo después para verificar sobre posibles efectos colaterales del experimento. Michael reportó haber soñado de manera intensa la primera semana, aparte de que subió algo de peso, producto de una ansiedad reconocida. Luego todo cesó.
Aquella ocasión platicaron un rato y supieron que tenían el mismo tiempo en la PoliUniversidad, y casi el mismo de haber llegado a la flamante nueva capital del país: Technotitlan, Nuevo Distrito Federal. Corría el año 2011 y Technotitlan, en construcción aún por todas partes, ya se consideraba por propios y extraños la ciberciudad capital más moderna de América Latina.
Para Poincaré sus objetivos eran sencillos: aprovechar al máximo las instalaciones de la PoliU para conseguir la anarquía y la diversión a través de la cibernética. A Michael, eso nunca le quedó muy claro, pero no le importaba. Michael tenía dieciocho años y Poincaré dieciséis.
Michael le dijo, por su lado, que buscaba conseguir el grado de maestría en ciencias sociales y eso a Poincaré tampoco le quedó muy claro.
Esa vez Michael le preguntó a su nuevo amigo cuál era su nombre completo.
« Sólo ese: Poincaré, ¿por qué?»
Por supuesto, éste también le preguntó lo mismo a Michael en su momento.
«¿Yo? Cuando nací me llamaron Jean Páris… pero desde que me integré con la Matriz sólo se me conoce por Michael de Montaigne… Mis dos conceptos: el nombre original y externo, ya olvidado... Y el de net-ron: usuario y parte de la Matriz, fundidos en uno solo» .
A Poincaré no le dijo nada el hecho de saber, por el mismo Michael, que Michael de Montaigne fue el creador francés del género literario del ensayo.
Y así comenzaron su amistad, con pequeños misterios.
Michael y Poincaré también compartían, de cierta manera, su vida con la Matriz. La experiencia digital lo era todo. Eso los hermanaba a su vez con millones de seguidores en todo el mundo, en la corriente digital que era el ambiente Matricial y que muchos consideraban con tintes cuasirreligiosos.
Para el resto de la gente, PLAANET era un aspecto diario digital que utilizaban en sus dos modalidades: NetNet, de usos comercial y coloquial, y SmartNet, de uso académico, sobre todo. Pero cuando Michael y Poincaré, se «integraban», PLAANET se transubstanciaba en la Matriz y les daba pie para formar parte de una experiencia a través de su pantalla, hacia una dimensión virtual propia del mundo digital. Ese atisbo era suficiente para lograr unirlos en una especie de grupo religioso sin directrices o líderes de tipo alguno. Les daba un sentido extra a su vida.
Ambos se hicieron buenos amigos, salían de parranda juntos, y, al mismo tiempo que se hicieron plenos ciudadanos de Technotitlan, se hicieron también technotecas de corazón.
Tiempo después empezaron la siguiente serie de experimentos de Poincaré, esta vez virtuales, y fue natural que Michael se ofreciera de conejillo de indias. A los voluntarios que participaban se les pagaba para pasar riesgos calculados, pero Michael era advertido de antemano de cuáles experimentos podrían ser los más riesgosos. Él decidía entonces si se metía o no. Eso le daba, en definitiva, una ventaja, aunque la mayoría de las veces participaba sólo por curiosidad.
Poincaré se entregó a la tecnología de lleno y decidió trabajar en el ámbito PoliUniversitario, «mientras conocía una buena chica que lo hiciera millonario», Michael lo dudaba pero no importaba, su amigo se divertía. Para entonces, le era claro que Poincaré no encajaba en el esquema del chico inteligente de lentes, distraído, encerrado en el laboratorio.
Tenía suerte con las chicas. Entre otras historias, les decía de manera seria que estaba haciendo carrera en la PoliU porque estaba becado en secreto para conseguir una sola meta: el Orgasmotrón de Allen, Santo Grial de la Ciberestimulación. Aquel objeto, quizá mítico, que haría a su dueño rico y poseedor del atractivo más impresionante. Algunas chicas si le creían y, para fortuna de él, de estas, algunas hasta tenían sentido del humor.
«Las que no, pues no», solía decir Poinc. En alguna parte había leído: «el Orgasmotrón ya se descubrió, lo que pasa es que su inventor jamás ha querido volver a salir de su casa…».
Michael también se rió con el invento de Poincaré respecto a los lentes de Rayos X que diseñó para ver debajo de la ropa de las mujeres; y también le hizo mucha gracia «el mínimo equipo portátil» de realidad virtual, un estimulador eléctrico simple, que se conectaba en forma directa a los centros de placer sexual en el cerebro.
Luego Poincaré olvidó sus bromas prácticas cuando conoció a Gabriela y la adoró con todo su corazón. Él tenía veintiún años, ella también, y tanto fue el amor que no le quedó más remedio, según sus propias palabras, que casarse. Michael le advirtió que quizá se estaba precipitando, y que no le haría mal pensarlo dos veces. Poincaré le dijo que nada había qué pensar, que él sentía y sabía como era esto del amor.
Michael nada dijo en su momento y, de manera triste según él, el tiempo le dio la razón.
El «te-lo-dije» esperado, llegó, y el «yo-siempre-supe-qué-hacía-en-todo-momento» consiguiente, también.
Luego le tocó su turno a Michael.

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